Выбрать главу

No era la única que comprobaba la identidad de las personas con las que salía. Si era una primera cita, tan sólo pedía unos datos preliminares. Pero si pensaba que podía convertirse en algo más serio, pedía un informe más completo.

Meri volvió a mirar su reloj.

– ¿Has quedado con alguien? -preguntó Jack. Ella sonrió.

– Tengo una sorpresa.

– ¿Otra?

– Sí. ¿Así que no hay ninguna mujer esperándote?

– Ya te lo he dicho. No soy hombre de compromisos.

– Claro. Eres la clase de hombre que disfruta con los retos. Como yo.

Así que besarla no parecía haberla calmado. Necesitaba tomar otra dirección. No quería pasarse las siguientes tres semanas y media esquivando a Meri. Necesitaba un plan. Nunca antes había fracasado y no pensaba hacerlo ahora.

– Pero quiero algo diferente de los hombres -continuó ella-. Quizá mis gustos hayan madurado porque estoy buscando alguien inteligente y divertido, no un cerebrito. Nunca podría casarme con otro genio. Tendríamos un hijo irritante, eso seguro.

Él sonrió.

– ¿Tu propia versión de ingeniería genética?

– Algo así. He hecho una lista de características que son importantes para mí. Tenía todo un programa diseñado, pero me parecía demasiado calculado. Una lista es algo más normal.

– No si la escribes en código binario.

Ella hizo una mueca.

– Oh, por favor, yo nunca haría eso. Además, no necesito ningún programa informático para saber que Andrew es un hombre estupendo.

Jack se quedó mirándola.

– ¿Andrew?

– El hombre con el que llevo un tiempo saliendo. Y parece que las cosas van en serio.

Jack no recordaba haber leído nada acerca de un tal Andrew. ¿Por qué no había sido informado?

– ¿Cómo de «en serio»? -preguntó él, escuchando el sonido de un autobús acercándose a la casa.

– Probablemente me case con él -dijo Meri saliendo de la cocina-. ¿Oyes eso? Ya están aquí.

¿Casarse con él?

Antes de que pudiera reaccionar, se encontró siguiéndola hasta la entrada de la casa. Una furgoneta se detuvo frente al porche y la puerta se abrió.

– ¿Quién está aquí? -preguntó, pero Meri no lo escuchaba.

Ella saltó y luego se lanzó a los brazos de la primera persona que se bajó del autobús. Era delgado, bajo y llevaba unas gafas de gruesos cristales. Nada en él resultaba atractivo y al instante Jack deseó matarlo.

– ¡Has llegado! -dijo Meri abrazándolo otra vez-. Te he echado mucho de menos.

El hombre se zafó de su abrazo.

– Ha pasado sólo una semana, Meri. Necesitas salir más.

Ella rió y luego se giró hacia la siguiente persona y le dio la bienvenida con el mismo entusiasmo. Al parecer, ninguno de aquellos era Andrew.

Meri dio la bienvenida a los ocho visitantes con el mismo entusiasmo, antes de regresar junto a Jack.

– Él es Jack. Jack, ellos son mi equipo.

– ¿Equipo para qué?

– ¿Me creerías si te dijera de polo?

A juzgar por sus pálidos rostros y sus penetrantes miradas, podía adivinar que ninguno de ellos había visto un caballo más que en películas.

– No.

– Claro que no. Éste es mi equipo de combustible sólido. Estamos estudiando la forma de que resulte menos contaminante y más eficaz. Hay una explicación más técnica, pero no quiero marearte.

– Te lo agradezco. ¿Que están haciendo aquí?

– No temas. No todos se quedarán en la casa, tan sólo Colin y Betina. Los demás se quedarán en hoteles cercanos.

A Jack no le gustaba la idea de tener más gente a su alrededor. Necesitaba concentrarse en el trabajo. Claro que si Meri se distraía con sus amigos, no sería un problema para él.

– ¿A qué han venido?

– A trabajar. No puedo salir de aquí, así que han venido -dijo y, acercándose a él, añadió en voz baja-: Sé que te resultará difícil de creer, pero es un grupo muy divertido.

– Me lo imagino.

Meri se acercó a la mujer más madura del grupo, la rodeó con su brazo y la acompañó.

– Jack, ella es mi amiga Betina. Técnicamente, ella es el enlace entre el equipo y el mundo real. Es mi mejor amiga y la razón por la que soy tan normal.

Jack miró a la mujer y se preguntó cuántos secretos de Meri conocería.

– Encantada de conocerte -dijo él estrechando la mano de Betina.

Betina sonrió.

– Encantada de conocerlo por fin.

¿Por fin?

Meri sonrió.

– ¿No te lo dije? -dijo Meri dirigiéndose a Betina.

¿Decirle el qué? Pero antes de que Jack pudiera preguntar, el grupo entró en la casa. Él se quedó en el porche, preguntándose cómo demonios su vida estaba fuera de control.

Meri se sentó con las piernas cruzadas en mitad de la cama, mientras su amiga deshacía la maleta.

– Es muy guapo, admítelo.

Betina sonrió.

– Lo es, si te gustan altos, morenos y fuertes. No le ha gustado mucho nuestra llegada.

– Sí, lo sé. No le avisé de que veníais. Ha sido fabuloso. Me habría gustado que vieras su cara cuando le dije por qué estabais aquí. Fue justo después de que le dijera que iba a casarme con Andrew, así que el momento era divertido por dos motivos.

Betina sacó sus cosméticos y los llevó al cuarto de baño.

– Sabes que no vas a casarte con Andrew. Estás atormentando a Jack.

– Es divertido y necesito entretenerme -dijo Meri dándose la vuelta sobre la cama-. ¿Por qué no iba a atormentarlo? Se lo merece. Se portó mal conmigo.

– Estaba en la universidad. A esa edad los hombres no tienen sensibilidad emocional. De hecho, creo que no la tienen a ninguna edad. Pero la cuestión es que le abriste tu alma y tu corazón, pero él no reaccionó bien. Estoy de acuerdo en que se merece un castigo, pero estas yendo muy lejos. Esto es un error, Meri.

Meri quería a Betina como a una hermana, a veces como a una madre. Sólo las separaban doce años, pero en cuanto a experiencias de la vida, años luz.

Betina había sido la asistente del director del primer proyecto en el que Meri había trabajado.

– ¿No tienes sentido del humor? -le había preguntado Betina a la segunda semana de empezar a trabajar en aquel laboratorio-. No me importa lo brillante que seas, es necesario tener sentido del humor para cualquier relación profesional.

Meri no había sabido qué responder en aquel momento. Tenía dieciocho años y estaba aterrorizada de vivir sola en una ciudad extraña. El dinero no había sido ningún problema. El laboratorio la había contratado con un sueldo más alto del que nunca había pensado en ganar. Además, tenía el fondo familiar. Pero había pasado el último tercio de su vida en la universidad. ¿Que sabía de amueblar un apartamento, comprar un coche y pagar facturas?

– No sé si se me puede considerar divertida -había contestado Meri con sinceridad-. ¿Y el sarcasmo no cuenta?

Betina sonrió.

– Querida, el sarcasmo es lo mejor.

Desde entonces, surgió la amistad.

Por aquel entonces. Betina tenía treinta años, ya llevaba una década viviendo sola y le había insistido en comprar un apartamento en una buena zona de Washington D.C.

Había cuidado de Meri después de sus dos operaciones, le había ofrecido sus consejos en moda, en asuntos de amor y le había conseguido un entrenador personal para ayudarla a estar en forma.

– ¿Por qué es un error vengarme? -preguntó Meri mientras su amiga acababa de deshacer las maletas-. Se lo ha ganado.

– Porque no lo has pensado bien. Vas a meterte en problemas y no quiero que eso te pase. Tu relación con Jack no es lo que piensas.

Meri frunció el ceño.

– ¿Que quieres decir? Soy consciente de mis sentimientos hacia Jack. Perdí la cabeza por él y él me hirió, y por eso he sido incapaz de olvidarlo. Si me acuesto con él, me daré cuenta de que no es tan especial después de todo. Lo bueno es que se quedará deseando tener más.