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Ella se encogió de hombros y giró la cabeza hacia la ventana. Jack no sabía si miraba hacia fuera o no. Tenía la sensación de que estaba llorando, lo que le hizo sentirse muy mal.

– Andrew se ha ido.

– Déjame adivinar. Le has pagado para que lo hiciera.

– No confiaba en que lo hiciera voluntariamente.

– ¿No confiabas en que fuera capaz de resistirme a él? ¿Tan débil piensas que soy?

– Estás muy enfadada conmigo. No sé hasta dónde estabas dispuesta a llegar para castigarme.

Meri se llevó las rodillas al pecho.

– Nunca me iría con un hombre que me ha engañado o que ha tratado de tomarme el pelo.

– No estaba seguro.

– ¿Cuánto?

Podía haber mentido, podía haber dicho que no había habido dinero de por medio. Pero quería ser sincero con ella.

– Cinco millones.

Meri no se sorprendió.

– Le diré a mi contable que te envíe un cheque.

– No tienes por qué pagármelo. Quería que estuvieras a salvo. Es lo que siempre he querido.

– ¿Por tu promesa a Hunter?

– Sí.

– Pero no por mí.

No sabía qué le estaba preguntando, así que no respondió.

– ¿A cuántos hombres más has tenido que pagar? -continuó Meri-. ¿Cuántas otras veces te has inmiscuido en mi vida?

– Dos veces.

– ¿Aquellos que rompieron conmigo sin motivo?

– Imagino, pero no conozco los detalles.

Meri se puso de pie y se enfrentó a él.

– Claro que no. ¿Por que molestarte cuando tienes empleados? Debe de ser muy incómodo estar tan cerca de mí en estos momentos. La distancia hace que todo es más sencillo. No tienes que lidiar con sentimientos.

Meri lo golpeó en el pecho.

– ¡Maldito seas! Odio todo esto. ¿Sabes cuánto lo odio? Para ti no era ni una persona. Ni siquiera te molestaste en involucrarte tú mismo.

– No fue así. Quería que estuvieras a salvo. No quería que acabaras con el hombre equivocado.

– ¿Y sabías quién era el hombre equivocado?

– Sí.

Meri dejó caer los brazos a los lados y lo miró con lágrimas en los ojos.

– ¿Quién es el hombre adecuado? ¿Acaso existe?

– No lo sé.

– Eres tú.

– No, no lo soy.

– Lo eres para mí -dijo y se giró-. No deberías haberlo hecho, Jack. Es un juego de ganar o perder. Todo o nada. No puedes quedarte en el medio. Hunter estaría desilusionado, al igual que lo estoy yo. Habría sido mejor desaparecer. Al menos, eso habría sido honesto. Yo lo habría respetado.

– No necesito tu respeto -dijo, pero de repente se dio cuenta de que no era así.

Por alguna razón, la opinión de Meri le importaba. Al igual que la de Hunter.

Se fue hacia la puerta y se detuvo.

– No sabía cómo estar ahí para ti, Meri. No sabía cómo mirarte junto a la tumba de Hunter y decirte lo mucho que lo sentía. Siempre estuve cuidando de ti.

– Eso no era consuelo cuando estaba sentaba en mi habitación de la universidad, el día de Navidad, sin otro sitio al que ir -dijo-. Y hay algo más aparte de sentirte culpable por la muerte de Hunter. Nunca te gustó que estuviera enamorada de ti.

Jack recordó aquella tarde de su diecisiete cumpleaños y cómo le había abierto su corazón.

– No sabía cómo ayudarte. No podía ser el hombre que querías.

– Dime la verdad, Jack. No podías soportarme porque era fea y gorda.

Su dolor había aumentado. Jack podía sentirlo. No le gustaba que nadie se le acercara demasiado. No quería que nadie supiera la verdad sobre él ni conociera la soledad de su corazón.

Se acercó a ella y la tomó por los brazos, obligándola a mirarlo.

– ¿Se te había pasado por la cabeza que me gustabas mucho? ¿Que veía la mujer en la que podías convertirte y me daba cuenta de que nunca estaría a tu altura? ¿Alguna vez se te ocurrió que al defraudar a Hunter sabía que os perdería a ambos?

Los ojos de Meri se llenaron de lágrimas.

– No seas cruel. No quieras hacerme creer que te importaba.

– Me importabas. Éramos amigos. Siempre me pregunté si podía haber habido algo más entre nosotros, hasta que me di cuenta de que era imposible después de lo que hice. Le defraudé a él y a ti también. Lo sabía y no pude enfrentarme a ninguno de los dos.

Jack se dio media vuelta y se fue a la puerta.

– Te mentí sobre Hunter. Pienso en él todos los días -añadió.

Hizo ademán de agarrar el pomo de la puerta, pero en vez de eso sintió algo cálido. De alguna manera, Meri se había puesto frente a él y le acariciaba el rostro, los hombros y el pecho.

– Jack, tienes que olvidarlo. No hiciste nada mal. Hunter no habría querido que sufrieras de esta manera.

– No sé qué más hacer para arreglarlo -admitió.

– ¿Te vas a estar culpando toda la vida?

Él asintió.

– Tienes razón -susurró Meri-. Soy la más lista en esta relación -añadió y lo besó.

Jack trató de resistirse. Estar con ella era lo último a lo que tenía derecho. Pero su boca era suave e insistente y sus manos lo atraían hacia ella. Era guapa e inteligente, ¿Cómo iba a poder resistirse?

Meri acarició con la lengua los labios de Jack, encendiendo su deseo. Sabía que durante unos minutos podría olvidar el pasado y vivir el presente.

– Eres un hombre difícil de convencer -murmuró tomando la mano de Jack y llevándosela al pecho.

Capítulo Once

Meri sonrió al tomarla Jack entre sus brazos y llevarla a la cama. La dejó, se inclinó sobre ella y la besó con tanto deseo que ella se olvidó de todo, menos del momento y de cómo aquel hombre la hacía sentirse.

Su boca era firme y su lengua, insistente. La acarició por todos los sitios, quitándole la ropa hasta que estuvo completamente desnuda. Luego continuó deslizando una mano por su piel, excitándola con cada roce.

Era como ser atacada por una bestia sensual, consiguiendo lo que quería con sus furtivos ataques. Meri se retorcía de placer, unas veces riendo y otras gimiendo. Por fin lo hizo detenerse, rodeándolo por la cintura con las piernas y manteniéndolo firme sobre ella.

– Estás jugando conmigo -murmuró ella mirándolo fijamente.

– Dime que no te gusta -respondió Jack curvando sus labios.

– No puedo.

– Meredith.

Jack comenzó a besarla. Meri separó las piernas, dando la bienvenida a su lengua y a la excitación que sus caricias le provocaban. Luego, agarró su camisa y se la hizo quitar.

Lo siguiente fueron los vaqueros y después los calzoncillos. Cuando estuvo tan desnudo como ella, Jack abrió el cajón de la mesilla. Los preservativos estaban debajo del libro que Meri estaba leyendo.

Pero en vez de ponerse uno, se colocó a un lado y acarició su pecho derecho con los labios, a la vez que deslizaba una mano entre sus muslos y acariciaba su parte más sensible.

Meri abrió las piernas y trató de mantener la respiración mientras él exploraba su centro. La besó apasionadamente sin dejar de acariciarla. Con cada roce, su cuerpo se tensaba más y anunciaba un orgasmo que haría que el mundo temblara.

Intentó mantener la respiración, pero sentía una presión en el pecho que le hacía difícil respirar. Cuanto más cerca estaba, su corazón más se encogía, hasta que llegó al punto de no retorno.

Meri se estremeció y su orgasmo la hizo olvidar todo excepto una cosa: su amor por Jack. A través de las oleadas de placer, esa verdad se afianzó y se preguntó cómo había logrado convencerse de lo contrario. Claro que lo amaba. Lo amaba desde el primer momento en que lo había visto y durante los once años que habían pasado separados. Nunca había amado a ningún otro.

Su cuerpo se tranquilizó, pero no su mente. Ni siquiera cuando Jack se puso el preservativo y la penetró. Le hizo el amor a un ritmo constante, provocando una sensación de locura en la que deseó perderse.

Pero el sentir el cuerpo de Jack sobre el suyo no era suficiente para despejar su cabeza, ni las oleadas de placer, ni el calor, ni los gemidos.