Doyle y Frost se quedaron de pie, vigilando a la gente de fuera. El duende que parecía un adolescente se quedó junto a ellos. Era obvio que estaba disfrutando de ser uno de los chicos y mostraba el tatuaje que llevaba en el hombro a Doyle y a Frost.
Matilda había pedido a Harvey que hiciera café. Me di cuenta, de repente, que ésta era la primera vez en semanas que me había sentado con otras mujeres y sin tener que ser la princesa, un detective, o la responsable de cada uno con los que trataba. Habíamos traído a mujeres sidhe con nosotros desde el mundo de las hadas, pero ellas habían formado parte de la guardia del príncipe. Habían pasado siglos sirviendo a mi padre, el Príncipe Essus, y él fue cordial con ellas, aunque no en exceso; fue tan cuidadoso en no exceder los límites, como descuidada fue su hermana, la reina. Donde ella había tratado a sus guardias como si fueran su harén o simples juguetes a los que atormentar, él había tratado a las suyas con respeto. Había tenido amantes entre ellas, pero el sexo no era despreciado entre los duendes. Era sólo normal.
Las guardias femeninas darían sus vidas por mantenerme a salvo, aunque se supone que deberían proteger a un príncipe. Pero no había más príncipes en la Corte Oscura o fuera del mundo duende. Yo había matado al último antes de que me matara a mí. Las guardias no se afligieron por su príncipe perdido. Él había sido un sádico sexual como su madre. Algo que por el momento habíamos logrado esconder a los medios, era la cantidad de guardias, tanto hombres como mujeres, que estaban traumatizados por las torturas que habían tenido que soportar.
Algunas de ellas hubieran querido que Doyle, o Frost, o uno cualquiera de los otros padres, fuera nombrado príncipe, y así ellas serían su guardia. Tradicionalmente, el hecho de dejarme embarazada habría convertido al futuro padre en príncipe y próximo rey, o por lo menos, consorte real. Pero con tantos padres, no existía ningún precedente para nombrarlos a todos príncipes.
Me senté con las mujeres, oyéndolas conversar sobre cosas del día a día, y comprendí que sentarme en la cocina de mi Gran o en la cocina con Maggie Mae había sido lo más cercano a lo cotidiano que alguna vez había podido disfrutar.
Con ésta eran tres, las veces que hoy notaba un nudo en mi garganta y las lágrimas aflorar a mis ojos. Así era cada vez que pensaba en Gran. Tan sólo había pasado un mes desde su muerte. Supongo que tenía derecho.
Matilda preguntó…
– ¿Estás bien, Princesa?
– Merry -dije. -Llámame Merry.
Con eso me gané otra alegre sonrisa. Luego se oyó un ruido detrás de nosotros.
Nos giramos para ver cómo el cristal comenzaba a resquebrajarse bajo el peso de los reporteros que estaban amontonados unos contra otros.
Doyle y Frost corrieron junto a mí. Me alzaron, llevándome hacia el mostrador y la trastienda. Agnes recogió al niño y corrió en busca de refugio. Oímos más gritos, y el cristal cedió quebrándose con un agudo y estridente chasquido.
CAPÍTULO 12
HABÍA AMBULANCIAS, POLICÍAS Y TROZOS DE CRISTAL POR todas partes. Ninguno de los que estábamos en la tienda había resultado herido, pero a algunos de los paparazzi los habían llevado al hospital. La mayor parte de la gente que había estado pegada al cristal eran fotógrafos intentando conseguir la “foto” que les haría ricos. Ciertos planos se rumoreaba que podrían llegar a valer centenares de miles de dólares. Hasta hoy, creía que eso sólo eran rumores.
Lucy me vigilaba mientras el técnico sanitario de la ambulancia me examinaba. Mis protestas diciendo…
– Estoy bien. No estoy herida… -cayeron en oídos sordos. Cuando Lucy me encontró dentro de la charcutería bajo una capa de cristales rotos se puso pálida. Miré a esa chica alta y morena, y me di cuenta de que si bien nunca podríamos ir de compras juntas, siempre podría contar con su amistad.
El técnico en emergencias médicas me quitó el manguito para medir la presión sanguínea de mi brazo y comentó…
– Todo parece estar bien. La presión sanguínea, todo eso. Pero no soy médico, y muchísimo menos un especialista en neonatos.
– ¿Así que piensa que debería ir al hospital? -preguntó Lucy.
El técnico frunció el ceño y me di cuenta de su dilema. Si decía que no y se equivocaba, estaba jodido. Pero allí había otras personas que realmente se habían hecho más daño y si él dejaba a una de ellas atrás para llevarme a mí y curarse en salud, y esa otra persona que dejaba atrás moría, entonces también estaba jodido.
Lucy recurrió a Doyle y Frost buscando apoyo…
– Decidle que necesita ir al hospital.
Ellos se miraron, y entonces Doyle asintió ligeramente con la cabeza como dando autorización, y Frost contestó…
– Nosotros no le decimos a Merry lo que tiene que hacer. Ella es nuestra princesa.
– Pero está gestando a vuestros bebés -dijo Lucy.
– Eso no nos da derecho a imponer nuestro criterio -dijo él.
Doyle agregó…
– Yo esperaba que tú lo entenderías mejor que la mayoría, Detective Tate.
Ella les miró frunciendo el ceño, luego se volvió hacia mí.
– ¿Me prometes que no te has caído ni que se te ha caído nada encima?
– Te lo prometo -le dije.
Ella tomó aire exageradamente, dejándolo luego escapar lentamente. Luego asintió con la cabeza.
– Estupendo. Bien. Abandono. Si vosotros no os preocupáis, no sé por qué voy a molestarme yo.
Le sonreí.
– Porque eres mi amiga, y los amigos se preocupan los unos de los otros.
Ella casi pareció avergonzada, luego me dirigió una sonrisa burlona.
– Estupendo. Vete y disfruta de lo queda del sábado.
Doyle me alargó una mano y yo la tomé, permitiendo que me ayudara a levantarme, aunque en realidad no era necesario. Ambos habían estado más tranquilos que Lucy, tal vez porque habían estado junto a mí todo el tiempo. Sabían que no me había pasado nada, pero también habían sido mucho más cuidadosos conmigo de lo que habían sido antes. Era conmovedor, pero algo irritante. Me preocupaba que a medida que avanzara el embarazo se pudiera volver mucho menos conmovedor y mucho más irritante. Pero ésa era una preocupación que podía dejar para otro día. Estábamos en libertad de dirigirnos hacia la playa, y todavía había suficiente luz de día para disfrutar de ella. Todo estaba bien.
El técnico preguntó…
– Entonces… ¿Ya he acabado aquí con la princesa?
– Sí -le dijo Lucy, -vaya a encontrar a alguien que esté chorreando sangre y que pueda llevar al hospital.
Él sonrió, obviamente aliviado, y salió a toda prisa a buscar a alguien que realmente necesitara un paseo al hospital.
– Te pondré una escolta que te acompañe hasta tu coche -dijo ella señalando a los reporteros contenidos por la cinta y las barreras. Extrañamente, el paparazzi que había resultado herido, ahora era noticia por sí mismo. Me pregunté si disfrutaría de estar al otro lado del objetivo.
– Algunos de ellos nos seguirán hasta la playa -dijo Frost.
– Puedo intentar despistarlos.
– No, no quiero ver lo que eso podría ocasionar en los accesos que llevan a la playa -contradijo Doyle rápidamente, de forma que incluso Lucy se percató de su ansiedad.
– La Oscuridad, tan alto y mortífero… y todavía incómodo cuando tiene que subir a un vulgar coche -dijo Lucy, dirigiéndome el comentario.
Sonreí y le hice una seña con la cabeza.
– Prefiero la limusina; Al menos con ese coche no puedo ver la carretera tan claramente -comentó Doyle.
Lucy le sonrió, moviendo la cabeza.
– ¿Sabes, Doyle? Me gustas mucho más desde que sé que te da miedo algo.
Él la miró frunciendo el ceño, y probablemente habría hecho algún comentario, pero en ese momento el móvil de Lucy sonó. Ella comprobó la llamada y al ver que tenía que cogerla, levantó un dedo haciéndonos señas de que esperáramos.