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Robert dijo…

– Ve con los oficiales, Alice. Al menos necesitan café.

Wright contestó…

– Estamos de servicio.

– Igual que nosotros -apuntó Doyle con su profunda y sedosa voz. -¿Quiere decir con eso que no nos tomamos tan en serio nuestro trabajo como ustedes realizan el suyo, Oficial Wright?

Pidieron café. La primera fue O’Brian que pidió uno solo, pero luego Wright pidió un cappuccino helado, una opción aún más dulce que la que había pedido el Fear Dearg. O’Brian miró de reojo a Wright, y con la mirada fue suficiente. Si ella hubiera sabido que él iba a pedir algo tan cursi, habría elegido otra cosa en vez del café solo. Vi ese pensamiento pasar por su cara; ¿Sería capaz de cambiar lo que había pedido?

– Oficial O’Brian, ¿desea cambiar lo que ha pedido? -le pregunté. Me limpié los dedos con otra servilleta. De repente me molestaban hasta los restos pegajosos del pastel.

Ella balbuceó…

– Yo… no, gracias, Princesa Meredith.

Wright carraspeó. Ella le miró, confusa.

– No le digas eso a un duende.

– ¿Decir el qué? -preguntó.

– Gracias -le dije. -Algunos duendes de mayor edad se tomarían el gracias como un insulto grave.

Ella se sonrojó bajo el bronceado.

– Lo siento -dijo, luego se detuvo confundida y miró a Wright.

– Está bien -dije. -No soy tan vieja como para ver ese “gracias” como un insulto, pero estaría bien que tomaras nota de esa norma para tratar con nosotros.

– Yo sí soy lo bastante viejo -dijo Robert- pero he dirigido este local el tiempo suficiente como para no sentirme insultado por cualquier cosa. -Sonrió, y fue una sonrisa sincera, toda blanca, con dientes perfectos y hermoso rostro. Me pregunté cuánto le habría costado. Mi abuela era medio brownie, así que yo sabía cuánto había tenido que cambiar.

Alice fue a por nuestros pedidos. La puerta se cerró tras ella, y luego sonó un golpe firme, fuerte, que hizo saltar a Bittersweet al mismo tiempo que se aferraba a la camisa de Robert con sus manos cubiertas de azúcar. Ahora sí era la policía. Lucy entró sin esperar invitación.

CAPÍTULO 7

– BAJARON CORRIENDO POR LA COLINA -DIJO BITTERSWEET, con voz aguda, casi musical, aunque era una música que hoy sonaba desafinada. Se notaba su stress aún mientras intentaba contestar las preguntas.

Estaba escondida en el cuello de Robert, mirando a los dos detectives vestidos de paisano como una niña asustada. Tal vez estuviera asustada, o tal vez se aprovechaba de su tamaño. La mayoría de los seres humanos trataban a los semiduendes como niños, y cuanto más diminutos son, más inocentes e ingenuos parecen a los ojos humanos. Yo tenía mejor criterio.

Los dos policías, Wright y O’Brian, habían ocupado sus puestos junto a la puerta del fondo, haciendo guardia tal como les habían ordenado los detectives. El Fear Dearg había vuelto al salón principal para ayudar en el salón, aunque yo me preguntaba de cuánta ayuda sería con los clientes. Parecía más acostumbrado a asustar que a tomar pedidos.

– ¿Cuántos bajaron corriendo por la colina? -preguntó Lucy con voz paciente. Su compañero tomaba nota de la declaración en su cuaderno de notas. Lucy me había explicado en una ocasión que algunas personas se ponían más nerviosas cuando veían que se tomaba nota de lo que decían. Esto podía ayudarte a intimidar a un sospechoso, pero también podía intimidar a un testigo cuando esto era lo último que deseabas. Ellos lo solucionaban tomando notas el compañero de Lucy, cuando ella interrogaba. Y en ocasiones, ella hacía lo mismo por él.

– Cuatro, cinco. No estoy segura -dijo, escondiendo su rostro contra el cuello de Robert. Sus delgados hombros comenzaron a temblar, y nos dimos cuenta de que estaba llorando otra vez.

Todo lo que habíamos averiguado hasta ahora era que se trataba de hombres que simulaban ser duendes con largas cabelleras e implantes en las orejas. Podían ser de cuatro a seis, aunque también podrían ser más. Bittersweet estaba segura de que, como mínimo, eran cuatro, quizás más. Ella estaba muy confusa respecto al tiempo, porque la mayoría de los duendes, especialmente aquéllos que trabajan en contacto con la naturaleza, usan la luz y no el reloj, para medir el tiempo.

Robert obligó a la semiduende a comer un poco más de pastel. Ya habíamos informado a los detectives del por qué el tomar dulce era tan importante. Oh, y… ¿cómo es que todavía estábamos aquí? Porque cuando nos habíamos levantado para marcharnos, Bittersweet se había vuelto a poner histérica. Parecía estar totalmente convencida de que, sin la princesa y sus guardaespaldas reales, los policías humanos se la llevarían a la fuerza a la comisaría de policía, y todo ese metal y tecnología la podrían matar por accidente.

Había tratado de convencerla de que Lucy era un buen policía, pero Bittersweet había perdido a alguien amado, precisamente debido a un accidente, décadas atrás, cuando los dos llegaron por primera vez a Los Ángeles. Supongo que si yo hubiera perdido a uno de mis amores por culpa de un descuido de la policía, también tendría problemas para volver a confiar en ella.

Lucy lo intentó de nuevo.

– ¿Puede describir a las personas que corrían colina abajo?

Bittersweet nos miraba a hurtadillas, con su boca diminuta manchada del glaseado del pastel. Parecía inocente, casi una víctima, pero yo sabía que la mayoría de los semiduendes preferirían tomar sangre fresca antes que dulces.

– Todo el mundo es alto para mí, así que eran altos -dijo con esa vocecita aguda. Ésa no era la voz con la que nos había gritado. Estaba jugando con los humanos. Quizás desconfiaba, o quizás sólo era el hábito de intentar pasar desapercibida para que la gente grande no la lastimara.

– ¿De qué color era su pelo? -preguntó Lucy.

– Uno de ellos lo tenía negro como la noche, el de otro era amarillo como las hojas de arce justo antes de caer del árbol, el cabello de otro era del rubio más claro como el color de las rosas cuando se marchitan al sol y otro tenía el pelo como las hojas cuando ya han caído y perdido todo color excepto el castaño, aunque era un castaño brillante como el de las hojas que después de llover brillan porque están mojadas.

Todos esperamos a ver si añadía algo, pero volvió a concentrarse en el pastel que Robert sostenía delante de ella.

– ¿Qué llevaban puesto?

– Plástico -dijo ella, por fin.

– ¿Cómo que plástico? -preguntó Lucy.

– Plástico como el que se utiliza para envolver la comida que ha sobrado.

– ¿Quieres decir que sus ropas eran de plástico para envolver?

Ella negó con la cabeza.

– Llevaban el plástico sobre su pelo, sus ropas y sus manos.

Observé cómo Lucy y su compañero se controlaban para no revelar la excitación que les producía esa información. Esa descripción debía explicar algo de lo observado en la escena del crimen, lo que daba credibilidad a la declaración de Bittersweet.

– ¿De qué color era el plástico?

Sorbí mi té, intentando no atraer la atención sobre mí. Frost, Doyle y yo estábamos aquí porque Bittersweet confiaba en nosotros para mantenerla a salvo de las garras de la policía humana. Ella confiaba, igual que lo hacían la mayoría de los duendes menores, en que los nobles de su corte actuarían con nobleza. Lo intentaríamos. Lucy había insistido en que Doyle se sentara en el sofá junto a mí, en lugar de estar junto a ellos. Así que estaba sentada entre los dos, ya que Frost se había movido del brazo del sofá para sentarse a mi otro lado. Así, tampoco él la asustaría.