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Meri se aferró a él, deseando que el tiempo se parara. Si al menos eso fuera posible… Pero no lo era. Conocía lo suficiente acerca del universo como para saber que todo estaba en marcha y que no había nada estático.

Lo que quería decir que, con el tiempo, su dolor desaparecería. Porque lo otro que sabía con toda certeza era que Jack nunca la amaría.

Jack inspiró el aroma corporal de Meri mientras acariciaba su cara. Era muy guapa, siempre lo había sido.

Se quitó de encima de ella para no partirle una costilla y dobló el codo, colocando la cabeza sobre su mano y preguntándose qué debía decir. ¿Qué pasaba ahora?

Ella se incorporó y tomó su ropa.

– ¿Adónde vas? -preguntó-. ¿Tienes una cita?

Sonrió mientras hablaba, pero cuando Meri lo miró, su sonrisa se borró. Algo no iba bien, podía verlo en sus ojos azules.

– ¿Qué? -preguntó él.

– Tengo que irme.

– ¿Adónde?

– Me voy. Ambos sabemos que esto no es lo que quieres. Nunca has sido hombre de compromisos. No sé si es que no quieres o no puedes. Quizá en parte sea por la culpabilidad que sientes hacia Hunter, aunque la verdad es que no tengo ni idea de cuáles son los motivos reales.

Ella parpadeó varias veces y después tragó saliva.

– No puedo quedarme contigo, Jack.

Pero él no quería que se fuera.

Meri empezó a ponerse la ropa.

– Esto es una locura. No sé en qué estaba pensando. Tenía un buen plan. Betina me advirtió, pero no la escuché. Se supone que yo soy la lista.

– ¿De qué estás hablando?

– Tienes que dejarlo -dijo ella poniéndose la camiseta-. No quiero que sigas espiándome. Sé que lo hiciste para cuidarme, pero tienes que dejarlo. Soy una mujer adulta y puedo cuidar de mí misma. Si cometo algún error, ya lo resolveré. Deja de protegerme.

– No quiero hacerlo.

– Esto no tiene nada que ver contigo.

No lo entendía. Acababan de hacer el amor y había sido fantástico. ¿Por qué se iba?

– ¿Así, sin más? -preguntó enfadado.

– Así, sin más -dijo poniéndose las sandalias-. Adiós, Jack.

Y se fue.

Jack se quedó mirando hacia la puerta. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué acababa de ocurrir? No podía irse, no así.

Tomó su ropa y se la puso. ¿Seguiría enfadada por lo de Andrew? ¿O era por el hecho de que la hubiera estado vigilando?

Debería estar agradecida, se dijo mientras subía la escalera a su despacho. La había cuidado, la había mantenido a salvo. Eso tenía su valor, pero Meri era muy testaruda para admitirlo.

Todavía enfadado, encendió el ordenador e hizo todo lo posible por concentrarse en el trabajo. Era lo mejor que podía hacer en aquel momento.

Meri entró en la habitación de Betina sin llamar. Fue después de oír unos ruidos cuando se dio cuenta de que había interrumpido algo.

– Lo siento -dijo y se dio media vuelta.

No había visto nada puesto que las lágrimas la cegaban.

– Espera -dijo Betina-. No te vayas.

– Estoy molestando.

– No.

Su amiga la agarró y la atrajo hacia sí.

– ¿Que ha ocurrido? -preguntó Betina acariciando el pelo de Meri-. ¿Que te ha dicho Jack?

– Nada. No ha hecho falta que lo hiciera. He sido una estúpida. Tenías razón en todo. No buscaba venganza. Le amo. Le he amado durante años. Él es la razón por la que no puedo comprometerme con nadie más. Le quiero. Tenía miedo de admitirlo y vine aquí con la estúpida idea de darle un escarmiento.

Meri se sentó en el suelo y dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Sentía mucho dolor. Era como si alguien le hubiera abierto el techo y le hubiera sacado el corazón.

– ¿Cómo puedo ser tan lista y tan estúpida al mismo tiempo?

– Porque eres humana y nadie es lo suficientemente listo en lo que a asuntos del corazón se refiere.

Aquello tenía sentido, se dijo, deseando que hubiera pasado un año para no sentir dolor. Aunque no esperaba que desapareciese. Tenía el presentimiento de que estaría enamorada de Jack de por vida.

– No me quiere -susurró-. Nunca me ha querido. Pensé que era por la diferencia de edad o por mi aspecto, pero ahora no estoy segura. A lo mejor es por mí.

Lo que le causaba aún más dolor. No podía cambiar su forma de ser.

– Es un idiota -dijo Betina.

– No, es tan sólo un hombre que no puede enamorarse de mí -dijo Meri respirando hondo-. Tengo que irme. No puedo quedarme aquí. Tenemos que irnos a otro sitio a trabajar. Quizá al sur, a Pasadena.

– No te preocupes. ¿Quieres que vaya contigo?

Meri se las arregló para sonreír a su amiga.

– No. Quiero que te quedes con Colin y disfrutéis de vuestro amor.

Jack trabajó hasta la noche. Cuando se dio cuenta de que ya no podía ver otra cosa que no fuera la pantalla de su ordenador, se levantó y se estiró. Fue entonces cuando se dio cuenta del silencio que había en la casa.

Un gran desasosiego lo invadió mientras bajaba la escalera hacia la habitación de Meri.

Todo estaba igual a excepción de la cama. Las sábanas habían sido quitadas y las mantas estaban dobladas. El armario estaba vacío y también los cajones. Se había ido.

Corrió al piso de abajo y se encontró a Betina recogiendo las cosas del comedor.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó.

– Nos vamos -dijo sin mirarlo.

– ¿Todos?

– Terminaremos el trabajo en otro sitio.

– ¿Dónde está? No puede irse. Tiene que quedarse todo el mes.

Lo sabía desde el principio. Ella también tenía que permanecer allí, como él. No podían escapar el uno del otro.

Betina lo miró.

– No tiene que quedarse aquí. Eso es sólo algo que se inventó. La donación de Hunter no tiene nada que ver con ella.

– ¿Le había mentido acerca de quedarse? ¿Por qué? ¿Para que él no la obligara a marcharse?

– ¿Dónde está? -preguntó de nuevo.

– No voy a decírtelo. Cuando quiera que lo sepas, ella misma te lo dirá.

No entendía nada. ¿Por qué había ido Meri hasta allí? ¿Por qué irse ahora?

– ¿Es por Andrew? -preguntó Jack-. ¿Está enfadada porque le conté quién era?

– Es un problema de los hombres, ¿verdad? Me refiero a la imposibilidad de comprender los sentimientos. No puedo creer que seas tan estúpido -dijo sacudiendo la cabeza.

– ¿De qué estás hablando?

– De nada -dijo-. Meri vino hasta aquí pensando que cerraría un capítulo de su vida. De alguna manera lo ha hecho. Ha estado enamorada de ti todos estos años. Pero en realidad no era de ti de quien estaba enamorada, sino de la persona que pensó que serías. Meri disfruta de la vida. Ama y la aman. Se preocupa por la gente. Pensó que tú serías así, pero estaba equivocada y ahora se ha ido.

¿Meri le quería? No era posible, no después de lo que había hecho. No después de defraudarla una y otra vez.

– No puede amarme.

– Es lo que no dejo de decirle, pero no me escucha -dijo Betina cerrando una caja-. Ya he acabado aquí. Colin y yo nos iremos dentro de una hora. Entonces, tendrás la casa para ti solo. Te quedan algunas semanas, ¿verdad? Espero que disfrutes del tiempo que te queda.

Betina se dio la vuelta para irse, pero Jack la tomó del brazo.

– No puedes irte así. Tiene que haber algo más.

– ¿Por qué? Tú eres el que no quiere que haya más. Meri no te importa. Es tan sólo la hermana pequeña de Hunter, ¿no? Una molesta responsabilidad. Tu problema es que no sabías lo que tenías hasta que lo has perdido y ahora ella se ha ido para siempre. Adiós, Jack.

La soltó y dejó que se fuera, puesto que no había nada más que decir.

Se quedaría tranquilo aquellos días. Le quedaban tres semanas y luego regresaría a Texas y se concentraría en el trabajo. Se mantendría ocupado y olvidaría. Se le daba bien olvidar.