Ella respondió a su pregunta mientras me miraba.
– Los vi bajar por la colina donde mis amigos… -Aquí se detuvo, se puso las manos delante de los ojos, y empezó a llorar.
– Bittersweet -dije-, siento tu pérdida, ¿pero dices que viste a los asesinos?
Ella sólo asintió con la cabeza sin quitarse las manos de la cara, y empezó a llorar más fuerte, emitiendo una increíble cantidad de ruido para un ser tan pequeño. El llanto tenía un deje histérico, pero supongo que no podía culparla.
Robert la rodeó para acercarse a Eric, tomándose ambos de las manos mientras Eric le preguntaba a Robert si estaba herido. Robert simplemente negó con la cabeza.
– Tengo que hacer una llamada -le dije.
Robert asintió con la cabeza, y algo en sus ojos me dejó saber que él me entendía, sabía a quién iba a llamar y el por qué no lo haría desde este cuarto. La pequeña duende no parecía querer que nadie supiera lo que había visto, y yo estaba a punto de llamar a la policía.
Robert nos dejó volver al almacén que estaba detrás de las oficinas, pero no antes de hacer entrar al Fear Dearg y ordenarle que se sentara con Eric y la semiduende. Disponer de algo de seguridad adicional daba la impresión de ser una idea realmente buena.
Frost y Doyle comenzaron a moverse para venir conmigo, pero dije…
– Uno de vosotros se queda con ella.
Doyle le ordenó a Frost hacerlo, mientras él se quedaba conmigo. Frost no discutió; llevaba siglos obedeciendo sus órdenes. Era una costumbre para la mayoría de los guardias hacer lo que Doyle decía.
Doyle dejó que la puerta se cerrara detrás de nosotros mientras yo marcaba el número del móvil de Lucy.
– Detective Tate.
– Soy Merry.
– ¿Hay algo de nuevo?
– ¿Qué tal una testigo que dice que vio a los asesinos?
– No bromees -dijo ella.
– No bromeo, mi intención es solucionarlo.
Ella casi se rió.
– ¿Dónde estás, y quién es? Podemos enviar un coche y recogeros.
– Una semiduende, y una de las más diminutas. Probablemente no puede viajar en coche sin resultar herida por el metal y la tecnología.
– Mierda. ¿Va a tener problemas sólo por venir a la central?
– Probablemente.
– Más mierda. Dime dónde estás y vendremos nosotros. ¿Tienen una habitación donde podamos interrogarla?
– Sí.
– Dame tu dirección. Vamos de camino. -La oí moverse sobre la hierba lo bastante rápido para que sus pantalones hicieran ese sonido whish-whish.
Le di la dirección.
– No os mováis. Haré que los policías más cercanos vayan a hacer de canguro, pero no tendrán magia, sólo armas.
– Esperaremos.
– Estaremos allí en veinte minutos si el tráfico realmente coopera y se aparta del camino de las luces y sirenas.
Sonreí, si bien ella no podía verlo.
– Entonces te veremos en treinta. Aquí nadie puede imponerse al tráfico.
– Mantén el fuerte a salvo. Estamos de camino. -Oí el ulular de las sirenas antes de que la llamada se cortara.
– Están de camino. Quiere que nos quedemos aquí incluso después de que lleguen los policías más cercanos -dije.
– Porque no pueden hacer magia, y este asesino, sí -dijo Doyle.
Asentí con la cabeza.
– No me gusta que la detective te pida que te pongas en peligro por su caso.
– No es por su caso. Es para evitar que alguien más de nuestra gente muera, Doyle.
Él me miró, estudiando mi cara, como si no la hubiera visto antes.
– Tú te habrías quedado de todos modos.
– Hasta que nos echaron, sí.
– ¿Por qué? -preguntó él.
– Nadie mata a nuestra gente y se sale con la suya.
– Cuando sepamos quién hizo esto, ¿estás decidida a que se enfrenten a un juicio ante un tribunal humano?
– ¿Quieres decir, que tú simplemente ordenarías que se encargaran de ellos de la forma tradicional? -Fue mi turno de estudiar su cara.
Él asintió con la cabeza.
– Creo que vamos a acudir al tribunal.
– ¿Por qué? -preguntó él.
No intenté decirle que eso era lo correcto. Él me había visto matar a gente por venganza. Ahora era un poco demasiado tarde para esconderse detrás de un velo de santidad.
– Porque estamos exiliados permanentemente en el mundo humano y tenemos que adaptarnos a sus leyes.
– Sería más fácil matarlos, y ahorrar el dinero de los contribuyentes.
Sonreí, y negué con la cabeza.
– Sí, podría ser una buena idea desde un punto de vista fiscal, pero yo no soy el alcalde, y no manejo el presupuesto.
– Si lo fueras, ¿los mataríamos?
– No -dije.
– Porque ahora jugamos según las reglas humanas -dijo él.
– Sí.
– No vamos a ser capaces de jugar según las reglas de los humanos todo el tiempo, Merry.
– Probablemente no, pero hoy lo somos, y lo haremos.
– Eso es una orden, ¿mi princesa?
– Si necesitas que lo sea… -dije.
Pensó en ello, y luego asintió.
– Me tomará algún tiempo acostumbrarme a esto.
– ¿A qué?
– A que ya no soy sólo un portador de muerte, y que tú estás también interesada en la justicia.
– El asesino todavía podría librarse gracias a algún tecnicismo -le dije-. Aquí, la Ley no es lo mismo que la Justicia. Más bien depende de cómo se interpreta la ley y de quién tiene el mejor abogado.
– Si el asesino se libra por un tecnicismo, ¿entonces cuáles son mis órdenes?
– Estamos hablando a meses o años vista, Doyle. La justicia se mueve muy lentamente por aquí.
– La pregunta se mantiene, Meredith. -Él estudiaba mi cara otra vez.
Encontré sus ojos a través de sus gafas oscuras, y le dije la verdad.
– Él, o ellos, o bien pasan el resto de sus vidas en prisión, o mueren.
– ¿Por mi mano? -preguntó él.
Me encogí de hombros, y aparté la mirada.
– Por la mano de alguien. -Me moví más allá de él para alcanzar la puerta. Él me agarró del brazo, haciéndome girar para mirarlo.
– ¿Lo harías tú misma?
– Mi padre me enseñó a que no pidiera nunca nada que no estuviera dispuesta a hacer yo misma.
– Tu tía, la Reina del Aire y la Oscuridad, está realmente deseando manchar sus blancas manos de sangre.
– Ella es una sádica. Yo sólo los mataría.
Levantó mis manos entre las suyas y las besó con suavidad.
– Prefiero que tus manos sostengan cosas más tiernas que la muerte. Déjame a mí esa tarea.
– ¿Por qué?
– Porque creo que mancharte las manos de sangre puede cambiar a los niños que llevas.
– ¿Crees eso? -Le pregunté.
Él asintió con la cabeza.
– El asesinato puede cambiar muchas cosas.
– Intentaré hacer todo lo posible para no matar a nadie, mientras todavía estoy embarazada.
Me besó en la frente, y luego se inclinó para tocar sus labios con los míos.
– Eso es todo lo que pido.
– Sabes que lo que le ocurre a la madre durante el embarazo no afecta realmente a los bebés, ¿verdad?
– Compláceme -dijo él, irguiéndose en toda su altura, pero manteniendo mis manos en las suyas. No sé si le habría dicho que estaba siendo supersticioso porque un golpe en la puerta nos interrumpió. Frost abrió la puerta, diciendo…
– Los policías están aquí.
Bittersweet comenzó a gritar de nuevo.
– ¡La policía no puede ayudar! ¡La policía no nos puede proteger de la magia!
Doyle y yo suspiramos al mismo tiempo, nos miramos el uno al otro, y sonreímos. Su sonrisa fue muy leve, sólo un ligero movimiento de labios, pero pasamos por la puerta sonriendo. Las sonrisas se desvanecieron, apresurándonos mientras Frost se giraba, diciendo…
– Bittersweet, no dañes a los oficiales.
Corrimos junto a él para intentar impedir que la diminuta semiduende lanzara a los grandes y malos policías al otro lado del cuarto.