– ¿Los semiduendes son tan delicados como parecen? -me preguntó.
Estuve a punto de sonreír, pero no estaba de humor para ello.
– No, Detective, no lo son. Son más fuertes de lo que parecen, e increíblemente rápidos.
– ¿Entonces no buscamos a un humano?
– Yo no he dicho eso. He dicho que físicamente los humanos no podrían hacerlo, pero si hay implicada alguna clase de magia que pudiera ayudarles, sí lo lograrían.
– ¿Qué tipo de magia?
– No estoy pensando en un hechizo. Yo no soy humana. No necesito un hechizo para usarlo contra otra hada, pero sé que hay historias sobre magia en la que se nos puede hacer más débiles, perceptibles, y vulnerables.
– Bien, ¿y no se supone que este tipo de duendes son inmortales?
Aparté la vista de los diminutos cuerpos sin vida. Antes, la respuesta habría sido simplemente un sí, pero había sabido de algún semiduende en la Corte Oscura que había muerto por caerse por una escalera, y otros por causas más triviales. Su inmortalidad no era lo que solía ser, pero esto no lo habíamos hecho público a los humanos. Algo de lo que intentábamos asegurarnos era de que los humanos siguieran pensando que no podían hacernos daño fácilmente. ¿Algún humano habría averiguado la verdad y se estaba aprovechando? ¿Esta mortalidad se estaba acentuando entre los duendes menores? O… ¿la magia que les hacía inmortales estaba desapareciendo lentamente?
– Merry, ¿sigues por aquí?
Sacudí la cabeza y la miré, feliz de dejar de mirar los cuerpos.
– Lo siento, sólo que nunca me acostumbraré a ver esta clase de cosas.
– Oh, te acostumbrarás a ello -me dijo. -Sólo espero que no tengas que ver tantos cadáveres como para que te llegue a ser indiferente -dijo suspirando, como si deseara no estar tan hastiada.
– Me preguntaste si los semiduendes eran inmortales, y la respuesta es sí. -Era todo lo que yo podría decirle hasta averiguar si la mortalidad se extendía entre los duendes. Hasta ahora sólo se habían dado casos aislados dentro del mundo feérico.
– Entonces… ¿cómo lo hizo el asesino?
Yo sólo había visto a otro semiduende morir por una hoja que no fuera de hierro frío. Hoja que fue esgrimida por un noble de la Corte Oscura. Un sidhe, y uno de mis parientes sanguíneos. Habíamos ejecutado al sidhe que lo hizo, aunque dijo que no había pensado matarla. Él sólo quiso herirla atravesándole el corazón, igual que ella había herido profundamente el suyo al abandonarlo -poético y la clase de tontería romántica que se hace cuando uno está acostumbrado a estar rodeado de seres a los que puedes cortar la cabeza y siguen viviendo-. Aunque esto último no ha funcionado desde hace mucho tiempo incluso entre los sidhe, y tampoco lo íbamos contando por ahí. A nadie le gusta hablar del hecho de que su gente está perdiendo su magia y su poder.
¿El asesino era un sidhe? De alguna manera no pensé que lo fuera. Ellos podrían matar a un duende menor por arrogancia o por una cuestión de honor, pero esto tenía el regusto de algo mucho más complicado que eso, un motivo que sólo el asesino entendería.
Medité cuidadosamente mi propio razonamiento para estar segura de que no estaba considerando como sospechosos a la Corte Oscura, la Multitud Oscura. Una Corte que me había ofrecido su trono y que yo había rechazado por amor. La prensa sensacionalista todavía hablaba del final del cuento de hadas, pero mucha gente había muerto, algunos de ellos por mi propia mano, y como en la mayoría de los cuentos de hadas, se trataba más de la sangre y de ser sincero con uno mismo que del amor. El amor acabó por ser la emoción que me había conducido a saber lo que realmente quería, y quién era yo en realidad. Creo que hay emociones mucho peores que seguir.
– ¿Qué es lo que piensas, Merry?
– Me pregunto qué emoción llevó al asesino a hacer esto, a querer hacer esto.
– ¿Qué quieres decir?
– Se necesita algo así como el amor para poner tanta atención en los detalles ¿Amaba el asesino este libro o amaba a los pequeños semiduendes? ¿Odiaba este libro cuando era un niño? ¿Puede ser la pista de algún trauma horrible que le hizo perpetrar este crimen?
– No me hagas su perfil criminal, Merry; tenemos a gente pagada para hacer eso.
– Sólo estoy haciendo lo que me enseñaste, Lucy. El asesinato es como cualquier habilidad; no existe el escenario perfecto. Y éste es perfecto.
– El asesino probablemente pasó años fantaseando sobre esta escena, Merry. Quería, necesitaba que fuera perfecto.
– Pero nunca lo es. Eso es lo que dicen los asesinos en serie cuando les interroga la policía. Algunos de ellos cometen esos homicidios una y otra vez para clavar su fantasía, pero nunca lo consiguen, por lo que siguen matando para intentar conseguir su fantasía perfecta.
Lucy me sonrió.
– Sabes, esa es una de las cosas que siempre me han gustado de ti.
– ¿El qué? -pregunté.
– No confías sólo en la magia; intentas realmente ser un buen detective.
– ¿Y no es eso lo que se supone que tengo que hacer? -pregunté.
– Sí, pero te sorprendería saber cuántos médiums y magos son magníficos utilizando su magia, y unos chapuzas haciendo de detectives.
– No, no me sorprendería, pero recuerda, que yo no tenía tanta magia hace unos meses.
– Es verdad, tus poderes han despertado más tarde. -Y me sonrió otra vez. Antes hubiera pensado que era extraño que la policía pudiera sonreír junto a un cadáver, pero había aprendido que o te sobrepones o te sacan de homicidios, o todavía mejor, te echan de la policía.
– Ya lo he comprobado, Merry. No hay más homicidios que se parezcan a éste. No hay más muertes de semiduendes en grupo. Sin trajes. Sin que se parezcan a los dibujos de un libro. Éste es el primero de esta clase.
– Quizás sea así, pero tú me enseñaste que los asesinos no comienzan tan bien. Tal vez ellos sólo lo planearon perfectamente y tuvieron la suerte de que les saliera perfecto, o tal vez ellos han cometido otras masacres que no han sido tan perfectas, tan planificadas, pero serían como una puesta en escena, o darían esa sensación.
– ¿Qué tipo de sensación? -me preguntó.
– Pensaste en la película no sólo porque te daría más pistas, sino porque hay algo dramático en todo esto. El escenario, la elección de víctimas, la puesta en escena, el libro ilustrado; todo llama la atención.
Ella asintió.
– Exactamente -dijo.
El viento jugó con mi vestido morado hasta que tuve que sujetarlo para evitar que topara contra el cordón policial que estaba detrás de nosotros.
– Siento haber tenido que llamarte para algo así en sábado, Merry – me dijo. -De verdad que traté de contactar con Jeremy.
– Él tiene una nueva novia y ha apagado el móvil. -No envidiaba a mi jefe, la primera relación casi seria que había tenido desde hacía años. De verdad que no.
– Parece que tenías planeado un picnic.
– Algo así -le dije- pero este tampoco es un buen sábado para ti.
Ella sonrió tristemente.
– No tenía ningún plan. -Luego señaló con el pulgar en dirección donde estaba la policía. -Tus novios están cabreados conmigo por hacerte examinar cadáveres mientras estás embarazada.
Mis manos, automáticamente, fueron a mi estómago, que todavía estaba plano. No se me notaba nada, aunque con gemelos el médico me había advertido que esto podría cambiar de la mañana a la noche.
Eché un vistazo hacia atrás para mirar a Doyle y a Frost, que estaban junto a los policías. Mis dos hombres no eran más altos que algunos de los policías -medir algo más de metro noventa de estatura no era tan extraño-, pero era lo demás lo que destacaba dolorosamente. Doyle había sido llamado la Oscuridad de la Reina durante miles años, y encajaba con ese apodo. De piel y cabello negro, con ojos también negros ocultos tras unas gafas de sol negras. Su pelo negro estaba recogido a su espalda en una apretada trenza. Sólo los pendientes de plata que ascendían por el lóbulo de su oreja puntiaguda suavizaban el negro-sobre-negro de sus tejanos, camiseta, y chaqueta de cuero negros. Esta última debía de esconder las armas que llevaba. Era el capitán de mis guardaespaldas, así como uno de los padres de mis bebes no natos, y uno de mis amores más queridos. El otro amor más querido estaba de pie a su lado como un pálido negativo, y de piel tan blanca como la mía, aunque el pelo de Frost era plateado como el espumillón de un árbol de Navidad brillando a la luz del sol. El viento jugaba con su pelo de forma que parecía flotar tras él como una ola brillante. Parecía un modelo frente a un ventilador, pero aunque su pelo le llegaba a los tobillos y lo llevaba suelto, no se le enredaba con el viento. Le había preguntado sobre ello, y simplemente me había contestado… -Al viento le gusta mi pelo. -No había sabido qué decirle, así que no le contesté nada.