– Así es, pero es más que eso. Necesita reponerse. -Pasé la punta del dedo por la capa de glaseado y me lo lamí. Era casero, aunque no muy dulce.
– ¿Quiere decir comer? -preguntó O’Brian.
Asentí.
– Sí, pero es más que eso. No comemos sólo cuando estamos hambrientos o nos encontramos un poco desfallecidos. Si eres de sangre caliente, cuanto más pequeño eres, más difícil es mantener tu temperatura corporal y el nivel óptimo de energía. Por ejemplo, las musarañas tienen que comer cada día aproximadamente el equivalente a cinco veces su propio peso sólo para no morir de inanición.
Dejé de lamerme el dedo para lamer el glaseado que quedaba en el pastel. El oficial Wright me miró de reojo, para luego apartar rápidamente la mirada e ignorarme. Ningún oficial tomó nada de la bandeja, quizás para mantener las manos libres, o… ¿quizás les habían dicho que no aceptaran comida de los duendes? Esa regla sólo funcionaba si te encontrabas en el mundo de las hadas y eras humano. No dije nada, aunque rechazar los pasteles por miedo a la magia feérica, sería visto como un insulto a Robert.
El Fear Dearg tomó un pedazo de pastel de zanahoria de la bandeja, dirigiendo una sonrisa siniestra hacia Alice. Luego me contempló. No me miró con disimulo; simplemente se quedó mirándome con fijeza. Entre los duendes si intentabas parecer atractivo y alguien no lo percibía, se consideraba como un insulto. ¿Estaba intentando provocar o parecer atractiva? No había querido hacerlo. Sólo quería mi glaseado, y sin cubiertos no tenía muchas opciones.
Robert todavía sostenía en alto el pastel frente a la pequeña duende que se apoyaba en su hombro.
– Hazlo por mí, Bittersweet, sólo pruébalo.
– ¿Quiere decir que ella podría morir sólo por no comer lo suficiente? -preguntó O’Brian.
– No sólo es eso. La histeria y el estallido de magia, sumado a su pequeño tamaño, han consumido por completo el poder que le permite funcionar y seguir siendo un ser racional.
– Soy sólo un poli, me parece que necesitará usar palabras más simples, o un mayor número de ellas -dijo Wright. Él me miró mientras lo decía, y luego rápidamente apartó la mirada. Le hacía sentir incómodo. Entre los humanos, yo era maleducada. Entre los duendes, el maleducado era él.
Frost deslizó un brazo a mi alrededor, sus dedos se demoraron en la piel desnuda de mi hombro. Él todavía controlaba la habitación, pero su roce me dejó saber que él lo había notado, y que pensaba que bien podría yo usar esas mismas habilidades en su cuerpo. Los humanos que trataban de jugar siguiendo estas reglas a menudo se equivocaban resultando demasiado sexuales. Es educado fijarse, no andar tocando.
Me dirigí a los oficiales mientras los dedos de Frost acariciaban mi hombro dibujando delicados círculos. Doyle estaba en desventaja. Estaba demasiado lejos para tocarme ya que tenía que centrar su atención en la puerta, así que… ¿cómo podría darse cuenta de mi comportamiento sin dejar de estar en guardia? Comprendí que la reina le había puesto en ese dilema durante siglos. Él no le había mostrado nada; sólo frío, y una Oscuridad impenetrable. Dejé el pastelillo mientras me dirigía al policía y pensaba acerca de ello.
– Se necesita energía para que un cerebro complejo funcione. Se necesita energía para caminar erguidos y hacer todas las cosas que hacemos con nuestro tamaño. Y en el caso de Bittersweet se necesita magia para hacer que un duende tan pequeño como ella sea capaz de existir.
– ¿Quiere decir que sin la magia ella no podría sobrevivir? -preguntó O’Brian.
– Quiero decir que ella tiene un aura mágica, a falta de un término mejor, que la rodea y mantiene sus funciones. Ella, según todas las leyes de la física y la biología, no debería existir; sólo la magia sostiene a los más pequeños de nosotros.
Ambos oficiales miraron a la pequeña duende mientras tomaba el pastel y se lo comía tan delicadamente como un gato se lame la crema en su pata.
Alice dijo…
– Nunca antes había oído una explicación tan clara -dijo asintiendo con la cabeza en dirección a Robert. -Lo siento, jefe, pero es la verdad.
Robert dijo…
– No, si estoy de acuerdo. -Él me miró, y fue una mirada más atenta que la que me había dirigido anteriormente. -Olvidé que te educaste en escuelas humanas. Tienes una licenciatura en ciencias biológicas, ¿no?
Asentí.
– Te hace excepcionalmente capaz de explicar nuestro mundo al suyo.
Pensé en encogerme de hombros, pero sólo dije…
– He estado explicando mi mundo a los humanos desde que tenía seis años y mi padre me sacó del mundo feérico para ser educada en la escuela pública humana.
– Aquellos que fuimos exiliados cuando eso ocurrió, siempre nos preguntamos el por qué lo hizo el Príncipe Essus.
Sonreí.
– Estoy segura de que hubo muchos rumores.
– Sí, pero creo que ninguno verdadero.
Ahora sí que me encogí de hombros. Mi padre me había llevado al exilio porque su hermana, mi tía, la Reina del Aire y la Oscuridad, había intentado ahogarme. Si yo hubiera sido realmente una sidhe e inmortal, no podría morir por asfixia. El hecho de que mi padre tuviera que ponerme a salvo quería decir que yo no era inmortal, y para mi tía Andais significaba que yo no era muy diferente al resultado del cruce nacido de una perra de raza que hubiera sido por casualidad preñada por el chucho de los vecinos. Si me podía ahogar, entonces que así fuera.
Mi padre nos había llevado a mí y a su Casa al exilio para mantenerme con vida. A los medios humanos se les vendió la versión de que así yo podría conocer también el país donde nací y no sólo ser una criatura del mundo de las hadas. Fue la mejor publicidad que recibió la Corte Oscura en siglos.
Robert me miraba. Me concentré en mi pastelillo, porque no me atrevía a divulgar la verdad a alguien de fuera de la corte. Los secretos de familia sólo conciernen a los sidhe, y esas cosas había que tomarlas en serio.
Alice había dejado la bandeja en la mesa central y empezaba a tomar nota, comenzando por el lado opuesto del cuarto, es decir, por Doyle. Él pidió un café exótico que había tomado la primera vez que estuvimos aquí, y que también le gustaba tener en casa. No era un tipo de café que yo hubiera visto alguna vez en el sithen, lo que quería decir que él había estado en el exterior el tiempo suficiente como para aficionarse a él. También era el único sidhe que yo había visto alguna vez con un piercing en el pezón y un montón de pendientes. Alguna que otra vez, se había hablado del tiempo que pasó fuera del mundo de las hadas, pero… ¿cuándo fue eso? Durante toda mi vida no podía recordar un momento en que él no hubiera estado junto a la reina. Le amaba muchísimo, pero éste era uno de aquellos momentos en los que comprendía, de nuevo, que realmente no sabía demasiado sobre él. Casi nada, en realidad.
El Fear Dearg pidió una de esas bebidas de café en las que hay más leche batida que café. Los oficiales pasaron de tomar nada, y entonces llegó mi turno. Yo quería un té Earl Grey. Pero el médico me había hecho dejar la cafeína durante el embarazo. El Earl Grey sin teína me parecía insípido, por lo que pedí un té verde con jazmín. Frost pidió directamente un Assam [6] solo, pero luego ordenó también crema y azúcar. Le gustaban los tés negros cargaditos y luego los endulzaba para suavizarlos.
Robert ordenó una merienda completa [7] para él y Bittersweet, compuesta por bollitos, acompañados de una nata montada tan espesa como la mantequilla, y mermelada de fresa recién hecha. El Fael era famoso por sus meriendas.
Casi pedí lo mismo, pero los pasteles no van bien con el té verde. Nada me sabía igual, y de repente, tampoco me apetecía tanto el dulce. Algo de proteína me parecía mejor. ¿Comenzaba a tener antojos? Me incliné hacia la mesa y dejé el pastel a medio comer encima de una servilleta. El glaseado no me resultaba atractivo en ese momento.