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— Lo dudo. En realidad yo no he tenido mucho que ver en la solución del problema. Sin los Lorenz, César, la INTERPOL y usted misma, no habría conseguido avanzar un paso.

— Y Velázquez sin lienzos, pinceles y pinturas nunca nos habría dado Las Meninas — fue la respuesta—. Por lo general aborrezco a los policías, pero no puedo negarle que le admiro. Si se comprase un traje, se cortase el pelo y dejara de mordisquear esos estúpidos cigarrillos de plástico sería un tipo fantástico.

— No tengo el menor interés en ser un tipo «fantástico.» A las palomas les gusto así.

— ¿Es que acaso se «beneficia» a las palomas?

— ¡No sea vulgar! Las palomas son unos animales maravillosos, aparte de ser una de las pocas especies que se mantienen fieles a su pareja hasta la muerte. — Hizo una larga pausa—. Y a menudo, incluso a pesar de su muerte.

— ¿Y eso tiene una especial importancia para usted? — quiso saber la argelina.

— En cierto modo, sí.

— ¿Le fue siempre fiel a su esposa?

— Siempre.

— ¿Continúa siéndolo?

— Ésa es una pregunta que no viene al caso, ¿no cree?

— ¿Por qué? ¿Le avergüenza reconocer que ha tenido alguna aventurilla con chicas de mi oficio? — Cambió el tono de voz—. ¿O lo que le avergüenza es reconocer que no ha hecho el amor en tres años?

— Ni una cosa ni la otra. Como viudo puedo permitirme cualquier tipo de «aventurilla», y como hombre seguro de su virilidad, puedo permitirme de igual modo mantenerme fiel al recuerdo de un ser único e irrepetible.

— Acabaré aborreciéndola.

— Lo dudo. Usted vale más que eso.

— Por mucho que valga una mujer, acaba siempre por aborrecer a alguien que es hermosa, discreta, inteligente, simpática, buena cocinera, esposa fiel, y para colmo excelente decoradora…

— Pero está muerta.

— Sí — admitió ella—. Y eso es lo peor: está muerta.

El Ebony Tercero estaba dispuesto ya para ser botado, pero César Brujas se resistía a permitir que se deslizara hasta las tranquilas aguas de la bahía, quizá porque los últimos recuerdos que conservaba de su hermano se relacionaban con las largas horas en que habían trabajado juntos sobre la negra y reluciente cubierta de aquel velero único en su género; la más perfecta obra de arte que había salido de sus manos.

Libraba una sorda lucha entre el deseo de verle navegar cortando el agua como una flecha azabache \ o un cormorán en el momento de lanzarse en pos de su presa, y su inconsciente temor a que, lejos ya Miriam Collingwood y ahora el barco, la amada presencia comenzara a diluirse en su memoria, tal como se había desvanecido tiempo atrás la de sus padres.

Fue el día en que plantaron la quilla del Ebony Tercero cuando César Brujas le confesó a su hermano que el médico le había confirmado que jamás podría tener hijos, y cuando le recomendó — medio en serio, medio en broma— que se cuidase mucho, puesto que había pasado a convertirse en la única esperanza de un apellido famoso en todos los puertos deportivos del mundo.

En los últimos días se había acostumbrado a dejar pasar largas horas encerrado en su luminoso despacho, observando fotografías que cubrían del suelo al techo las paredes, y en las que podían admirarse los ciento doce barcos que habían salido del astillero a lo largo de su historia, orgulloso al constatar que más de la mitad aún navegaban y quizás en aquellos momentos estaría realizando una hermosa singladura por cualquiera de los grandes océanos.

Su vista se detuvo en la estilizada silueta del Samoa con el que el australiano Matt Kimberley estableció un récord al dar la vuelta al mundo sin escalas, y su memoria se remontó al día en que su padre decidió lanzarlo al agua cuando él apenas acababa de cumplir los cuatro años.

Luego se preguntó una vez más por qué razón el Ulisses pasó a convertirse en un buque fantasma que vagó más de tres años por el Atlántico Sur para ir a parar a un escondido golfo de la Patagonia sin que jamás nadie fuera capaz de aclarar qué profundo misterio ocultaba en su seno, y por qué oscura razón toda una familia argentina y cuatro miembros de la tripulación desaparecieron en el mar sin dejar rastro.

Su padre siempre quiso recuperar el Ulisses conservándolo como prueba tangible de que un velero construido por los «Brujas» era capaz de resistir tres años de abandono e incluso los rigores de la climatología patagónica, pero problemas burocráticos y el estallido de la guerra impidieron que el valiente navio abandonara «Ríos Gallegos», donde acabó alimentando chimeneas.

Quedaba por último el Mambatha, al que un capitán borracho estrelló contra un bajío al día siguiente de haberle sido entregado oficialmente, y era aquel el «Brujas» de más corta existencia, lo que provocó una semana de duelo y llanto entre quienes habían dedicado un año de trabajos e ilusiones para que un beodo inepto las desbaratase en un instante.

Y es que toda su gente amaba su oficio, cosa poco frecuente ya entre los operarios, y para la mayoría de ellos ver penetrar un velero en el mar el día de su botadura, era como ver nacer al hijo que habían engendrado entre todos con amor y entusiasmo.

El viejo Sebastián, que aún era aprendiz cuando se estaba trabajando en el mítico Aquitania, el mayor de cuantos veleros vieron la luz en España en todo el siglo XX, podía relatar la historia de cada uno de los sesenta y tres navíos que habían pasado por sus manos, conocía los nombres de sus dueños y les seguía la pista a través de los mares como si fueran algo de su exclusiva propiedad.

— Son parte de mi vida — decía—. Y de igual modo que suelo saber qué hacen mis nietos, me gusta tener una idea de dónde fondean mis «barcos».

Ver perderse en el horizonte uno de esos barcos dejaba siempre un vacío en el alma, y ningún sentimiento de dolor podía comparársele, puesto que cuando un arquitecto y su equipo concluían una casa, esa casa continuaba siempre allí, y siempre podían visitarla, pero un navio tan sólo comenzaba a serlo cuando iniciaba su andadura, y quedaba la duda de si estaría comportándose como debía y sería todo lo valiente que se esperaba que fuese.

El mar era un poderoso enemigo al que le divertía destrozar a los cobardes, respetando únicamente — y no siempre— a aquellos que sabían plantarle cara en los difíciles momentos.

Cincuenta y siete «Brujas» habían navegado en alguna ocasión por «Los Cuarenta Rugientes» doblando el Cabo de Hornos en una u otra dirección, y ninguno de ellos le dio nunca la popa a las gigantescas olas o los aullidos del viento, pese a que en cierta ocasión el Cosmopolitas, tardó casi dos meses en coronar su hazaña.

«De sangre, de sal y brea» fueron siempre los «Brujas» de Mallorca, pero ahora esa sangre parecía haber perdido toda su fuerza, y cuanto quedaba de bueno en ella se conservaba en la nevera de un hospital, aguardando a que engendrara gente de otro apellido y otro oficio, que jamás tendría conocimiento de cuánta sal y cuánta brea corría por sus venas.

— Si realmente la tienen, pronto o tarde saldrá a la luz. — Fue el sereno comentario de Claudia Lorenz durante una de las largas charlas que acostumbraban a mantener sobre tan delicado tema—. Y si no aflora, no tendrá mayor trascendencia, puesto que se puede llegar a ser un gran hombre sin necesidad de construir barcos de vela. Lo que en verdad importa, es que esos niños nazcan, nazcan sanos, y lleguen a ser dignos hijos de tu hermano.

— ¿Y cómo sabré si han nacido, si están sanos y son felices, o tal vez necesitan una ayuda que yo no podré proporcionarles por mucho que lo intente?