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– Los viajes a través de un sueño o en una visión no eran nada inaudito para nosotros en un pasado ya lejano, pero una manifestación física hasta el extremo de que un seguidor pudiera tocarnos y tocarle o rescatarle del peligro, eso sí era realmente raro, incluso cuando estábamos en la flor de la vida como pueblo.

– ¿Cómo de raro? -le pregunté.

El temporizador de la tetera sonó, y él se acercó para darle al botón.

– Quisiera creer que hemos sido lo bastante silenciosos como para no despertar a nadie, pero programé el molesto temporizador de la tetera a propósito -dijo, utilizando unas pequeñas pinzas para sacar la bolsita de té de jazmín. -Nadie se ha despertado, Merry.

Pensé en ello.

– Doyle y Frost deberían de haberse levantado cuando pasamos por delante de la puerta de su dormitorio, pero no lo han hecho.

– Este timbre despertaría a los muertos -comentó Rhys, y pareció encontrarlo gracioso, ya que se rió de su propia broma, y moviendo la cabeza, puso un colador pequeño sobre mi taza antes de verter el té.

– No estoy segura de entender el chiste -le dije.

– Deidad de la muerte -dijo él, medio señalándose a sí mismo, mientras dejaba la tetera.

Asentí, como si eso tuviera mucho sentido, que no lo tenía, pero…

– Todavía no pillo el chiste.

– Lo siento, es una broma del gremio. Tú no eres una deidad de la muerte, así que no lo entenderías.

– Ya te vale.

Él me llevó la taza de té, luego se volvió para tirar el café que se le había enfriado y ponerse una taza del recién hecho. Tomó un sorbo, cerrando el ojo, y pareció satisfecho. Levanté mi té para poder oler el jazmín antes de saborearlo. Con algunos tés tan suaves, el olor era tan importante como el gusto.

– ¿Por qué piensas que nadie más se ha despertado? Quiero decir… Galen y Wyn han estado ahí mismo en todo momento.

– Creo que la Diosa no ha acabado contigo esta noche, y que hay algo que ella quiere que nosotros hagamos juntos.

– ¿Crees que es porque tú eres la única deidad de la muerte que tenemos aquí fuera?

Él se encogió de hombros.

– No soy la única deidad de muerte en Los Ángeles, sólo soy la única deidad de la muerte celta en Los Ángeles.

Le miré ceñuda.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Otras religiones también tienen deidades, Merry, y a algunos de ellos les gusta mezclarse con la gente y fingir ser personas.

– Lo haces sonar como si ellos no fueran de la misma clase de deidad que tú y los demás.

Él se encogió de hombros otra vez.

– Sé de una deidad en particular al que le gusta caminar en forma humana, pero también puede ser simplemente un espíritu. Si tú me ves caminar sin tener forma humana, es que estoy muerto.

– Entonces quieres decir que no sólo algo más que la magia actúa sobre los muertos, sino algo realmente como una deidad, un Dios con “D” mayúscula, como la Diosa y el Consorte.

Él asintió, sorbiendo su café.

– ¿Quién es? Quiero decir… ¿qué es? Quiero decir…

– ¡No!, no voy a decírtelo. Te conozco demasiado bien. Tú se lo dirás a Doyle y él no será capaz de resistirse a echarle una miradita. He hablado ya con la deidad en cuestión, y él y yo tenemos un trato. Le dejaré en paz y él nos dejará en paz a cambio.

– ¿Tanto miedo da?

– Sí y no. Sólo voy a decirte que prefiero no probar sus límites cuando todo lo que tenemos que hacer es dejarle en paz.

– No está haciendo daño a nadie en la ciudad, o… ¿sí?

– Déjalo en paz -dijo él, frunciendo el ceño. -Debería de haber mantenido mi gran bocaza cerrada.

Bebí unos sorbos de mi té, gozando del sabor a jazmín, pero francamente, el olor del café de Rhys dominaba el delicado perfume de las flores. Tomar un café habría sido agradable. Podría intentar tomarlo descafeinado.

– ¿En qué piensas tan intensamente? -me preguntó él con recelo.

– Me pregunto si podría conseguir café descafeinado y en cómo sabría.

Él se rió entonces, e incluso depositó un beso en mi mejilla.

– Deberíamos limpiarte.

Fue una vez más hacia el fregadero, y trajo un trozo de papel del rollo de cocina junto al fregadero. También llevó su taza de café para dejarla en remojo. Pero en el momento en que se acercó hasta mí con el papel de cocina, olí a rosas, no a jazmín.

– No -le dije-, no lo limpiaremos así.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó.

En ese momento supe la respuesta.

– El océano, Rhys, lo limpiaremos en el océano, en el lugar donde el agua encuentra la costa.

– Ése es un lugar intermedio -dijo-. Un lugar donde el mundo de las hadas y muchos otros sitios se encuentran con el mundo cotidiano.

– Puede ser -dije.

– ¿En qué estás pensando?

Respiré hondo y pude oler el jazmín otra vez más que las rosas.

– No estoy segura de lo que yo tengo en mente.

– Vale, entonces… ¿en qué está pensando la Diosa?

– No lo sé -le dije.

– Estamos diciendo eso mucho esta noche. Y no me gusta.

– A mí tampoco, pero ella es la Diosa. Más real que tu anónima deidad de la muerte.

– No vas a dejar pasar eso, ¿verdad?

– No, porque cuando te pregunté si él dañaría a la gente de aquí, tú no quisiste contestarme.

– Bueno, bajemos hacia el mar -y dejando su café, me tendió una mano.

– Igual que esto, vendrás conmigo sin saber por qué.

– Sí.

– Porque no quieres hablar más de la deidad de la muerte -contesté.

Él sonrió y asintió con la cabeza.

– En parte, pero la Diosa te ayudó a salvar a Brennan y a sus hombres. La Carroza Negra ha elegido una nueva forma que le permitió moverse por una zona de guerra. La Diosa cubrió nuestra cama de pétalos de rosa. Nunca había hecho algo así fuera del mundo de las hadas, o en noches donde la magia salvaje se desvanece. Los soldados curan a personas en su nombre. Creo que después de todo haré un acto de fe y creeré que ella nos quiere abajo entre las olas por alguna buena razón.

Me deslicé del taburete y puse una mano en la suya. Él agarró sus armas mientras avanzaba, y fuimos hacia las puertas correderas de cristal. Añadió, justo antes de dejar caer mi mano para abrir la puerta…

– Si echas agua de mar sobre la bata de seda la arruinarás.

– Tienes razón -le dije, y desatando el cinturón, la dejé caer al suelo.

Él me echó la mirada que me había estado dirigiendo desde que yo tenía aproximadamente dieciséis años, pero ahora la mirada contenía conocimiento y no sólo lujuria, sino también amor. Era una estupenda mirada.

– No creo que necesite la bata -comenté.

– El agua está fría -dijo.

Me reí.

– Entonces me pondré arriba.

– Pueden haber otros problemas causados por el frío.

– Ah, un problema provocado por el agua fría -dije, riendo.

Él asintió.

– Provengo de Deidades de la fertilidad, como bien sabes. Creo que puedo ayudarte a solucionar esa clase de problemas -le dije.

– ¿Por qué quiere la Diosa que la muerte y la fertilidad se adentren en el agua?

– No me ha dicho esa parte.

– ¿Va a hacerlo?

Me encogí de hombros.

– No lo sé.

Esto le hizo mover la cabeza, pero tomó mi mano en la suya y salimos al aire fresco de la noche y al olor del mar. Salimos para hacer lo que nos había dicho la Diosa sin saber por qué, porque a veces la fe es confiar ciegamente, incluso si una vez has sido adorado como Dios.

CAPÍTULO 19

NOTÁBAMOS LA ARENA FRÍA BAJO NUESTROS PIES descalzos, lo que ya nos daba una idea de cómo iba a estar el agua. Temblé, y Rhys pasó un brazo sobre mis hombros, amoldando sus firmes músculos contra mí. Más que cualquiera de los otros guardias era perfecto hasta lo imposible, todo músculo. Su estómago no era como una tableta de chocolate, era como dos, cosa que no sabía que fuera posible.