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– ¿Es eso lo que crees? ¿Que una vez pasara ese tiempo me iría?

– Sí.

– Porque es lo que siempre he hecho. Mantener la distancia y no involucrarme en nada.

Meri sintió que su estómago daba un vuelco, aunque sabía que eso era físicamente imposible.

Deseaba arrojarse en sus brazos. Quería que la abrazara y que le dijera que todo iba a salir bien. Aunque sabía que Jack no lo haría. Nada en su vida le había resultado fácil. No tenía ni idea de por qué él estaba allí. Quizá hubiera ido para darle algún consejo. Ella sonreiría educadamente, escucharía, luego lo acompañaría a la puerta y se despediría, antes de romper a llorar. Últimamente, eso se le daba muy bien.

– ¿Cómo me has encontrado?

– Colin me lo dijo.

– ¿Qué? No es cierto.

– Claro que sí. Pero te gustaría saber cómo lo hizo. Primero me torturó. Llamó justo después de que te fueras y me dijo que sabía dónde estabas, pero que no me lo diría hasta que acabara el mes.

¿Colin había llamado a Jack? No sabía si alegrarse o pedirle que le devolviera el regalo de compromiso que le había mandado.

– ¿Me estabas buscando?

– ¿Tú que crees? -dijo el acariciando su mejilla.

– No lo sé.

– Tienes que tener alguna idea. Te has asegurado de permanecer escondida.

– No quiero tu lástima. No quiero que me vigiles nunca más. No quiero que me sigas viendo como la hermana pequeña de Hunter.

La mirada de Jack era oscura e indescifrable.

– ¿Te conformas con ser la mujer que amo?

– ¿Cómo? -preguntó.

– Te quiero. Meri. Llevo mucho tiempo queriéndote. Siempre he pensado que… -se detuvo y se encogió de hombros-. En aquel entonces, pensé que había algo entre nosotros. Pero éramos jóvenes y Hunter se puso enfermo. No pude soportarlo, así que me fui. Tomé el camino de los cobardes. Te espié. Tuviste razón al llamarlo así. Me ocupé de ti en la distancia, desde donde estaba seguro.

Meri tuvo que sentarse. Sentía las piernas débiles y la habitación le daba vueltas.

– Te he echado de menos -murmuró Jack-. Te he echado mucho de menos y no sólo en estas últimas tres semanas, sino en los últimos once años. Siento no haberme dado cuenta antes de lo que sentía. Te quiero, Meri. Quiero estar contigo, quiero que todo salga bien. ¿Podrás perdonarme?

Ella empezó a reír y a llorar a la vez y se arrojó en sus brazos.

– Te quiero -dijo ella con voz temblorosa-. ¿De qué creías que iba todo esto?

– Eres una mujer complicada. No tenía ni idea. Te fuiste y eso me dejó confuso.

– Quería irme antes de que me dejaras. No podía soportar que me rompieras el corazón otra vez.

– Nunca te dejaré -prometió él-. Te quiero. Quiero estar contigo siempre. ¿Te quieres casar conmigo?

Meri se sentía flotar y más feliz que nunca.

– ¿Qué perros te gustan?

– Los que te hagan feliz.

– Buena respuesta -dijo ella sonriendo.

La primera vez que Hunter Palmer había caminado hacia la luz, no había sabido qué esperar. Hasta que fue diagnosticado y le dijeron que le quedaban semanas de vida, nunca pensó en lo que suponía tener alma ni en lo que significaba morir. Ahora, diez años más tarde, tenía todas las respuestas. Pero todavía había algunas preguntas que sólo sus amigos podían contestar.

Durante la fiesta de donación de la casa de Hunter, buscó a sus amigos. En su día, habían prometido permanecer juntos para siempre, pero después de la muerte de Hunter, se habían separado.

Hunter se acercó a Nathan Barrister.

Seis meses antes, Nathan no había oído hablar de Hunter's Landing. Ahora, estaba casado con Keira, la alcaldesa del pueblo, y pasaba su tiempo entre su casa de Knightsbridge en Londres y la casa de Keira en las montañas.

Su vida era rica e intensa y había conseguido mucho más de lo que nunca había imaginado. Y todo se lo debía a Hunter. Nathan cerró los ojos y dio las gracias al amigo que lo había hecho posible.

– ¿Por qué estás sonriendo? -preguntó Keira.

– Por ti -dijo Nathan rodeándola con un brazo-. Estoy sonriendo por ti.

– Me gusta oír eso -dijo ella y se giró para mirar a los otros samuráis -. Es un día maravilloso. Creo que tu amigo Hunter estaría contento.

– Le habría encantado vernos a todos juntos de nuevo -dijo Nathan mirando a sus amigos y a sus mujeres-. No se si es posible ser más feliz de lo que me siento en este momento.

Ninguno de ellos era el mismo. De alguna manera, debido a la magia de aquel lugar, todos habían mejorado.

– Pues entonces creo que es el momento perfecto para esta noticia.

– ¿De que se trata?

– Vamos a tener un bebé.

– ¿Qué?

– Vas a ser padre.

– ¿Cuándo? ¿Cómo?

– ¡Sorpresa!

– Te quiero -dijo tomando su rostro entre las manos-. Gracias por quererme.

– Es un placer, créeme.

– Gracias, Hunter -dijo mirando al cielo-. Te debo una.

Hunter tocó el hombro de su amigo Nathan y se acercó a Luke.

Era la clase de fiesta que a Hunter le habría gustado, pensó Luke. Mucha cerveza fría, buena comida y mujeres guapas.

El tiempo que habían pasado en la casa había hecho que cada uno de los samuráis encontrara a la mujer con la que pasaría el resto de su vida. ¿Sabía Hunter que eso pasaría?

Luke sonrió y se encontró con la mirada de Lauren.

– ¿Crees que luego podremos echar unas partidas?

– ¿Pretendes jugar a las cartas durante la reunión? -preguntó ella jugando con sus rizos rubios.

– ¿Por qué no? Invitaremos a Mari y a Kendall y les daremos una paliza. ¿Cuánto quieres apostar?

– Pensé que estabas olvidando tus hábitos competitivos.

Luke la tomó del brazo y la acercó hacia él.

– He aprendido a controlarme gracias a ti, cariño.

– Y a Matt.

Luke miró a su hermano gemelo, que parecía relajado y completamente enamorado de Kendall. Ambos hermanos habían pasado gran parte de sus vidas peleando como enemigos, compitiendo por todo, pero el tiempo que habían pasado en Hunter's Landing había conseguido resolver sus diferencias.

Desde el otro lado de la habitación, Matt lo miró como si hubiera adivinado los pensamientos de Luke. Como muchos gemelos, podían comunicarse sin hablar. Su hermano alzó la cerveza a modo de brindis y Luke le correspondió.

– Gracias, Hunter. Gracias a ti, mi vida es mejor -luego, miró a la mujer a la que había entregado su corazón.

– Por cierto, un pajarito me ha contado que hay cierta pareja que tiene planeado acercarse a Reno el domingo para casarse.

– ¿De veras?

Él asintió, y tomó la mano izquierda de Lauren para acariciar el anillo de compromiso que le había regalado. Sí, su vida había mejorado.

Hunter sonrió mientras seguía el recorrido entre sus amigos. De pronto vio a Devlin Campbell con cara de preocupación.

Aunque Devlin estaba feliz de ver a sus viejos amigos, estaba deseando volver a casa. El médico de Nicole le había prohibido viajar puesto que el bebé estaba a punto de nacer y la echaba de menos.

Ryan se acercó.

– Apuesto a que estás echando de menos a Nicole.

– A pesar de alegrarme de estar aquí con los samuráis, estoy deseando volver a casa.

– ¿Crees que volveremos a repetir esto?

– Deberíamos. Quizá deberíamos reunirnos una vez al año.

– Tendremos que organizarnos y coordinarnos.

– Una cosa que he aprendido, Ryan, es que uno siempre saca tiempo para lo que es importante.

– Propongamos la idea ahora que están presentes las esposas. A ellas les gustará. A las mujeres les gusta eso de mantener el contacto.

De repente, el teléfono móvil de Devlin comenzó a sonar. Una expresión de pánico apareció en su rostro al ver que era Nicole. ¿Se habría puesto de parto?

– ¿Estás bien?

– Te quiero y te echo de menos, eso es todo.