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Ella lo tomó del brazo.

– Puedes quedarte si quieres.

Andrew miró hacia el comedor, donde Colin discutía de sus teorías.

– No, gracias -dijo Andrew, y se dirigió a la puerta.

– Es culpa tuya -dijo Meri girándose hacia Jack.

– ¿Que he hecho?

Meri soltó un soplido y corrió tras Andrew.

– No seas así -le dijo en el porche.

– ¿Cómo? Hace semanas que no te veo y quiero pasar un rato a solas contigo. La última vez que hablamos por teléfono me dijiste que todo iba bien. Pero ahora me doy cuenta de que no es así. ¿Nos dimos un respiro o pretendías romper conmigo? Si eso es lo que quieres, tan sólo tienes que decírmelo.

Meri abrió la boca para decir algo, pero la cerró. Andrew era perfecto para ella en muchos aspectos. Él era el hombre que estaba buscando. Además, le había hecho investigar y no había nada en su pasado que indicara que iba tras su herencia. Hombres como él eran difíciles de encontrar.

Seis meses atrás había estado casi segura. Así que, ¿cuál era la diferencia ahora?

Era una pregunta estúpida, pensó. Jack era diferente. Se suponía que después de estar con él, todo estaría más claro, pero no había sido así.

– No estoy intentando romper contigo -le dijo-. Me alegro de que estés aquí. Sólo necesito un tiempo para acostumbrarme a la idea de que somos pareja.

– Difícil de hacer cuando estamos separados.

– Entonces, quédate.

– Ven al hotel conmigo, Meredith.

– No puedo. Andrew…

Él se fue hacia su coche.

– Volveré, Meredith. Creo que merece la pena luchar por ti. Lo que tienes que pensar es si de verdad quieres que siga haciéndolo.

Se quedó viendo cómo se iba y de repente la puerta se abrió y apareció Betina.

– ¿Problemas con los hombres?

– ¿Cuándo se calmará mi vida amorosa?

– Prácticamente nunca. ¿Por qué se ha enfadado?

Meri la miró.

– Nunca te ha gustado, ¿verdad?

– No me gusta. Creo que es muy arrogante. Pero es bueno contigo y ha pasado tu rigurosa inspección, así que lo demás no importa.

– Pero no te gusta.

– ¿Tiene que gustarme? -preguntó Betina.

– ¿Te gusta Jack?

– ¿Estás haciendo una comparativa?

– No, es sólo curiosidad.

– Sí, me gusta Jack -contestó Betina después de pensarlo unos segundos.

– A mí también -dijo Meri y, levantando la mano, añadió-: No empieces con que ya sabías que iba a gustarme. No es eso. Esta vez es diferente.

– ¿Qué vas a hacer?

– Nada. Jack y yo somos amigos. La pregunta es: ¿qué quiero de Andrew?

Siguió a Betina al interior, donde el resto las esperaba sentados en los sofás. Había dos fuentes llenas de trozos de papel en mitad de la mesa de café. Eran parte del juego de las verdades.

Puesto que era la primera vez que Jack jugaba a aquel juego, le dejaron ser el primero.

Sacó un papel.

– ¿Has ido alguna vez a una convención disfrazado? -leyó y, girándose a Meri, añadió-: ¿Es esto lo más fuerte que se os ocurre?

Ella rió.

– Para ti no es importante, pero en esta habitación hay gente que se sabe todos los secretos de Star Trek.

Jack dejó el papel.

– No.

– Esa pregunta no era para ti -protestó Colin.

– Lo cual quiere decir que debe de haber otra pregunta sobre hacerlo con unas gemelas.

Meri estiró el brazo y sacó un papel.

– ¿Te han dejado alguna vez plantada?

Todos se quedaron callados mientras Meri recordaba algo que le había pasado con dieciocho años. Aquel día se había puesto su vestido más bonito, aunque de una talla demasiado grande para su corta estatura. Se había arreglado el pelo, se había puesto maquillaje y había acudido al restaurante donde había quedado con un compañero de su clase de Física, que tras dos horas de espera, no había aparecido. Al día siguiente, él se comportó como si nada hubiera pasado y ella nunca tuvo el coraje de preguntarle si se le había olvidado o si lo había hecho a propósito.

Jack se inclinó hacia delante y le quitó el papel.

– No va a contestar esta pregunta. Éste es un juego estúpido.

– No me importa.

– A mí sí. Les contaré lo de las gemelas.

Todos los chicos se inclinaron hacia delante.

– ¿De verdad? ¿Con gemelas? -preguntó Robert.

– Está bien, Jack.

– No, lo que ocurrió es privado.

¿Cómo sabía lo que había pasado? En aquella temporada, él no estaba cerca. De hecho, tras aquel plantón, se había decidido a cambiar y al día siguiente se había apuntado a un gimnasio.

Empezó a contarlo, pero de pronto no pudo hablar. Su garganta se cerró como si tuviera un catarro o estuviera a punto de llorar. ¿Qué le estaba pasando?

– Disculpad -dijo, y salió de la habitación en dirección a la cocina para tomar un vaso de agua.

Era el estrés, se dijo. Estaban pasando demasiadas cosas.

Oyó pasos y, al girarse, vio que Colin entraba en la estancia.

– ¿Estás bien? -preguntó él-. Siento la pregunta. No era para ti. Esperaba que fuera para Betina.

Algo dentro de Meri estalló.

– Ya me he cansado de ti. Mira, eres un hombre adulto interesado en una mujer que piensa que eres fantástico. Por el amor del cielo, haz algo.

Él abrió la boca y luego la cerró.

– No puedo.

– Entonces, no te la mereces.

Capítulo Nueve

Meri necesitaba café más que oxígeno. Había sido otra larga noche, pero no por motivos divertidos. Había dado vueltas y más vueltas, sin saber qué hacer con su vida, algo que no le había ocurrido en años.

Se suponía que todo debía estar en orden ya. Se suponía que tenía que conocer su corazón tan bien como su cabeza. ¿O por ser tan lista estaba destinada a ser tonta en otros aspectos?

El café acababa de romper a hervir cuando alguien llamó a la puerta. No había visto a nadie más todavía, así que fue hasta la puerta y la abrió.

Andrew estaba en el porche. Llevaba una rosa roja en una mano y un mono de peluche en la otra.

– Quizá ayer no me comporté como debía -dijo encogiéndose de hombros-. Quiero que las cosas funcionen entre nosotros.

Meri no sabía qué decir. A pesar de que se sentía aliviada por no tener que discutir, no estaba de humor para arrojarse en sus brazos. Lo que quería decir que tenían muchas otras cosas que arreglar.

– Andrew, estoy muy confundida -dijo-. Tienes razón. Hemos estado separados demasiado tiempo.

– ¿Hay alguien más?

– No -respondió sin pensar, y después tuvo que preguntarse si era verdad.

Jack, no, se dijo. Sí, habían intimado, pero sólo una vez. Él era parte de su pasado. El problema era que Andrew quizá no fuera su futuro.

Andrew le entregó el mono.

– Te he comprado esto. Pensé que te haría sonreír.

– Es adorable -dijo tomando el ridículo muñeco-. ¿Y la rosa?

– Es para mí. Tengo pensado llevarla entre los dientes.

Meri rió. Andrew siempre la hacía reír. ¿Acaso no era eso bueno? ¿No debería desear estar con él?

– ¿Quieres café? -preguntó-. Tengo la cafetera puesta.

– Claro -dijo, pero de repente, su teléfono móvil comenzó a sonar-. Disculpa, es un asunto de trabajo. Dame diez minutos.

Ella asintió y regresó dentro con el mono en las manos. Al llegar a la cocina, vio que no estaba vacía. Colin estaba sirviéndose un café. Llevaba vaqueros y una camisa abierta. Pero no era su inusual atuendo lo que en realidad le llamó la atención. Era su actitud, la manera en que levantaba la cabeza y cuadraba los hombros.

– Colin.

Él se giró y le sonrió.

– Buenos días.

Su tono de voz era diferente. Era calmada y segura. Era un hombre en paz consigo mismo y con el universo.

– Te has acostado con Betina.

– No ha sido sólo sexo, Meri. Ha sido hacer el amor. Es increíble. Es la mujer a la que llevaba esperando toda la vida.