CAPÍTULO 6
NO ERAN UNOS POLICÍAS GRANDES Y MALOS. ERAN UNOS “oficiales” de policía grandes y malos, y aunque uno de los oficiales era una mujer, y ambos eran sumamente amables, eso no era ningún consuelo para Bittersweet.
A la mujer policía no le gustaba el Fear Dearg. Supongo que si una no ha pasado su vida rodeada de seres que podrían ser chicos de portada de GQ [5], se le podría perdonar tener un poco de miedo. Realmente el problema era que al Fear Dearg le gustaba que ella le tuviera miedo. Mantenía vigilada a la histérica Bittersweet, pero también se las arreglaba para acercarse a la oficial rubia impecablemente uniformada. Su pelo estaba recogido en una apretada cola de caballo. Toda ella brillaba. Su compañero era un poco más viejo, y menos limpio. Podría apostar a que ella era nueva en el cuerpo. Los novatos tendían a tomárselo todo muy a pecho al principio.
Robert le pidió a Eric que se fuera con Alice a la parte de delante. Yo sospechaba que intentaba sacar de en medio a su amante humano, por si acaso Bittersweet volvía a perder el control de su poder. Si ella golpeaba a Eric como había golpeado a Robert y a Doyle, podría hacerle daño. Mejor rodear a la histérica duende de personas que fueran más resistentes de lo que un humano podría llegar a ser.
Bittersweet estaba sentada en la mesita del café llorando suavemente. El ataque de histeria, el estallido de energía y la crisis de llanto la habían agotado totalmente; y todo eso le había pasado factura. Era realmente posible que una hada diminuta pudiera mermar su energía de tal forma que pudiera llegar a desvanecerse. Sobre todo era arriesgado hacerlo fuera del mundo de las hadas. Cuánto más metal y tecnología rodeaban a un hada, más duro podría llegar a ser el permanecer ahí. ¿Cómo había llegado a Los Ángeles algo tan diminuto? ¿Por qué había sido exiliada, o sólo había seguido a su flor silvestre a través del país como hacía el insecto al que se parecía? Algunas hadas de las flores le profesaban una gran devoción a sus plantas, especialmente si éstas eran de alguna especie en concreto. Eran como cualquier fanático: cuanto más limitado era el interés en esa especie, más devotos podrían llegar a ser.
Robert había ocupado una de las sillas acolchadas tapizadas de cuero y nos había dejado el sofá.
El sofá era de un agradable tamaño intermedio entre mi altura y la de Robert, y por lo tanto, la altura promedio de un humano. Lo que significaba que estaba bastante cómoda sentada en él, aunque probablemente Doyle o Frost no estarían cómodos, bien, eso no era importante ya que ellos no estaban interesados en sentarse.
Frost estaba junto al brazo del sofá que estaba a mi lado. Doyle estaba apostado cerca de la puerta del cuarto dividido en reservados y vigilaba la puerta de salida. Como mis guardias no se sentaban, los dos policías tampoco quisieron sentarse. Al oficial mayor, el Oficial Wright, no le gustaban mis hombres. Medía algo más de un metro ochenta y estaba en buena forma física, desde su corto cabello castaño a sus botas cómodas y apropiadas. Miraba sucesivamente a Frost, a Doyle y a la pequeña hada que estaba en la mesa, pero sobre todo a Frost y Doyle. Apostaría lo que fuera a que Wright había aprendido una o dos cosas sobre el potencial físico en todos sus años de trabajo. A alguien que podía juzgar eso nunca le habrían gustado mis hombres. A ningún policía le gustaba pensar que podía no ser el perro más fiero de la habitación, en el caso de que estallara una pelea de perros.
O’Brian, la novata, medía por lo menos uno setenta, alta si se la comparaba conmigo, no tanto midiéndose con su compañero y mis guardias. Pero creo que ella ya estaba acostumbrada a eso en el cuerpo; a lo que no estaba acostumbrada era al Fear Dearg que tenía al lado. Él se había acercado a ella todo lo que le había sido posible. No había hecho nada incorrecto, nada de lo que ella pudiera quejarse excepto invadir su espacio personal, pero podría apostar a que ella se estaba tomando muy a pecho sus lecturas sobre las diferencias entre humanos y hadas. Una de las diferencias culturales entre nosotros y la mayoría de los americanos era que no necesitábamos marcar los límites personales y espaciales que la mayoría de los humanos necesitaban, por lo que si la Oficial O ’Brian se quejaba, se estaría mostrando insensible con nuestra gente y con la Princesa Meredith sentada ahí mismo. Observé su intento de no ponerse nerviosa mientras el Fear Dearg se movía acercándose a ella unos centímetros más. Pude leer en sus ojos azules cómo intentaba calcular las implicaciones políticas que se podrían derivar si le decía al Fear Dearg que se echara para atrás.
Sonó un educado golpe en la puerta, lo que significaba que no era Lucy y su gente. La mayoría de los policías tendían a golpear las puertas de forma mucho más autoritaria. Robert gritó…
– Adelante.
Alice empujó la puerta entrando con una pequeña bandeja de repostería.
– Aquí traigo algo para que vayan picando mientras les tomo nota -dijo dirigiéndonos una sonrisa y mostrando unos hoyuelos a ambos lados de su plena y roja boca. El pintalabios rojo era lo único que destacaba sobre su atuendo todo en blanco y negro. ¿Podía ser que la sonrisa que dirigió al Fear Dearg fuera algo más persistente? ¿Qué la mirada de sus ojos se endureciera al aproximarse a O’Brian? Tal vez, o quizás yo lo estaba esperando.
Ella vaciló con los pasteles como si no estuviera segura de a quién servir primero. Yo la ayudé a tomar la decisión.
– ¿Está Bittersweet fría al tacto, Robert?
Robert se había movido para sentarse junto a la semiduende y ella todavía sollozaba silenciosamente sobre su hombro, acurrucándose contra su cuello.
– Sí. Le vendrá bien algo dulce.
Alice me sonrió agradecida y luego ofreció la bandeja primero a su jefe y a la pequeña duende. Robert tomó un pastel glaseado y lo sostuvo acercándolo hacia la semiduende. Ella pareció no notarlo.
– ¿Está lastimada? -preguntó el Oficial Wright, pareciendo de repente más alerta, más… algo. Yo había visto a otro policía hacer eso, y a algunos de mis guardias. En un momento dado estaban allí de pie, y al momento siguiente estaban “alertas”, ya fueran policías o guerreros. Parece como si tuvieran algún interruptor interno que les hacía reaccionar al ser presionado.
La oficial O'Brian intentó hacer lo mismo, pero era demasiado novata. Todavía no sabía ponerse en modo de alerta máxima. Ya aprendería.
Sentí a Frost tensarse a mi lado junto al brazo del sofá. Sabía que si Doyle hubiera estado a mi otro lado también lo hubiera percibido en él. Eran guerreros, y era difícil para ellos no reaccionar a otro hombre.
– Bittersweet ha consumido mucha energía -dije- y necesita reponerla.
Alice nos ofrecía ahora la bandeja de dulces a Frost y a mí. Tomé el segundo pastel glaseado, que estaba entre una magdalena y algo más pequeño. El azúcar glaseado que lo cubría era blanco y espumoso, y de repente me sentí hambrienta. Ya lo había notado desde que estaba embarazada. Estaba bien, y luego de repente me entraba un hambre voraz.
Frost negó con la cabeza. Prefería mantener las manos libres. ¿Tendría hambre? ¿Cuántas veces habrían estado de pie él y Doyle en un banquete al lado de la Reina y habían velado por su seguridad mientras los demás comíamos? ¿Habría sido duro para ellos? Nunca se me había ocurrido preguntar, y no podía preguntárselo ahora delante de tantos desconocidos. Aparqué este pensamiento para más tarde y comencé a comerme el pastel lamiendo primero el azúcar glaseado.
– Parece que ella ha tenido un día duro -comentó Wright.
Me di cuenta de que a lo mejor ellos no sabían por qué estaban aquí protegiendo a Bittersweet. Igual sólo les habían dicho que tenían que proteger a un testigo, o tal vez incluso menos. Habían recibido órdenes de presentarse y vigilarla, y esto era lo que ellos estaban haciendo.
[5]