El libro desapareció de sus manos. Meri parpadeó sorprendida al ver a Jack de pie junto a la bañera. ¿Cómo había acabado ella dentro de la bañera?
Parpadeó y de repente, recordó. Sí, había decidido seducirlo aquella noche. Miró a su alrededor y vio las velas y los pétalos de rosas. Al menos, le había quedado bonito.
– Hola -dijo sonriendo a Jack-. ¡Sorpresa!
– Desde luego.
Meri esperaba oírle decir por milésima vez que aquello no iba a funcionar. Sin embargo, no esperaba que la agarrara para ponerla de pie y que, una vez fuera de la bañera, la atrajera hacia él.
Estaba sorprendida. Le gustó cómo la miró a los ojos, como si ella fuera un manjar y él un hombre hambriento. Jack le acarició la espalda y el trasero.
Estaba completamente desnuda, un hecho que Jack parecía apreciar.
– Estoy mojada -susurró.
– Espero que sea verdad -dijo antes de inclinar la cabeza y besarla.
Su boca era firme y segura. Su beso parecía reivindicar una respuesta. Ella inclinó la cabeza y abrió los labios para él, deseando que la fiesta diera comienzo.
Jack le acarició la lengua con la suya, moviéndose libidinosamente, como si lo único que tuviera en la cabeza fuera excitarla.
Mientras la besaba una y otra vez, le acarició todo el cuerpo: los hombros, la espalda, las caderas, despertando terminaciones nerviosas allí por donde sus manos pasaban.
Ella lo tomó por los hombros y luego deslizó los dedos por su pelo. Siguió explorándole el rostro, antes de bajar al pecho.
Era fuerte y masculino. Al agarrar su trasero, ella se arqueó y sintió la dureza de su erección. Una oleada de ansiedad la invadió y se estremeció.
– ¿Tienes frío?
– No.
La miró a los ojos y Meri mantuvo su mirada, preguntándose por lo que estaría pensando. Había estado rechazándola, ¿por que había decidido sucumbir? Aunque no iba a preguntarle, puesto que había cosas que era mejor no saber.
No se comportaba como un hombre con remordimientos. Se inclinó, pero en lugar de basarla en los labios, hundió el rostro en su cuello y comenzó a besarla por el escote.
La tenía sujeta por la cintura y, mientras la besaba por el cuello, subió las manos hasta sus pechos.
Antes de la operación, le habían advertido de que podría perder sensibilidad en los pechos, pero había tenido suerte. Podía sentir todo, cada roce, cada beso.
Jack le acarició con los dedos los pezones y ella sintió que se derretía.
Continuó besándola hasta llegar al pecho izquierdo y se metió el pezón en la boca. Ella dejó caer la cabeza hacia atrás mientras Jack dibujaba círculos con su lengua. Oleadas de placer recorrieron su cuerpo, haciendo crecer su excitación.
Luego, él desvió su atención al otro pezón y lo lamió hasta que la respiración de Meri se hizo jadeante y sus piernas comenzaron a temblar.
Sin dejar de lamerle los pechos, Jack deslizó una mano hacia abajo. Ella separó las piernas y se preparó para el impacto de sentir sus caricias. Pero él no la tocó donde esperaba. Continuó bajando por los muslos y jugueteó con sus rizos.
Ella se agitó impaciente, deseosa de que la acariciara en aquella zona.
Pero él ignoró el sitio donde estaba húmeda. Le acarició el trasero, jugueteó con su ombligo, pero no tocó ninguna otra parte. Justo cuando estaba a punto de explotar, él se apartó un poco, se inclinó y la tomó en brazos. Antes de que pudiera recuperar el aliento, la llevó al dormitorio y la dejó sobre la cama. Luego, se arrodilló entre sus piernas.
La combinación de lengua, labios y aliento la hicieron gemir de placer. Jack comenzó a lamerla con la seguridad de un hombre que sabía lo que estaba haciendo y le gustaba. La tensión la invadió.
Un verano, cuando aún estaba en el colegio, consideró la idea de convertirse en medico, así que leyó varios libros de Medicina. Conocía los pasos biológicos que llevaban al orgasmo: la excitación, cómo la sangre calentaba la zona, el mecanismo que producía la hinchazón, la respuesta del sistema nervioso simpático.
Pero ninguna de aquellas palabras podía describir lo que sentía cada vez que Jack acariciaba aquella zona de su cuerpo.
Cada vez estaba más cerca. Jack se movía lentamente, con sabiduría, llevándola al límite y luego deteniéndose.
Una y otra vez estuvo a punto de alcanzar el orgasmo. Entonces, sin avisar, el comenzó a moverse más rápido. Los rápidos movimientos de su lengua la pillaron por sorpresa. No tuvo tiempo de prepararse para la súbita sacudida de placer.
Jack ralentizó sus caricias, pero no se apartó basta que tuvo el último espasmo y fue capaz de recuperar el aliento.
Abrió los ojos y se lo encontró mirándola. En cualquier otra circunstancia, su sonrisa la habría incomodado, pero teniendo en cuenta lo que acababa de hacer, no le importó.
Lo tomó por la camisa y lo atrajo hacia ella. Cuando él fue a hablar, acarició sus labios con un dedo, indicándole que permaneciera callado. Aquel momento era de silencio.
Una vez estuvo tumbado sobre su espalda, Meri le desabrochó la camisa y fue besándolo por el pecho hasta llegar al ombligo. Era cálido y sabía dulce. Luego, se acomodó a su lado para ocuparse de los vaqueros.
Su erección era tan poderosa que le costó trabajo bajarle la cremallera. Jack la ayudó a quitarse los pantalones y los calzoncillos.
Meri se arrodilló entre sus piernas, admirando la belleza de su cuerpo desnudo. Su erección la estaba llamando. Alargó la mano y acarició su longitud.
– No tengo protección -dijo él tomando su mano.
Ella sonrió.
– Venga, Jack. Soy yo. ¿Cuándo no he estado preparada para algo?
Meri abrió el cajón de la mesilla y sacó los preservativos que había puesto allí antes de darse el baño.
Unos segundos más tarde, con el preservativo en su sitio, se colocó sobre él, sintiéndolo en su interior.
– ¿De veras crees que voy a dejarte arriba? -preguntó él.
– Sí.
Él estiró los brazos, tomando sus pechos entre las manos.
– Tienes razón.
Ella rió y se balanceó, ajustándose a él. Al mismo tiempo, Jack comenzó a acariciarle los pezones. Con cada embestida. Meri estaba más cerca de alcanzar otro orgasmo.
Pronto sintió que Jack se tensaba bajo ella. Se agitó más rápido, buscando el objetivo común.
Él soltó sus pechos y la tomó por las caderas, sujetándola para marcar el ritmo. Estaba muy cerca, pensó mientras se concentraba en sentirlo dentro una y otra vez.
Unas sacudidas de placer comenzaron a estallar en ella, mientras él se movía cada vez más rápido hasta que comenzó a estremecerse.
Con sus cuerpos unidos, permanecieron así un rato. Luego, Jack se giró y se apartó.
Se quedaron mirándose fijamente.
– No iba a dejar que lo hicieras -murmuró.
– Lo sé. ¿Enfadado?
– No contigo.
¿Consigo mismo por haber faltado a la promesa de Hunter? Meri se quedó mirándolo para decirle que no importaba, cuando de repente se le ocurrió que quizá sí importaba.
– Jack…
– No digas nada.
Meri abrió la boca para decir algo, pero la cerró. No quería disculparse, pero sentía como si tuviera que decir algo.
– Tengo que irme -murmuró.
Se quedó mirando sus ojos oscuros y supo que, en realidad, quería quedarse. Aunque fuera sólo una noche, quería estar con él.
– Una vez fui a una bruja. Me dijo que un día estaría en la cama con un demonio. Siempre supe que se refería a ti. No es culpa tuya que hayas sucumbido. Es el destino.
Jack sonrió.
– ¿Crees en brujas?
– Creo en muchas cosas. Soy muy interesante.
– Sí, lo eres.
Ella suspiró.
– ¿Vamos a hacer el amor otra vez esta noche?
– Sí.
– Puedes ponerte arriba esta vez.