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A propósito, Meri abrió los ojos como platos y se inclinó hacia él al hablar. Quería que la insinuación quedara clara. Después de lo que Jack le había hecho pasar once años antes, se merecía que lo hiciera sufrir. Antes de darle la oportunidad de contestar, Meri siguió caminando por el pasillo.

– También hay un despacho -continuó-. Puedes usarlo. Cuenta con acceso a Internet y fax. Yo trabajaré en el comedor. Me gusta dispersar los papeles cuando trabajo. Suelo implicarme mucho.

Enfatizó las últimas palabras y tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa. Lo cierto era que se lo estaba pasando mejor de lo que había imaginado. Tenía que haber castigado a Jack mucho tiempo antes.

Al subir la escalera, se aseguró de menear las caderas y de caminar inclinada ligeramente hacia delante para obligarlo a reparar en sus pantalones cortos. Se los había puesto a propósito, al igual que el top de amplio escote que dejaba muy poco a la imaginación. Le había llevado dos días decidir el atuendo perfecto, pero había merecido la pena ese tiempo.

Los pantalones eran ajustados y lo suficientemente cortos como para dejar ver el final de su trasero. Vulgares, pero efectivos. Sus sandalias tenían unos tacones que las convertían en un arma y que hacían que sus piernas parecieran largas, un buen truco para una mujer tan menuda como ella.

El escote era tan amplio que había tenido que cerrárselo un poco con unas puntadas. Se había puesto maquillaje y unos pendientes largos que casi rozaban sus hombros desnudos.

Si sus compañeros del laboratorio de Ciencias pudieran verla en aquel momento, se habrían caído al suelo de la sorpresa. Con ellos, solía llevar trajes y batas de laboratorio. Durante el mes siguiente, vestiría como una tigresa y disfrutaría de cada minuto.

Al llegar al final del pasillo, aceleró el paso y de pronto se detuvo bruscamente. Jack tropezó con ella y alargó la mano para recuperar el equilibrio. Ella había imaginado que eso sería lo que haría, así que se giró, haciendo que la mano de Jack acabara sobre su pecho izquierdo.

Él se enderezó y se apartó tan rápidamente que estuvo a punto de caerse.

– Lo siento -susurró él.

– Jack. ¿No estarás tratando de insinuarte? Tengo que decir que no has sido demasiado delicado.

– No me estoy insinuando.

– ¿De veras? -preguntó poniendo los brazos en jarras al mirarlo-. ¿Por qué no? ¿Acaso no soy tu tipo?

Él frunció el ceño.

– ¿De qué va todo esto?

– De muchas cosas. No sé por dónde empezar.

– Empieza por el principio. A mí suele funcionarme.

¿El principio? ¿Y cuál era el principio? ¿El momento de la concepción, cuando algún extraño gen de los Palmer había decidido dar vida a una niña con un cociente intelectual excepcional? ¿O más tarde, cuando Meri se había dado cuenta de que nunca se adaptaría en ningún sitio? ¿O quizá el día en que el hombre al que tanto amaba la había rechazado de manera tan cruel?

– Vamos a pasar el mes juntos -dijo ella-. He pensado que podríamos divertirnos más si jugáramos. Sé que te gusta jugar, Jack.

– Tú no eres así, Meri.

– ¿Cómo estás tan seguro? Ha pasado mucho tiempo. He madurado -y girándose lentamente, añadió-: ¿No te gustan los cambios?

– Estás estupenda y lo sabes. Así que, ¿cuál es la cuestión?

La cuestión era que lo deseaba desesperadamente. Lo quería rogándole y suplicándole. Entonces, lo dejaría plantado. Ese era su plan.

– No voy a acostarme contigo. Eres la hermana de Hunter. Le di mi palabra de que cuidaría de ti. Eso quiere decir vigilarte, no acostarme contigo.

Su intención era mantener la calma. Lo había escrito en su lista de cosas para hacer, pero le era imposible.

– ¿Cuidarme? ¿Así llamas tú a desaparecer a los dos segundos del funeral de Hunter? Todos os fuisteis, todos sus amigos. Lo esperaba de los demás, pero no de ti. Hunter me dijo que siempre estarías ahí para mí. Pero no fue así. Te fuiste. Tenía diecisiete años, Jack. Era una persona marginada, sin amigos y tú desapareciste. Claro que eso te resultaba más fácil que afrontar tus responsabilidades.

Él dejó el equipaje en el suelo.

– ¿Por eso estás aquí? ¿Para regañarme?

– Es sólo parte de la diversión.

– ¿Serviría de algo si te pido perdón?

– No.

No, nada cambiaría el hecho de que la había abandonado, como había hecho todo el mundo al que alguna vez había querido.

– Meri, si vamos a pasar un mes aquí, tenemos que encontrar la manera de llevarnos bien.

– ¿Te refieres a ser amigos? -preguntó ella recordando cómo le había dicho que sería su amigo, antes de rechazarla.

– Si quieres.

Ella respiró hondo.

– No, Jack. Nunca seremos amigos. Seremos amantes y nada más.

Capítulo Dos

A la mañana siguiente, Meri se despertó sintiéndose mucho mejor. Después de dejar comida hecha para Jack, volvió a su habitación, donde se dio un buen baño y lloró cuanto quiso. Algunas lágrimas fueron por su hermano, pero la mayoría por ella misma, por lo cretina que había sido y por las pérdidas que había sufrido.

Después de que Hunter muriera, su padre había perdido la cabeza. No la había ayudado en nada. En menos de un año, había empezado a salir con muchachas de diecinueve años y en los nueve años que habían transcurrido, todas sus novias habían sido muy jóvenes.

Se las había arreglado sola y había sobrevivido. Había conseguido la ayuda que había necesitado y había salido adelante ¿No era eso lo que importaba?

Encendió la radio y se puso a mover las caderas al ritmo de la música disco. En la pista de baile era muy torpe, pero lo que le faltaba en gracia y estilo lo suplía con entusiasmo.

Después de cepillarse el pelo, se hizo una trenza, se puso una camiseta de tirantes y otro par de pantalones cortos. Por último unos calcetines y unas zapatillas de correr completaron su atuendo.

Canturreando, salió de la habitación, lista para llevar a cabo la siguiente fase de su plan de ataque.

Encontró a Jack en la cocina y se acercó a él sonriendo.

– Buenos días -dijo rodeándolo para tomar la cafetera-. ¿Cómo has dormido?

– Bien -dijo y sus ojos oscuros brillaron, a pesar de que su expresión no varió.

– Estupendo. Yo también.

Meri se sirvió una taza de café, dio un sorbo y lo miró por encima de la taza.

– Así que todo un mes… -dijo ella-. Eso es mucho tiempo. ¿Qué haremos mientras?

– No lo que tienes planeado.

– Recuerdo que eso ya lo habías dicho antes -dijo sonriendo-. ¿Siempre te repites tanto? Te recuerdo mucho más reposado. Claro que por aquel entonces yo era joven y uno suele mirar a sus mayores con cierto idealismo.

– ¿Mayores? -repitió él a punto de atragantarse con el café.

– El tiempo ha pasado, Jack. ¿Qué tienes, casi cuarenta años?

– Tengo treinta y dos y lo sabes.

– Ah, cierto. El tiempo supone un desafío para ti, ¿verdad?

Disfrutaba provocándolo, pensó, consciente de que estaba siendo malvada. Lo cierto era que Jack estaba muy atractivo. Estaba en forma, era sexy… Era un hombre en su mejor momento. Lo bueno era que acostarse con él no iba a ser ningún sacrificio.

– ¿No vas a darte por vencida en eso de seducirme? -preguntó él.

– En absoluto. Me resulta muy divertido.

– No voy a acostarme contigo.

Ella miró a su alrededor y luego volvió a detener la mirada en él.

– Lo siento, ¿has dicho algo? No te estaba escuchando. Venga, ve a cambiarte. Te llevaré a un gimnasio que hay cerca de aquí. Puedes matricularte por un mes. Haremos ejercicio juntos.

– ¿Aquí no hay máquinas?

Ella sonrió.

– Creo que Hunter no estaba en todo. Menos mal que estoy yo aquí.

Él se quedó mirándola.

– ¿Acaso crees que estás al mando?