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Se tranquilizó. Nicole le quería y le echaba de menos, eso era todo. Así de simple. Aunque ahora que se paraba a pensar, quizá ese fuera el secreto de la vida. Las mejores cosas eran las sencillas.

Hunter asintió. Tocó el brazo de Devlin para tranquilizarlo. Nicole estaría bien. Luego siguió a Ryan por la habitación.

Ryan le pasó a Kelly un brazo por los hombros y miró a los siete samuráis que por fin se habían reunido. Sabía que Hunter estaría allí en espíritu. De hecho, quien había logrado que se celebrara aquella reunión había sido Hunter.

Hunter había sido el pegamento que los había unido.

Ryan miró a Kelly. Llevaban semanas casados y habían sido las mejores semanas de su vida.

Se habían casado en una ceremonia íntima en el valle de Napa, California. Erica y Greg habían sido sus padrinos y habían acudido con sus hijos a la boda. En unos años, Kelly y el estarían en la misma situación, especialmente si seguían disfrutando de aquellas románticas noches.

– ¿Por qué sonríes? -preguntó Kelly mirándolo.

Él se inclinó y le murmuró algo al oído.

Hunter dio una palmada a su amigo en el hombro y siguió hasta donde estaba el gemelo de Luke.

Era extraño, pensó Matthias, al ver a los seis amigos juntos después de tantos años y especialmente sin Hunter. Aunque, quizá, de alguna forma, Hunter estuviera allí con ellos. Al fin y al cabo, era él el que los había unido de nuevo como siempre había hecho desde la universidad. Todavía eran los siete samuráis, se dijo Matthias, aunque faltara uno. Por alguna razón no le sonaba bien eso de seis samuráis.

De repente, se dio cuenta de que ya no eran sólo seis sino doce. Ni tampoco samuráis. Un samurái era un guerrero, siempre preparado para morir. Matthias, Luke, Ryan, Jack, Nathan y Devlin eran hombres de familia ahora, dedicados a disfrutar de sus vidas con las mujeres que los habían completado.

Eso era lo que Kendall había hecho con él, lo había completado, había llenado todos aquellos huecos que tenía vacíos.

Y como si se hubiera percatado de sus pensamientos. Kendall los miró, entrecerrando los ojos.

– ¿En qué estás pensando? Pareces contento.

– Eso es lo que estaba pensando.

– ¿No en el contrato con los Perkin?

– No.

– ¿Ni en la fusión de Endicott?

– No. Estoy pensando en nuestra vida juntos.

Ella se puso de puntillas y lo besó suavemente en los labios.

Hunter asintió contento. Todo había salido como esperaba.

Por último, se acercó a Meri, su hermana. La había echado de menos, pero estaba orgulloso de la mujer en que se había convertido. Jack y ella habían tardado tiempo en descubrir sus sentimientos, pero por fin lo habían hecho.

– Hay algo en esta casa -le dijo Meri a Jack-. Toda esta gente enamorada… Casi da miedo.

– ¿Tienes miedo de estar enamorada de mí?

– Eso nunca -respondió ella sonriendo-. Te quiero mucho, Jack. Creo que Hunter estaría feliz de vernos juntos.

Jack asintió.

– Estoy de acuerdo. Por alguna razón, creo que siempre quiso que estuviéramos juntos.

Hunter dio una palmada a su amigo en el hombro. ¿En qué otra cosa iba a estar pensando cuando le pidió a su amigo que cuidara de su hermana?

Al final, todo había funcionado para todos sus amigos. Cuando supo que iba a morir, se había prometido encontrar la manera de que todos permanecieran unidos, como hermanos. Había temido que la culpa, el tiempo y la distancia los alejara.

Ahora, diez años más tarde, estaba contento. Tanto su hermana como sus amigos se habían convertido en lo que esperaba de ellos. Algún día se lo diría.

Sonrió. Su trabajo allí había acabado. Los esperaría al otro lado, en un lugar mucho mejor de lo que imaginaban. Hunter se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la luz, esa vez para quedarse.

SUSAN MALLERY

***