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El Fear Dearg tendió la mano hacia mí, por encima de la pierna de Doyle.

– Sólo danos un nombre, mi reina, te lo ruego. Danos un nombre y así podremos tener una vida otra vez.

– No lo hagas, Meredith, no antes de que entiendas lo que ellos eran y lo que podrían volver a ser.

– Hay sólo un puñado de nosotros en el mundo, Oscuridad -dijo el Fear Dearg, elevando la voz. -¿Qué daño podríamos hacer ahora?

– Si no necesitaras a Meredith para liberarte de la maldición, si no necesitaras de su buena voluntad, de la buena voluntad de alguna reina de las hadas, ¿qué le harías esta noche a cualquier mujer humana, Fear Dearg?

Los ojos del Fear Dearg reflejaron tal odio, que realmente retrocedí un paso detrás de Doyle, y Frost se movió de forma que yo sólo pude ver al Fear Dearg por los resquicios que dejaban sus cuerpos, como cuando lo vimos por primera vez.

Él me miró por en medio de ellos dos, y esa mirada realmente me hizo sentir miedo. Se puso en pie, un poco pesadamente, como si le hicieran daño las rodillas al estar tanto tiempo arrodillado en la acera.

– No sólo mujeres humanas, Oscuridad, o… ¿has olvidado que una vez nos enfrentamos con vuestra magia, y que los sidhe no estaban más seguros que los humanos?

– No lo he olvidado -contestó Doyle, y en su voz se oía la rabia. Nunca antes le había oído ese tono de voz. Sonaba como algo muy personal.

– No hay reglas que digan cómo conseguir que la reina nos conceda nuestro nombre -dijo él. -He preguntado amablemente si ella nos llamaría para salvarla, a ella y a los bebés que lleva dentro. Dejaríais que me llamara para salvarlos.

Los dos hombres cerraron filas y perdí de vista al Fear Dearg.

– No te acerques a ella, Fear Dearg, si lo haces te mataremos. Y si nos enteramos de la muerte de algún humano que lleve tu sello, ya no tendrás que afligirte por tu grandeza perdida, porque los muertos no se afligen.

– Ah, ¿y cómo vais a diferenciar mi estilo del de los humanos que llevan el espíritu de los Fear Dearg en sus almas? No es sólo música y poesía lo que veo en las noticias, Oscuridad.

– Nos marchamos -dijo Doyle.

Nos despedimos de Wright y O’Brian, y los hombres me metieron en el coche. Pusimos en marcha el motor, pero no arrancamos hasta que O’Brian y Wright se juntaron con el resto de los policías. Creo que ninguno de nosotros quería marcharse si O’Brian se quedaba cerca del Fear Dearg.

Fue Alice, con su modelito Gótico, quién salió del Fael y se acercó al Fear Dearg. Ella le abrazó, y él la abrazó en respuesta. Volvieron al salón de té de la mano, pero él nos miró por encima del hombro mientras yo ponía el SUV en marcha. La mirada era un desafío, una especie de Párame Si Puedes. Luego desaparecieron en la tienda. Me incorporé cuidadosamente al tráfico, y entonces dije…

– ¿Qué demonios era todo esto?

– No quiero contártelo en el coche -dijo Doyle, mientras se agarraba con fuerza a la puerta y al salpicadero. -No se cuentan historias acerca de los Fear Dearg cuando estás asustado. Eso los atrae y les otorga poder sobre ti.

A eso no supe qué decir, porque recordé un tiempo en el que pensaba que la Oscuridad de la Reina no sentía nada, y menos que nada, miedo. Sabía que Doyle sentía todas las emociones que todos los demás sentían, pero no admitía a menudo una debilidad. Él había dicho lo único que podría impedirme someterle a un interrogatorio de camino a la playa. Usé el manos libres para llamar a la casa de la playa y a la casa principal, para que supieran que estábamos bien. Que los únicos heridos habían sido los paparazzi. Algunos días el karma lo pone todo en su lugar.

CAPÍTULO 14

LA CASA DE LA PLAYA DE MAEVE REED COLGABA SOBRE EL océano, la mitad asentada sobre el acantilado y la otra mitad sobre soportes de madera y hormigón, diseñados para resistir terremotos, avalanchas de barro, y cualquier otra cosa que el clima del Sur de California pudiera lanzar contra la casa. Pertenecía a una urbanización que disponía de servicio de vigilancia y portería. Y esto era lo que impedía que la prensa nos siguiera. Porque nos habían encontrado. Parecía mágica la forma en que siempre acababan encontrándonos una vez más, como un perro siguiendo un rastro. Frente a la verja no había tantos como los que solían seguirnos por el estrecho camino lleno de curvas, pero los suficientes para detenerlos y que parecieran decepcionados cuando pasamos por los portones.

Ernie estaba en la puerta. Era un afro americano mayor que había sido soldado, pero fue herido de gravedad y tuvo que abandonar la carrera militar. Nunca me dijo qué herida había sufrido, y yo conocía bien la cultura humana como para no preguntar abiertamente.

Él miró ceñudo hacia los coches aparcados más allá de la puerta.

– Llamaré a la policía, así tendremos una prueba documentada del allanamiento de morada.

– Ellos no se acercan a la puerta cuando tú estás de servicio, Ernie -le dije.

Me sonrió.

– Gracias, Princesa. Hago todo lo que puedo… -e inclinando un sombrero imaginario en dirección a Doyle y Frost, añadió…-caballeros…

Ellos le saludaron con la cabeza y nos alejamos. Si la casa de la playa no hubiera estado detrás de un portón, habríamos estado a merced de los medios, y después de ver cómo el escaparate de la tienda de Matilda se venía abajo, no pensé que fuera una buena idea para esta noche. Habría sido bonito pensar que ese accidente haría que los paparazzi se contuvieran, pero probablemente el incidente me daría más actualidad, me convertiría en un nuevo objetivo. Irónico, pero cierto.

El teléfono del coche sonó. Doyle pulsó un botón, y hablé dirigiéndome hacia el micrófono.

– Hola.

– Merry, ¿a qué distancia estáis de la casa? -preguntó Rhys.

– Casi llegando -le dije.

Él dejó oír una risa ahogada de tono casi metálico debido al manos libres.

– Bien, nuestro cocinero está nervioso porque cree que la comida se enfriará antes de que llegues.

– ¿Galen? -Le pregunté.

– Sí, ni siquiera ha salido un momento de la cocina, pero mientras se preocupe de eso, no se preocupará por ti. Barinthus me dijo que llamaste y que hubo algo de alboroto. ¿Estás bien?

– Bien, pero cansada -contesté.

Doyle habló en voz alta.

– Estamos casi en el desvío.

– El manos libres sólo funciona con el conductor -dije, no por primera vez.

Doyle comentó…

– ¿Por qué no funciona para todos los que van delante?

– Merry, ¿qué dijiste? -preguntó Rhys.

– Doyle dijo algo. -Más bajito, y para Doyle, añadí… -No lo sé.

– ¿Que no sabes qué? -preguntó Rhys.

– Lo siento, no hablaba contigo. Casi estamos ahí, Rhys.

Un enorme cuervo negro graznaba y movía las alas mientras estaba posado sobre el poste de una vieja valla cerca del camino.

– Dile a Cathbodua que estamos bien, también.

– ¿Ves a alguna de sus mascotas? -preguntó Rhys.

– Sí. -El cuervo se alzó hacia el cielo y comenzó dar vueltas alrededor del coche.

– Entonces ella se enterará de tus noticias antes que yo -dijo, pareciendo un poco decepcionado.

– ¿Estás bien? Suenas cansado -le dije.

– Estoy bien, como tú -contestó, y se rió otra vez, entonces añadió… -Sólo que yo también acabo de llegar. El caso simple que Jeremy me asignó resultó no ser tan simple.

– Podemos hablar de eso durante la cena -le dije.

– Me gustaría oír tu opinión sobre el caso, pero creo que hay previsto un programa diferente para después de la cena.

– ¿Qué quieres decir?

Frost se inclinó hacia delante todo lo que le permitió el cinturón de seguridad, y preguntó…

– ¿Ha pasado algo más? Rhys parece preocupado.