– Dime que no es un chiste -dijo ella y su tono fue cualquier cosa menos divertido. -¿Cómo? -Preguntó, escuchó y dijo, -Una disculpa no va a arreglarlo. -Colgó el teléfono y maldijo quedamente para sí misma.
– ¿Qué ha pasado? -Pregunté.
– Mientras aquí limpiábamos este desastre, nuestro testigo huyó de la escena. No la encontramos.
– ¿Cómo consiguió…?
– No lo saben. Aparentemente cuando en el Fael quedaron menos efectivos, el séquito de Gilda se envalentonó, y para cuando consiguieron calmarlos, la testigo se había ido. -Noté que ella se cuidó de mencionar el nombre de Bittersweet en público. Ésa era una buena precaución cuando los asesinatos tienen un origen mágico; Nunca sabes quién puede estar oyéndote o por qué medios.
– Lucy, lo siento. Si no hubieras venido aquí a ayudarnos, esto no habría ocurrido.
Ella echó una feroz mirada a un paparazzi que no había resultado herido pero a quién la policía había retenido para ser interrogado.
– Tú no habrías necesitado ayuda si estos bastardos no te hubieran acosado.
– No estoy segura de que les puedas acusar de algo -le dije.
– Ya encontraremos algo -dijo ella coléricamente. Su cólera probablemente tenía más que ver con el hecho de que Bittersweet había huido y que tendría que decirle a sus jefes que ella estaba rescatando a la princesa de las hadas de los reporteros grandes y malos cuando eso había ocurrido, pero el paparazzi que había salido indemne sería un bonito blanco para esa cólera.
– Vete, disfruta de tu fin de semana. Me encargaré de esta pandilla y te pondré una escolta hasta tu coche. Haré que algunos coches se aseguren de que nadie te sigue desde el Fael, pero si te están esperando más lejos -y aquí ella se encogió de hombros- me temo que no hay mucho que pueda hacer.
Tomé su mano y la apreté.
– Gracias por todo, y lamento el follón que vas a tener por la desaparición del testigo.
Ella sonrió, pero en sus ojos no se reflejó esa sonrisa.
– Me ocuparé de eso. Vete, disfruta de tu picnic o lo que sea. -Ella se marchó dando media vuelta, pero en seguida se giró frunciendo el ceño y acercándose otra vez a nosotros, susurró…
– ¿Cómo encontramos a alguien que sólo mide 15 centímetros en una ciudad del tamaño de Los Ángeles?
Era una buena pregunta, pero tenía una respuesta útil.
– Ella es uno de lo más pequeños entre nosotros, así que es muy sensible al metal y la tecnología. Por lo tanto, búscala en parques, descampados, calles bordeadas de árboles como la escena de hoy. Ella necesita la naturaleza para sobrevivir aquí.
– ¿Qué clase de hada de las flores es ella? -preguntó Frost.
– No lo sé -dijo Lucy.
– Buena idea, Frost -le dije. -Averígualo, Lucy, porque ella se sentirá atraída por su planta. Algunos de ellos están tan ligados a un trocito de tierra que si su planta se muere, mueren con ella.
– Ufff… eso haría que realmente te concienciaras con el medioambiente -dijo Lucy.
Asentí con la cabeza.
– ¿Quién sabía qué flor le gusta?
– Robert podría saberlo -le dije.
– Gilda lo sabía -dijo Doyle.
Lucy le miró frunciendo el ceño.
– Ella ya ha llamado a su abogado. No va a hablar con nosotros.
– Quizás lo haría, si tú le dices que al no cooperar está poniendo en peligro a su gente -dijo Doyle.
– No creo que le importe mucho -contestó Lucy.
Doyle sonrió levemente.
– Dile que, obviamente, Meredith se preocupa más de su gente. Insinúa que Meredith es mejor gobernante, más amable y yo creo que Gilda te dirá por propia voluntad cuál es la flor.
Ella le contempló inclinando la cabeza en señal de aprobación.
– Ambos son atractivos y listos. No es justo. ¿Por qué no puedo encontrar yo a un Príncipe Azul como estos chicos?
No estaba segura de qué decir a eso, pero Doyle contestó…
– No somos el Príncipe Azul de nuestra historia, Detective Tate. Meredith fue la que nos rescató, salvándonos de un destino amargo.
– Así que ella es… qué… ¿ la Princesa Azul?
Él le sonrió, con esa sonrisa encantadora que no dejaba ver a menudo. Consiguió que Lucy se sonrojara ligeramente, y me di cuenta de que a ella le gustaba Doyle. No la podía culpar.
– Sí, Detective, ella es nuestra Princesa Azul.
Frost tomó una de mis manos en las suyas y me miró, reflejándose en sus ojos todos sus sentimientos, a la vez que decía…
– Es ella.
– Así que en vez de esperar a que el Príncipe Azul me encuentre, ¿tengo que encontrar a uno a quién salvar y me lo traigo a casa?
– Eso a mí me funcionó -le dije.
Ella negó con la cabeza.
– Salvo a gente todos los días, o al menos lo intento, Merry. Sólo por una vez, me gustaría que me salvaran a mí.
Negué con la cabeza.
– He pasado por ello, Lucy. Confía en mí, es mejor evitarlo.
– Si tú lo dices… Yo tengo que ir a ver a Robert, a ver si sabe dónde puedo encontrar a nuestra pequeña amiga -nos dijo, despidiéndose con la mano mientras se abría paso entre la multitud.
Dos oficiales uniformados aparecieron como si les hubiera dicho que se acercaran cuando ella se fuera. Probablemente lo hizo. Eran nuestros viejos amigos Wright y O’Brian.
– Se supone que tenemos que vigilar que llegue a salvo hasta su coche -dijo Wright.
– Vamos -dije.
Iniciamos el viaje de regreso de la misma forma en que habíamos hecho el de ida, en medio de las ráfagas destellantes de los flashes de reporteros y paparazzis.
CAPÍTULO 13
ACABAMOS RODEADOS POR UN SÉQUITO INESPERADO DE reporteros y policías. En esta ocasión los reporteros formaban una masa tan compacta que Wright y O’Brian no podían conseguir que avanzáramos sin llegar a las manos, y por lo visto les habían ordenado no pasarse con la prensa. Se encontraban con el mismo problema que mis guardaespaldas habían estado soportando durante semanas. ¿Cómo te las arreglas para ser políticamente correcto cuando unos desconocidos te gritan a la cara, los flashes caen como bombas, y la muchedumbre se convierte en una masa de cuerpos que no tienes permitido tocar?
Los reporteros gritaban preguntas…
– ¿Ayuda a la policía en algún caso, Princesa?
– ¿En qué investigación está ayudando a la policía?
– ¿Por qué estaba llorando?
– ¿El dueño de tienda es realmente un pariente suyo?
Wright y O’Brian intentaban empujar para crear un camino pero sin hacer demasiada fuerza, lo que es mucho más difícil de hacer de lo que parece. Doyle y Frost se situaron a mis lados, porque la muchedumbre había crecido más allá de los reporteros. Humanos y duendes había salido de las tiendas y restaurantes para ver el escándalo que se había montado. Era propio de la naturaleza humana el ser curioso pero al añadirse a la multitud de reporteros habían conseguido paralizar el intento de avance.
Entonces, de repente, los reporteros se callaron, no todos al mismo tiempo, fue algo gradual. Primero uno se quedó en silencio, luego otro, y luego comenzaron a mirar alrededor como si hubieran oído un ruido, un sonido inquietante. Entonces lo sentí también: miedo. Un miedo que, como un viento frío y húmedo, pasaba rozando mi piel. Y de repente nos encontramos bajo la brillante luz del sol de California sintiendo como un escalofrío se deslizaba por nuestra espalda.
Doyle me cogió del brazo y eso me ayudó a pensar. Me ayudó a reforzar mis escudos mágicos, y cuando lo hice, el miedo me abandonó, aunque todavía podía verlo en las caras de los periodistas.
Wright y O’Brian tenían las manos sobre sus armas, mirando alrededor aprensivamente. Extendí mis escudos externos hacia ellos, igual que antes derramé el encanto sobre Doyle y Frost. Los hombros de Wright se relajaron como si le hubieran quitado un peso de encima. O’Brian dijo…