Apoyé mi cabeza sobre su pecho, y pude oír su corazón que todavía latía rápidamente y con fuerza.
– Un sithen es como una nueva Corte de las hadas, ¿verdad?
– Sí -dijo él.
– Entonces, en esencia, el mundo de las hadas acaba de hacerte rey.
– No el Ard-ri [16], sino un rey menor, sí.
– Pero no vi el edificio. No lo sentí.
– Tú eres la reina suprema, Merry. No tienes sólo un sithen. En cierto modo, todos son tuyos.
– ¿Estás diciendo que los otros hombres también lo conseguirán?
– No lo sé. Tal vez sólo aquéllos de nosotros que lo tuvimos hace mucho, mucho tiempo.
– ¿Y esos serían tú, y quién más?
– Barinthus en primer lugar. Tendré que pensar acerca de los demás. Ha pasado tanto tiempo, tantos siglos. Uno intenta olvidar lo que antes fue, porque no sabes si lo vas a recuperar. Intentas olvidar.
– Primero, mi sueño o visión y el poder salvar a Brennan y a sus hombres cuando tenían que estar a centenares de kilómetros de distancia, y entonces poder sanarlos con mi bendición, o como sea que quieras llamar a eso. Ahora, esto. ¿Qué significa todo esto?
– Los sidhe no apreciaron el retorno de la Diosa a través de ti. Creo que ella está decidida a enterarse de si los humanos son más agradecidos que las hadas.
– ¿Y qué significa eso exactamente? -Pregunté.
Él se rió otra vez.
– No lo sé, pero apenas puedo esperar a ver ese nuevo sithen moderno, o tratar de explicárselo a Doyle y Frost -dijo, mientras se ponía de pie, agarrándose a la verja de hierro para estabilizarse.
– Todavía no puedo caminar -le dije.
Me sonrió abiertamente.
– Me adulas.
Le sonreí.
– Mucho.
– Voy a rescatar mis armas antes de que la marea suba más. Tendré que limpiarlo todo. El agua salada oxida como ninguna otra cosa -dijo, caminando por el agua hasta que le llegó a la cintura, aunque finalmente tuvo que bucear entre las olas para encontrar dónde había dejado sus armas clavadas en la arena.
Por un momento, me quedé a solas con el mar, el viento y la luna llena y brillante encima de mí. Susurré…
– Gracias, Madre.
En ese momento oí a Rhys salir a la superficie, tomando aire profundamente y salpicando hacia los escalones, las armas colgando de su mano, sus rizos aplastados contra su cara y hombros. Subió hasta llegar a mi lado, el agua corriendo por su piel en brillantes riachuelos.
– ¿Ya puedes caminar?
– Con ayuda, creo que sí.
Él sonrió abiertamente otra vez.
– Fue asombroso.
– ¿El sexo o la magia? -Pregunté mientras me ayudaba a ponerme de pie. Mis rodillas estaban todavía tan débiles que me agarré a la verja de hierro aún con su brazo sosteniéndome.
– Ambos -dijo-. El Consorte nos salve, pero lo fueron ambos.
Subimos las escaleras un poco temblorosamente y riendo. El viento marino parecía mucho más cálido que antes de que hubiésemos hecho el amor, como si el clima hubiera cambiado de idea y decidido que el verano era una mejor opción que el otoño.
CAPÍTULO 21
EL AGUA SALADA ES ALGO QUE TIENES QUE ENJUAGAR DE TU piel antes de irte a la cama. Estaba en la enorme ducha haciendo justamente eso cuando la puerta se abrió de golpe y aparecieron Ivi y Brii, diminutivo de Briac, respirando entrecortadamente y con sus armas desnudas en las manos.
Me congelé a medio aclarar el acondicionador de mi pelo, parpadeando hacia ellos a través de las puertas de cristal de la ducha.
Por el rabillo del ojo, pude ver como, de repente, Rhys se deslizaba a través de la puerta que habían dejado abierta tras ellos. Tenía su espada recién aceitada apoyada en la garganta de Brii, y su arma de fuego recién limpiada apuntando a Ivi mientras el otro hombre se congelaba en medio del movimiento de levantar su propia arma de fuego.
– Negligentes -dijo Rhys-, vosotros dos. ¿Por qué habéis abandonado vuestros puestos?
Ambos respiraban tan fuerte que yo podía ver sus pechos luchando por tomar aire, tanto que ni siquiera podían hablar. Brii, además, tendría problemas para hablar por encima de la espada que nunca vacilaba sobre su piel, y el arco que llevaba en una mano con una flecha a medio poner y la otra mano llena de flechas no le servían para nada.
Brii pestañeó con sus brillantes ojos verdes, su pelo del color amarillo de las hojas de los cerezos en otoño, recogido en la parte de atrás con una larga trenza. Su ropa era de cuero y podría hacerle parecer como miembro de un club [17] fetichista, pero en realidad eran piezas de una armadura más antigua que la mayoría de las que salían en los libros de historia de los humanos.
La punta de la espada de Rhys pareció hundirse un poco contra el pulso que latía pesadamente en su garganta.
Miró al otro hombre, que todavía estaba congelado, inmóvil frente a su arma de fuego; sólo la frenética subida y bajada de su pecho le traicionaba. Su pelo verde y blanco estaba suelto y formaba remolinos alrededor de sus piernas, pero al igual que el de Doyle y Frost, nunca parecía enredarse. A diferencia de ellos, Ivi lucía un patrón de vides y hojas en su pelo, que parecía una obra de arte, y sus ojos parecían estar repletos de estrellas verdes y blancas, haciendo que la gente le preguntara si llevaba lentes de contacto o eran de verdad. Llevaba ropas modernas, y el chaleco antibalas que llevaba era de manufactura reciente.
– Ivi, explícate, y mejor que tenga sentido -dijo Rhys, sin dejar de apuntarle con el arma de fuego.
Ivi luchó con su propio aliento y su propio ritmo cardíaco para hablar.
– Nos despertamos… estando de guardia. De… un sueño… encantado… pensamos en enemigos -dijo, tosiendo e intentando frenéticamente aclararse la voz y tomar más aire, todo a la vez. Tenía mucho cuidado en no mover para nada el arma de fuego que llevaba en la mano-. Pensamos que encontraríamos a la Princesa muerta, o secuestrada.
– Podría mataros a ambos por quedaros dormidos en acto de servicio -dijo Rhys.
Ivi inclinó ligeramente la cabeza.
– Eres el tercero al mando, es tu derecho.
Brii, finalmente, logró arreglárselas para hablar por encima de la espada y su pulso desbocado.
– Le fallamos a la princesa.
Rhys se movió con fluidez, separando la espada de la garganta de Brii, bajando su arma de fuego para apuntar al suelo, y parándose en la puerta como si justo acabara de llegar paseando. Con Frost y Doyle a mi alrededor, a veces se me olvidaba de que había más que una razón para que Rhys hubiera sido el tercero al mando de los Cuervos de la Reina. Cuando todo el mundo es así de bueno, es difícil recordar simplemente qué tan bueno eres.
– Fue la Diosa misma la que creó el sueño encantado -dijo Rhys-. Ninguno de nosotros puede controlar eso, así que supongo que no os mataré esta noche.
– Mierda -dijo Ivi, cayendo de rodillas ante las puertas de la ducha, apoyando la cabeza sobre el brazo con que sujetaba el arma de fuego. Brii se apoyó de espaldas contra la pared de la ducha. Tuvo que ajustar el largo arco que colgaba a sus espaldas para que no se dañara contra las baldosas. Él era uno de los guardias que aún no llevaba armas de fuego, porque según Doyle, cuando alguien era tan bueno como él usando el arco, no llevarlas no suponía un problema tan grande como podría haber sido.
Volví a poner mi pelo bajo el agua para acabar de aclararlo completamente. De todas formas, era el turno de Rhys en la ducha. Él se había dedicado a limpiar sus armas primero.
– ¿Cómo, que la misma Diosa? -preguntó Brii.
Rhys empezó a explicárselo, aunque de forma muy resumida. Cerré la ducha y abrí la puerta para tomar las toallas que siempre parecían estar colgadas allí donde las necesitábamos. Me pregunté por un momento, si era Barinthus quien se ocupaba de poner las toallas, pero lo dudaba. No me daba la sensación de que fuera tan hogareño.