– Iba a usar el telescopio, pero es difícil ver las estrellas a plena luz del día.
Jack miró hacia el brillante cielo azul.
– Es un problema.
– Pensé en espiar a los vecinos, ya sabes, a ver si veo a alguien bañándose desnudo. Pero no me apetece.
Su mirada transmitía preocupación. Parecía triste e incómoda.
– ¿Quieres que hablemos?
Ella se encogió de hombros.
– Estoy confusa. Y antes de que me lo preguntes, te diré que no voy a decirte por qué.
– Me resultará difícil ayudarte si no sé qué te pasa.
– Quizá seas tú el problema.
– ¿Lo soy?
Ella suspiró.
– No, quizá un poco, pero el problema soy yo.
Jack se sentó en una silla junto a ella y se quedó mirando el lago.
– ¿Sabías que el lago Tahoe tiene una profundidad de más de un kilómetro?
– Alguien ha estado leyendo el folleto de la cámara de comercio -dijo ella sonriendo.
– Me aburría.
Meri lo miró.
– ¿Por qué no te has casado?
– Nadie me lo ha pedido -contestó él encogiéndose de hombros.
– ¿Acaso es que estás deseando que lo hagan?
– Probablemente no, no soy de los que se casan.
Meri sonrió.
– Claro que sí. Eres rico y soltero. ¿Qué dijo Jane Austen? Algo como que cualquier hombre soltero con una gran fortuna debería buscar una esposa. Ése eres tú. ¿No quieres casarte?
– Nunca he pensado demasiado en ello. El trabajo me mantiene ocupado.
– Lo que quiere decir que, si encuentras tiempo para pensar, buscas trabajo en el que refugiarte.
– A veces.
Le gustaba estar ocupado con sus negocios. Tenía algunos amigos con los que salía de vez, en cuando.
– ¿No dejas que nadie se te acerque? -preguntó ella.
– No.
– ¿Por lo que le pasó a Hunter?
Jack estiró las piernas frente a él.
– Sólo porque dormimos juntos no quiere decir que tenga que contarte todo lo que pienso.
– De acuerdo. ¿Es por culpa de Hunter?
– Eres insistente -dijo mirándola.
– Eso dicen. ¿Tengo que preguntártelo otra vez?
– Debería contratarte para hacer interrogatorios. Y sí, en parte es por Hunter.
– La gente muere, Jack.
– Lo sé. Perdí a mi hermano cuando era un niño. Eso lo cambió todo. Lo mismo pasó con Hunter. Se puso enfermo y murió.
No pretendía decirle la verdad. Pero ahora que lo había hecho, no le importaba que lo supiera.
La diferencia era que con su hermano, no había evitado que fuera al médico. Al descubrir Hunter la mancha oscura de su hombro, Jack había bromeado con él llamándolo quejica por querer hacérselo revisar. Así que Hunter esperó. ¿Qué habría pasado si el melanoma hubiera sido extirpado antes de que se propagara?
– Tú no mataste a Hunter -dijo Meri-. No es culpa tuya.
Jack se puso de pie.
– He acabado aquí.
Ella reaccionó rápidamente y le bloqueó la puerta. Era lo suficientemente menuda como para que él la apartara, pero por alguna razón no lo hizo.
– No murió por tu culpa -repitió-. Sé que es eso lo que piensas. ¿Estás anclado en el pasado? ¿Estás preocupado de enamorarte de alguien porque temes perder a otra persona querida? ¿Acaso piensas que estás maldito o algo así?
No quería amar ni ser amado. Era el precio que tenía que pagar por lo que había hecho. O mejor dicho, por lo que no había hecho.
– No quiero mantener esta conversación -dijo él-. Apártate.
Ella levantó la barbilla. Parecía un gato haciendo frente a un lobo.
– Apártame tú.
– No me das miedo -dijo él.
– Pero seguramente estás deseando besarme, ¿verdad?
Tenía razón. Quería besarla, quería hacerle muchas cosas. Pero, en vez de actuar, decidió cambiar de conversación.
– Andrew parece agradable.
– Venga, por favor. Lo odias.
– Para odiarlo tendría que pensar en él. Y no lo hago.
– ¿Y eso de mostrarte como si tú me conocieras mejor?
– No sé de qué estás hablando -dijo, aunque no era cierto.
El mostrarse dominante desde el primer momento era la mejor manera de ganar.
– Y dicen que las mujeres somos complicadas… -murmuró Meri.
Capítulo Ocho
Meri bajó y encontró a Andrew esperándola en el salón y a su equipo trabajando en el comedor. La elección debería ser sencilla: trabajo o estar con el hombre que había viajado desde tan lejos para verla.
Se decidió por irse a la cocina. Buscó en el listín telefónico e hizo un par de llamadas.
– Vamos a tomarnos la tarde libre -anunció a su equipo al entrar en el comedor.
– Bien -dijo Andrew apareciendo por detrás de ella y tomándola del hombro. Por fin solos.
– No exactamente -dijo sonriendo-. Escuchad, el autobús llegará pronto y os llevará al hotel. Quiero que os pongáis los bañadores. No olvidéis el protector solar.
Donny sonrió.
– ¿Vas a hacernos estar al aire libre otra vez, verdad?
– Así es.
Hubo un montón de quejas, pero todos sabían que no conseguirían nada discutiendo con Meri.
– Acabemos con esto cuanto antes -dijo alguien-. Así podremos volver a trabajar lo antes posible.
– ¿Vas a llevarlos al lago? -preguntó Andrew cuando el grupo se fue-. ¿Estás segura?
– Saben nadar -dijo-. Puede que no se les dé bien, pero pueden hacerlo. No es bueno estar todo el día encerrados en una habitación. Pasar un tiempo al aire libre aclara las ideas. Un poco de actividad física les vendrá bien.
Andrew la atrajo hacia él.
– Tú me vienes bien a mí. ¿No me has echado de menos, Meredith?
– Sí, pero quizá no tanto como debería haberlo hecho -contestó con sinceridad.
– Te he dejado demasiado tiempo. Sabía que no te tenía que haber escuchado cuando dijiste que necesitabas un respiro.
– Tenía algunas cosas que hacer.
Él le acarició la mejilla.
– Creo que voy a tener que reconquistarte.
Aquellas palabras deberían haber derretido su corazón, pero no fue así. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué Andrew no la conmovía? Era una pregunta que necesitaba una respuesta.
Una hora más tarde, estaban en el lago. Meri los contó para asegurarse de que nadie se había perdido y se sorprendió al ver que Jack los había acompañado.
– Colin me dijo que no debía perdérmelo -dijo al verla acercarse.
– Tiene razón.
Le costaba hablar, lo que probablemente fuera debido a lo bien que estaba Jack en bañador y camiseta. Por lo que recordaba de la noche anterior, prácticamente todo su cuerpo estaba bronceado.
No debía pensar en Jack. Tenía que pensar en Andrew y en lo dulce que era. Aunque al parecer, había decidido no disfrutar de una tarde en el lago.
– ¿Que vamos a hacer? -preguntó Betina, que llevaba unos pantalones cortos y la parte superior de un biquini.
– Eso -dijo Meri señalando las motos acuáticas que se acercaban hacia ellos.
– Empollones en el agua -comentó Colin-. ¿En qué estabas pensando?
– En pasarlo bien.
– El sol me quemará.
Jack se acercó.
– Me gusta -dijo-. ¿Les enseñarán a conducirlas?
– Sí, y haré que todos lleven chaleco salvavidas. Será divertido.
Él arqueó las cejas.
– ¿Siempre les obligas a hacer alguna actividad física?
– Más o menos. Yo tampoco soy una persona atlética, pero lo intento. No podemos estar todo el día encerrados.
– El año pasado nos hizo esquiar -dijo Colin mirando las motos-. Norman se rompió una pierna.
– Es cierto -dijo Betina -. Aún hoy camina con una cojera.
– Pero se lo pasó bien -dijo Meri poniendo los brazos en jarras. Todavía habla de aquel día, ¿no? Vamos a divertirnos y no permito quejas.