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Los beneficios de la compañía eran destinados a los que prestaban su ayuda en sitios muchas veces olvidados. Se había criado a la sombra de la Fundación Howington, un fondo filantrópico que ayudaba a los pobres. Jack odiaba ser heredero de una gran estirpe y se había prometido labrarse su propio destino.

Y lo había conseguido. Había levantado su empresa de la nada, aunque no podía evitar aquella sensación de deber que le obligaba a usar sus beneficios para algo más que llevar una vida ostentosa.

Sus críticos decían que podía permitirse ser generoso; tenía un fondo de casi un billón de dólares. Lo que no sabían era que nunca lo había tocado. Otra promesa que se había hecho a sí mismo. La pregunta era si podría reunir lo suficiente para que aquella sensación de tener que demostrar algo desapareciera.

– Pásale a Ron el contrato -le dijo Jack a su secretaria-. Que recoja las cláusulas habituales. Dile a la hermana Helena que nos diga por correo electrónico cuáles son las mejores fechas para llevar el cargamento e intentaremos cumplirlas.

– Va a querer irse antes de que vuelvas de tus vacaciones en Tahoe.

– No estoy de vacaciones.

– Ya, ¿un mes en una casa estupenda sin tener que hacer nada? Para mí, eso son vacaciones.

– Estoy trabajando.

– Bla, bla, bla.

Bobbi Sue tenía carácter, pero Jack lo soportaba porque era la mejor en su trabajo. Podía ser su madre, un hecho que solía mencionar, especialmente cuando insistía en que tenía que sentar la cabeza.

– Alguien tendrá que llevar a la hermana Helena y a su equipo -dijo él-. Mira a ver si Wade está disponible.

Wade era uno de sus mejores hombres.

– Lo haré. ¿Algo más?

– Nada por mi parte.

– ¿Sabes? He estado buscando en Internet Hunter's Landing y parece que estás cerca de los casinos.

– Ya lo sé.

– Pues deberías ir. Apuesta, habla con la gente. Pasas mucho tiempo a solas.

Pensó en Meri, que dormía en la habitación de enfrente.

– Ya no.

– ¿Quiere eso decir que estás saliendo con alguien?

– No.

– Tienes que casarte.

– Y tú que dejarme.

– Está bien -dijo Bobbi Sue-, pero sólo de momento.

Jack colgó. Miró a su ordenador, pero por una vez no deseaba trabajar. Caminó lentamente por la amplia habitación, sin prestar atención a la chimenea, a las maravillosas vistas o a la televisión. Luego bajó para encontrarse con la mujer que parecía decidida a pensar lo peor de él.

No es que le importara lo que pensaba de era Meri y se suponía que tenía que cuidarla. Lo que significaba no empeorar una mala situación.

Quizá debería hacer una pequeña concesión.

– No quiero pensar en Hunter -admitió-. Me obligo a no hacerlo. Pero ahí está todo el tiempo.

– ¿Por qué debería creerte? -preguntó Meri mirándolo.

– No me importa si no lo haces.

Lo sorprendió sonriendo.

– Está bien. Me gusta esa respuesta. Si estuvieras intentando convencerme, me habría dado cuenta de que estabas intentando aplacarme. Pero tu actitud estirada es honesta.

Él frunció el ceño. ¿Había sido siempre tan irritante?

– ¿Estás trabajando mucho? -preguntó Meri mirando su reloj-. Yo no. Están pasando tantas cosas que necesito centrarme, pero es difícil. Estar aquí y seducirte requiere mucho esfuerzo.

Jack se cruzó de brazos.

– Tienes que olvidarte de eso.

– ¿La parte de la seducción? Creo que no. Voy mejorando. Te estás poniendo a la defensiva. Lo que ocurrió en el gimnasio era una muestra de quién estaba al mando. Así que eso quiere decir que estás sintiendo algo hacia mí -y, ofreciéndole el recipiente de helado, añadió-: ¿Quieres un poco?

Se estaba burlando de él. Se estaba mostrando decidida e irreverente. Eran buenas aptitudes, pero no en aquella situación. Meri tenía razón, él quería tener el control y sólo se le ocurría una manera de conseguirlo.

Se acercó y le quitó el helado. Después de dejarlo en la encimera, tomó su rostro entre las manos y la besó. Se abalanzó sobre ella, pretendiendo demostrarle que no había pensado bien su plan.

Ella se enderezó y gimió sorprendida. Jack se aprovechó del momento y metió la lengua en su boca.

Estaba fría por el helado y sabía a chocolate y a algo más que a su propia esencia erótica. Ignoró la suavidad de su piel, el roce sensual de su boca y el calor que le invadía.

Meri se apartó ligeramente y lo miró a los ojos.

– ¿No sabes hacerlo mejor? -dijo rodeándole el cuello con los brazos y atrayéndolo hacia ella.

Le devolvió el beso con tanta intensidad que se quedó sorprendido. Separó los labios y sus lenguas se encontraron.

Meri separó las piernas y él se colocó entre sus muslos. Aunque ella era bastante más pequeña, al estar sentada en la encimera él se acomodó en su entrepierna.

Enseguida sintió la erección. El deseo lo consumía. Deseo por una mujer a la que no podía tener.

Entonces se recordó que su reacción se debía a que estaba besando a una atractiva mujer. No era por Meri. Tal y como su secretaria había dicho, llevaba mucho tiempo solo. Ni siquiera los breves encuentros sexuales parecían interesarle ya. Se había perdido en un mundo de trabajo y nada más.

Tenía necesidades. Eso era todo.

– Interesante -dijo él apartándose.

Ella levantó las cejas.

– Ha sido mucho más que interesante y lo sabes.

– Si es importante para ti creer eso, pues adelante.

– No me importa que no estés poniendo las cosas fáciles. Así la victoria será más dulce -dijo Meri tomando el recipiente del helado y cerrándolo-. He acabado.

– ¿Ya has saciado tus necesidades de azúcar y grasa?

– Ya no necesito sentirme bien. Mi mal humor ha desaparecido.

– ¿Porque te he besado?

Ella sonrió y saltó al suelo. Luego se acercó a la nevera.

– Porque te ha gustado.

No estaba dispuesto a discutir ese punto. Cerró la puerta del congelador con la cadera y lo miró.

– Háblame de las mujeres de tu vida.

– No hay mucho que contar.

– Es duro, ¿verdad? -dijo inclinándose sobre la encimera que había frente a él-. Siendo quiénes somos y tratando de involucrarnos. Me refiero a lo del dinero.

Ambos eran millonarios. Habían crecido con la idea de que tenían que tener cuidado y asegurarse de que no se enamoraban de la persona equivocada que tan sólo fuera tras su dinero.

Sin quererlo, Jack recordó una dolorosa conversación que había presenciado de Hunter y Meredith. Él había tratado de escapar varias veces, pero su amigo había querido que se quedara para asegurarse de que Meri lo escuchara.

– Los hombres van a saber quién eres -le había dicho Hunter-. Tienes que ser lista y escuchar no sólo a tu corazón.

Meri tenía dieciséis años. Se había removido en su asiento y luego se había levantado para mirarlo.

– ¿Por qué otra cosa iban a quererme? No soy guapa y nunca lo seré. Soy tan sólo un cerebro con correctores en los dientes y una gran nariz. Voy a tener que pagar a todos mis novios.

Hunter había dirigido a Jack una mirada de súplica, pero tampoco él había sabido en aquel momento que decir. Eran demasiado jóvenes para dirigir la vida de Meri. ¿Qué experiencias tenían para transmitirle?

– Lo tengo más fácil que tú -dijo él obligándose a volver al presente, para no tener que pensar en cómo les había fallado a Hunter y a Meri-. Las mujeres con las que salgo no saben quién soy.

– Interesante. Yo procuro no hablar de mi familia, pero todo se sabe. Ha llegado un punto en que tengo que hacer que investiguen a los hombres antes de salir con ellos. Y eso no es nada divertido.

– Estás haciendo lo correcto -afirmó él con seriedad.