A Jack le gustaba la manera en que se imponía a los demás y cómo no les quedaba más remedio que aceptar. Meri era una extraña líder, pero estaba al mando.
– ¿Dónde está Allen? -preguntó Jack.
– Andrew -lo corrigió-. No le gustan los deportes en grupo.
– ¿No le gusta jugar en equipos?
– Juega al tenis.
– Entiendo.
– ¿Que quieres decir? -preguntó ella mirándolo.
– Nada. Estoy seguro de que tiene un buen revés.
– Pertenece a un club de campo. Estuvo a punto de ser jugador profesional.
– ¿Que pasó? ¿Tenía miedo de despeinarse?
– No, quería hacer algo más con su vida.
– No logró entrar en el circuito.
– Estuvo a punto.
– Estoy seguro de que eso lo reconforta.
– Mira, no todos podemos ser físicamente perfectos.
Le gustaba pincharla y sonrió.
– Crees que soy perfecto.
– Eres irritante.
– Lo soy.
Ella se giró dándole la espalda. Jack seguía esperando a que Bobbi Sue le enviara el informe sobre Andrew. Tenía la corazonada de que no iba a recibir buenas noticias. ¿Le creería Meri cuando le contara la verdad?
Se negaba a pensar que Andrew era un hombre decente.
Los monitores acercaron las motos hasta la orilla.
– Estamos buscando a Meri -dijo el más alto y bronceado.
– Estoy aquí -dijo ella saludándolos con la mano-. Este es mi equipo. Son muy inteligentes, pero nada deportistas. Como yo.
Ella sonrió y el hombre le devolvió la sonrisa. La miró de arriba abajo, se colocó las gafas de sol y se dirigió a ella.
Jack se interpuso entre ellos y puso una mano en el hombro del muchacho.
– No tan deprisa.
– Lo siento -dijo el monitor dando un paso atrás.
– Está bien.
Meri arqueó las cejas.
– Me estás defendiendo de un hombre en una moto acuática. ¡Que romántico!
– Estoy impresionada -dijo Betina-. Te podía haber llevado al otro lado del lago. ¿Quién sabe? Quizá no te hubiéramos vuelto a ver.
Jack las miró, sin lograr entender que había querido decir.
– Te has precipitado -continuó Betina entre susurros-. Ella sola podía haber manejado la situación.
– Tan sólo hago mi trabajo.
– Sí, claro -dijo Betina.
Meri suspiró.
– Sigamos con lo que hemos venido a hacer -dijo y, dirigiéndose al monitor, añadió-: Lléveselos y explíqueles bien lo que van a hacer.
– Claro.
Jack tomó a Meri de la mano y la llevó hacia una de las motos acuáticas.
– Ven conmigo.
– ¿Pretendes hacerte el macho y mostrarte al mando? Es inesperado, pero divertido.
Ahora, era ella la que se burlaba de él. Lo cual era justo, pensó Jack mientras se ponía el chaleco salvavidas y empujaba la moto al agua.
– Está fría -dijo Meri al contacto con el agua.
– Es agua de deshielo y el lago es profundo. ¿Qué esperabas?
– Me congelaré.
– Estarás bien. Agárrate.
Se sentó tras él, puso los pies en la plataforma y lo rodeó con sus brazos por la cintura. Cuando estuvo colocada. Jack encendió el motor y puso la moto en funcionamiento.
Meri se inclinó hacia él, rozándole con sus muslos. Jack la imaginó desnuda y ansiosa. Por una vez, no apartó aquel pensamiento de su cabeza y deseó hacer realidad la fantasía.
Luego, volvió a la playa, donde les estaban enseñando a los demás cómo manejar las motos.
Había una nueva incorporación al equipo. Había un pequeño bote en la playa y Andrew estaba a un lado, mirando a Meri.
– ¿Qué tal algo más potente? -preguntó, señalando hacia el barco de veinticinco pies que estaba anclado en aguas profundas.
Meri se bajó de la moto y se quitó el chaleco salvavidas.
– Tengo que quedarme aquí -le dijo Meri-. Esto es idea mía.
Andrew miró a su alrededor.
– La brigada de empollones estará bien -dijo tomándola de la mano-. Venga, será divertido.
Jack quería interponerse entre ellos del mismo modo en que lo había hecho con el monitor. Pero esa vez era diferente. Aquel era el hombre con el que Meri quería casarse. Y hasta que lograra demostrar que Andrew sólo estaba interesado en su dinero, no podía hacer nada para detenerla.
– Ve -dijo Jack-. Me ocuparé de los demás.
– No necesitamos que nadie nos cuide -protestó Colin, aunque al momento se encogió de hombros-. Bueno, quizá sí.
Meri miró a Jack.
– ¿Estás seguro?
– Ve, estaremos bien.
Ella asintió y ayudó a Andrew a empujar el pequeño bote al agua. Luego se subió a él. Andrew encendió el motor y al momento se fueron.
Colin se quedó mirándolos.
– Odio cuando se la lleva. No es lo mismo sin ella.
Jack odiaba tener que admitir que estaba de acuerdo.
Meri dejó los platos en la encimera junto al fregadero. Se había quedado llena después de acabar con la comida mexicana que habían comprado para la cena y ligeramente mareada por la margarita que había tomado. Su equipo había tomado alcohol dos veces en la misma semana. Si no tenía cuidado, iban a descontrolarse.
Sonrió ante aquella idea y contuvo el aliento al sentir que alguien llegaba por detrás y la tomaba por la cintura. Al principio pensó que sería Jack, que prácticamente la había ignorado durante toda la tarde. Pero al percibir su aroma y sentir la presión del cuerpo que tenía detrás de ella, supo que no era él.
– Andrew -dijo soltándose de su abrazo-. ¿Has venido a ayudarme a recoger la mesa?
– No, no tienes que hacer eso. Deja que otro lo limpie.
– No me importa. He estado fuera toda la tarde.
– Lo dices como si fuera algo malo. ¿No lo has pasado bien conmigo?
– Sí, claro.
Se habían ido con el barco hasta el centro del lago, habían echado el ancla y habían disfrutado de una comida ligera bajo el sol. Luego se habían estado bronceando. ¿Qué había en todo ello que no fuera agradable?
No había dejado de estar atenta a la costa para ver lo que pasaba allí y asegurarse de que sus amigos estaban bien.
– Vayamos a divertirnos un rato más -dijo Andrew tomándola de la mano-. Vayamos a mi hotel.
– Tengo que quedarme aquí -dijo ella haciéndose a un lado.
– ¿Por qué?
– He estado fuera toda la tarde.
– Han sobrevivido. Meredith, no eres su animadora.
– Lo sé, pero soy responsable de ellos.
– ¿Por qué? Son adultos.
Cierto, pero eran su equipo.
– Mira, quiero quedarme aquí.
Él la miró a los ojos.
– ¿Cómo voy a reconquistarte si te niegas a estar a solas conmigo?
Interesante cuestión. ¿Acaso quería que la reconquistara?
Claro que sí, se dijo. Se trataba de Andrew, del hombre con el que pensaba casarse. Se había acostado con Jack y estaba preparada para continuar con su vida. Ahora ya podía comprometerse. ¿Por que no hacerlo con Andrew?
– Tengo una suite maravillosa con vistas -dijo el-. Si no quieres que vayamos a mi habitación, podemos ir al casino y jugar un poco. Si no recuerdo mal, te encanta jugar al blackjack.
Era cierto. No llevaba la cuenta de las cartas, pero tenía una gran memoria.
Jack entró en la cocina y sonrió al ver a Andrew.
– ¿Sigues aquí?
Andrew se acercó a ella.
– ¿Estás tratando de librarte de mí?
– Dejaré que sea Meri la que lo haga -dijo y, girándose hacia ella, añadió-: Estamos a punto de jugar al juego de las verdades. Sé que es tu favorito. ¿Te vienes?
– Vamos a jugar al casino -replicó Andrew.
Meri miró a los dos hombres. Ambos eran maravillosos a su manera, pero muy diferentes.
– Estoy cansada -le dijo Meri a Andrew-. Preferiría quedarme esta noche.
– Me voy al casino sin ti.