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Tres días más tarde, Jack se sentía al borde de la locura. La casa estaba vacía, demasiado vacía. El silencio le incomodaba. Incluso extrañaba a los amigos de Meri. Echaba de menos los argumentos sobre la teoría de cuerdas y los papeles llenos de ecuaciones.

Echaba de menos la manera en que Meri animaba a todos a salir fuera y disfrutar de la vida, su voz, su risa, su forma de moverse. Extrañaba su sentido del humor, su inteligencia y cómo su sonrisa podía iluminar toda una habitación.

No era la adolescente que había conocido años atrás, la joven que tanto lo había intrigado a la vez que asustado. No sólo porque era la hermana de Hunter, sino porque parecía esperar lo mejor de él y de todos los que formaban parte de su mundo.

Durante un tiempo, llegó a creer que podría cumplir aquellas expectativas, pero entonces Hunter enfermó y supo que no debía detenerla.

La había dejado marchar por un montón de razones que en aquel momento tenían sentido. No lo necesitaba. Tenía que madurar ella sola y era mejor que lo hiciera sin él. Ambos eran demasiado jóvenes y sus sentimientos por Meri habían sido muy confusos. La había cuidado manteniendo la distancia. Había tomado el camino de los cobardes.

Nunca había creído que volverían a verse. Pero se habían vuelto a encontrar. Meri había querido seducirlo y él había tratado de impedir que ocurriese por todo lo que le debía, tanto a ella como a Hunter.

Entró en el salón y se quedó mirando el mobiliario. Deseaba tirar las cosas, romperlas. Porque la vida no era fácil ni cómoda, sino dolorosa.

Justo cuando se daba la vuelta para irse, vio la funda de un DVD en el suelo, junto al sofá. A alguien se le había caído o quizá lo hubieran dejado allí a propósito. ¿Meri? ¿Betina? ¿Hunter?

Lo recogió y se quedó mirando la cubierta. Era negra y había un papel con el nombre de su amigo Hunter.

Alguien se había molestado en pasar a DVD las películas caseras de Hunter, pensó mientras veía los retazos de los primeros días en Harvard. Había imágenes de todos los amigos de Hunter. Y de Meri. Ella siempre aparecía al fondo.

Ella había sido la que les había mostrado las instalaciones, los mejores sitios para comer pizza a las tres de la mañana. Había estado allí desde niña.

Había imágenes de ellos jugando con la nieve y de fiestas junto a fogatas.

Se acomodó en el sofá y disfrutó viendo la película: vacaciones, acampadas… Siete chicos que se habían convertido en grandes amigos y que llevaban años sin verse y sin hablarse.

La escena cambió a unas vacaciones que habían disfrutado en un barco. La cámara mostraba a todos los amigos tumbados al sol después de una larga noche de fiesta. De repente, Meri apareció en cubierta y lo miró. Él estaba con los ojos cerrados y no vio la expresión de su rostro. Una expresión que evidenciaba su amor por él.

Entonces sintió una extraña sensación de dolor que se había hecho familiar. De pronto se dio cuenta de que había perdido algo que era precioso, algo que nunca podría reemplazar.

Sacó su teléfono móvil y llamó a su oficina.

– No tengo nada -dijo Bobbi Sue a modo de saludo-. Si dejaras de llamarme, tendría más posibilidades de dar con ella.

– Tiene que estar en algún sitio.

– ¿Crees que no lo sé? Devolvió el coche de alquiler en el aeropuerto de Los Ángeles, pero no tomó ningún avión. Si está en algún hotel, está usando un nombre falso y pagando en metálico. Estoy comprobando si está usando el nombre de alguna amiga. Me llevará tiempo.

No tenía tiempo. Tenía que encontrarla. Había pasado cada minuto de los tres últimos días pensando que tenía que haber salido tras ella, pero si se iba, eso supondría echar a perder la donación y Meri lo odiaría por eso.

– Sigue buscando -dijo y colgó.

Jack se puso de pie y paseó por el salón. Deseaba poder hacer la búsqueda el mismo, pero estaba atrapado en aquella maldita casa. Atrapado entre los recuerdos, los fantasmas y lo que había descubierto tres días atrás.

La amaba desde hacía mucho tiempo. En la universidad había asumido que ella crecería y acabarían juntos. Aquella idea había estado en su cabeza ya entonces, como si hubiera sabido que estaban hechos el uno para el otro. Entonces, Hunter había muerto y eso lo había cambiado todo.

Su teléfono móvil sonó.

– ¿La has encontrado?

– No la estoy buscando -respondió una voz familiar.

– ¿Colin?

– Sí. ¿Estás buscando a Meri?

– Tengo a todos mis empleados en ello.

– No lo descubrirás. Además, ¿que importa?

– Importa más que nada.

– Me gustaría creerte.

Colin sabía dónde estaba. Meri se lo habría contado a Betina, y esta a Colin.

– Tengo que encontrarla -dijo Jack-. La quiero.

– ¿Y si es demasiado tarde?

– Trataré de convencerla.

Hubo unos tensos segundos de silencio.

– Empiezo a creerte -dijo Colin-. Está bien. Cuando acabe tu mes ahí, te diré dónde está.

– ¡No! Tienes que decírmelo ahora.

– Lo siento. No. Tienes que quedarte. Hay mucho dinero en juego.

– Yo mismo pagaré la diferencia.

– Es cierto, puedes hacerlo. Pero si te vas ahora, estropearas la esencia de lo que Hunter pretendía conseguir. ¿Crees que a Meri le gustaría eso?

– ¿Crees que es feliz pensando que no me preocupo por ella?

– Buen razonamiento, pero no voy a decírtelo. No hasta que acabe el tiempo.

La llamada se cortó. Jack levantó la mesa de café y la lanzó contra la puerta de cristal, que se rompió en mil pedazos.

– ¡Al infierno con todo! -gritó, pero nadie contestó.

Capítulo Doce

Meri estaba pensando en hacerse con un perro, uno de esos pequeños con los que se podía viajar. Desde su habitación del hotel Ritz-Carlton de Pasadena, podía ver el bonito jardín, con plantas y caminos donde la gente paseaba a sus perros varias veces al día. Al menos, habría algo más con vida en su habitación.

Miró su reloj y suspiró. Su equipo no llegaría hasta dentro de media hora, así que tenía aquel rato para matar el tiempo. Quizá fuera ella, pero le daba la impresión de que los últimos días se le hacían eternos. Las cosas que le gustaban no parecían animarla tanto como antes. Le costaba reír y dormir, además de mostrarse feliz por el próximo anuncio del compromiso de Colin y Betina.

No es que no se alegrara por sus amigos. No había nada que quisiera más que su felicidad. Era sólo que…

Echaba de menos a Jack. Sí, era una locura y se sentía como una idiota, pero así era. Echaba de menos su voz, sus caricias y sus risas. Lo había amado durante casi toda su vida. ¿Cómo iba a dejar de amarlo?

– Terapia -murmuró mientras seguía mirando por la ventana.

Eso la había ayudado antes a darse cuenta de que ella también era normal. Quizá acudiendo a un profesional consiguiera olvidar a Jack.

Cerró los ojos e intentó controlar el dolor. Ya se habría ido de la casa. Su mes en casa de Hunter había terminado a medianoche. ¿Se habría ido ya a Texas o estaría a punto de salir? ¿Que pensaría de ella? Sabía que regresaría para la reunión, pero de momento, se había ido.

Llamaron a la puerta y pensó que sería la camarera. Bueno, podrían limpiar la habitación mientras ella se iba a dar un paseo.

Abrió la puerta y se quedó allí clavada.

– No eres la camarera.

Jack entró en la habitación y se encogió de hombros.

– Si las necesitas, puedo ir a buscarte un par de toallas más.

– No necesito toallas.

Ella se quedó mirándolo, incapaz de creer que estuviera allí. Tenía buen aspecto, aunque se le veía cansado y algo más delgado. Pero seguía tan guapo como siempre.

– Tendrías que estar camino de tu casa -dijo Meri-. Las cuatro semanas han pasado.