– Fuimos maldecidos y nuestras mujeres destruidas para que así dejáramos de ser un pueblo. Sin importar lo longevos que somos, los Fear Dearg somos una raza que agoniza.
– Nunca había oído ni siquiera un rumor de que los Fear Dearg tuvieran mujeres, o estuvieran malditos.
Giró aquellos negros y oblicuos ojos hacia Doyle que estaba a mi lado.
– Pregúntale a ése si digo la verdad.
Miré a Doyle. Él simplemente asintió.
– Nosotros y los Gorras Rojas casi derrotamos a los sidhe. Éramos dos razas orgullosas , y existimos gracias al derramamiento de sangre. Los sidhe vinieron para ayudar a los humanos, para salvarlos de nosotros. -Su voz era amarga.
– Habríais matado a cada hombre, mujer y niño de la isla -dijo Doyle.
– Quizás lo hubiéramos hecho -dijo- pero era nuestro derecho el hacerlo. Eran nuestros adoradores antes de que fueran los vuestros, sidhe.
– ¿Y qué clase de Dios es aquél que destruye a todos aquéllos que le adoran, Fear Dearg?
– ¿Y qué clase de Dios es aquél que ha perdido a todos sus fieles, Nudons?
– No soy ningún Dios, ni lo he sido nunca.
– Pero todos nosotros pensamos que lo éramos, ¿no es cierto, Oscuridad? -preguntó, dejando oír de nuevo aquella inquietante risilla.
Doyle asintió, su mano en mi espalda se tensó.
– Pensábamos muchas cosas que resultaron no ser ciertas.
– Ay, sí que lo hicimos, Oscuridad -dijo el Fear Dearg pareciendo triste.
– Te diré la verdad, Fear Dearg. Me había olvidado de ti y de tu gente, y de lo que pasó hace ya tanto tiempo.
Él alzó la mirada para mirar a Doyle.
– Ohh, ay, los sidhe hacen tantas cosas que luego simplemente olvidan. No se lavan las manos en agua, o en sangre, pero sí en el olvido y el tiempo.
– Meredith no puede hacer lo que tú quieres.
– Ella es la reina coronada de los sluagh, y por un breve momento fue la de los Oscuros. Coronada por el mundo de las hadas y la Diosa, eso es lo que vosotros nos hicisteis esperar, Oscuridad. Tú y tu gente. Fuimos condenados al anonimato, sin hijos, sin hogar, hasta que una reina legítimamente coronada por la Diosa y el mismo mundo de las hadas nos pueda conceder un nombre otra vez. -Él alzó la vista hacia mí. -Para ellos, ésa fue una forma de maldecirnos eternamente sin parecer que fuera para siempre. Era una forma de atormentarnos. Solíamos presentarnos ante cada nueva reina y rogar para que nos devolviera nuestro nombre, y todas ellas se negaron.
– Recordaban lo que erais, Fear Dearg -dijo Doyle.
El Fear Dearg se giró hacia Frost.
– Y tú, Asesino Frost, ¿por qué tan silencioso? ¿No tienes ninguna opinión, o sólo las que la Oscuridad te impone? Ése es el rumor, que eres su segundo [12].
Yo no estaba completamente segura de que Frost entendiera esto último, pero sí se daba cuenta de que se estaban burlando de él.
– No recuerdo cuál fue el destino de los Fear Dearg. Desperté al invierno, y tu gente se había ido.
– Es verdad, es verdad, antes sólo eras el pequeño Jackie Frost, sólo un sirviente más en la Corte de la Reina del Invierno -dijo, ladeando de nuevo la cabeza mientras miraba a Frost. -¿Cómo lo hiciste para convertirte en sidhe, Frost? ¿Cómo obtuviste ese poder mientras el resto de nosotros nos desvanecíamos?
– La gente cree en mí. Yo soy Jack Frost. Ellos hablan, escriben libros e historias, y los niños se asoman a sus ventanas y las ven cubiertas de escarcha y creen que lo he hecho yo. -Frost dio un paso hacia el hombre más pequeño que estaba arrodillado. -¿Y qué dicen los niños humanos de vosotros, Fear Dearg? Actualmente, apenas sois un susurro en las mentes humanas, completamente olvidados.
El Fear Dearg le dirigió una mirada que daba realmente miedo, tal era la cantidad de odio que contenía.
– Ellos nos recuerdan, Jackie, nos recuerdan. Vivimos en sus memorias y en sus corazones. Todavía son lo que nosotros hicimos de ellos.
– Las mentiras no te ayudarán, sólo la verdad -dijo Doyle.
– No es mentira, Oscuridad, ves al teatro o vete a ver sus películas llenas de sangre y violencia. Sus asesinos en serie, sus guerras, la carnicería en las noticias de la tarde cuando cuentan que un hombre ha asesinado a su familia para que no se enteren de que ha perdido su trabajo, o la mujer que ahoga a sus niños para poder estar con otro hombre. Oh, no, Oscuridad, los humanos nos recuerdan. Fuimos las voces en la noche más negra del alma humana, y lo que sembramos allí todavía vive. Los Gorras Rojas les dieron la guerra, pero los Fear Dearg les dimos el dolor y el tormento. Son todavía nuestros niños, Oscuridad, sin duda alguna.
– Y nosotros les dimos la música, las historias, el arte y la belleza -contestó Doyle.
– Sois sidhes Oscuros; también les disteis la matanza.
– Les dimos ambos -dijo Doyle. -Tú nos odias porque les ofrecimos algo más que sólo sangre, muerte, dolor y miedo. Ningún Gorra Roja, ningún Fear Dearg escribió alguna vez un poema, pintó un cuadro, o creó algo nuevo y fresco. No tenéis ninguna capacidad para crear, sólo para destruir, Fear Dearg.
Él asintió.
– Me ha costado siglos, más siglos de los que nadie admitiría, aprender la lección que nos disteis, Oscuridad.
– ¿Y qué lección has aprendido? -pregunté. Mi voz fue suave, como si ni yo estuviera segura de querer saber la respuesta.
– Que la gente es real. Que los humanos no existen sólo para nuestro placer y matanza, y que también son un pueblo -dijo, mirando con furia a Doyle. -Pero los Fear Dearg han logrado sobrevivir para ver la fuerza con que caen otros, igual que nosotros una vez caímos. Miramos cómo el poder y la gloria de los sidhe disminuyen y los pocos que quedamos nos alegramos.
– Aún así te arrodillas ante nosotros otra vez -dijo Doyle.
Él negó con la cabeza.
– Me arrodillo ante la reina de los sluagh, no la de los Oscuros, o la de la Corte de la Luz. Me arrodillo ante la Reina Meredith, y si el Rey Sholto estuviera aquí, le reconocería como rey. Él ha conservado la fe en el otro lado de su ascendencia.
– Los tentáculos de Sholto son sólo un tatuaje a menos que él los llame. Parece tan sidhe como cualquiera de los que estamos aquí -expresó Doyle.
– Y si yo quisiera a una joven y hermosa doncella, ¿no usaría mi encanto para verme algo mejor?
– Es ilegal usar la magia con el propósito de engañar a alguien para mantener relaciones sexuales -dijo O’Brian.
Respingué. No me había dado cuenta de que aunque los policías habían retrocedido, todavía se encontraban lo bastante cerca para oírnos.
El Fear Dearg la miró furioso.
– ¿Y tú no te maquillas cuando sales con alguien, Oficial? ¿No te pones vestidos bonitos?
Ella no le contestó.
– Bueno, pues no hay ningún maquillaje que cubra esto -dijo, señalando su propia cara. -No hay ningún traje que esconda mi cuerpo. Conmigo sólo funciona la magia, nada más. Podría hacerte entender cómo es el sentirse deforme a los ojos de los humanos.
– No la dañarás -dijo Doyle.
– Ah, el gran sidhe habla y los demás debemos escuchar.
– No has aprendido nada, Fear Dearg -dijo Doyle.
– Acabas de amenazar con utilizar la magia para desfigurar a O’Brian -añadí.
– No, mi magia es sólo encanto; para deformarla tendría que usar algo más sólido.
– No pongas fin a su maldición, Meredith. Se convertirían en una plaga para los humanos.
– Alguien me puede explicar cuál era esa maldición, exactamente.
– Yo lo haré, en el coche -dijo Doyle, avanzando un paso y poniéndose delante de mí. -Fear Dearg, podríamos habernos compadecido de ti después de tanto tiempo, pero has demostrado con sólo unas palabras a una humana que todavía eres peligroso, demasiado malvado para que te sean devueltos tus poderes.