Al fin, dio un último empujón, y fue en ese momento que supe que había sido cuidadoso, porque con ese último envite me hizo gritar de verdad, pero el dolor estaba mezclado con tanto placer que dejó de ser dolor y terminó pasando a formar parte del borde caliente y encendido del éxtasis.
Fue sólo cuando comenzó a salir de dentro de mí que me di cuenta de que aunque él ya no sujetaba mis muñecas, algo sí lo hacía. No podía enfocar lo suficiente para poder mirar, pero cuando tiré de mis muñecas había sogas sujetándolas, aunque diferentes de cualquier cuerda que alguna vez hubiera tocado mi piel.
Él se apartó de encima de mí y me di cuenta de que tampoco podía mover las piernas. Más cuerdas estaban atadas alrededor de mis muslos y pantorrillas.
Eso me hizo luchar por intentar ver, por enfocar, por estar alerta. Odiaba tener que salir de ese estado de placer, pero quería ver qué había utilizado para atarme, y cómo lo había conseguido sin mover las manos.
Había vides alrededor de mis muñecas, vides que guiaban más vides que habían escalado parte de la pared de cristal, de forma que las oscuras líneas de sus siluetas se recortaban contra la suave oscuridad. No estaba tan oscuro como había estado cuando empezamos, pero tampoco había llegado el amanecer. La oscuridad se desvanecía pero todavía no había una luz verdadera. El falso amanecer presionaba contra las ventanas, semioculto por las líneas oscuras de las vides de hiedra.
Ivi se puso de pie, usando la parte trasera del sofá para estabilizarse, y aún así casi se cayó.
– Ha pasado tanto tiempo desde que fui capaz de darle placer a una mujer así. Tanto tiempo desde que fui capaz de llamar a las vides. Estás apresada por la hiedra, Princesa.
Traté de decir que no sabía lo que quería decir, pero Briac estaba preparado junto al cristal cubierto de vid. Estaba desnudo y podía ver su piel blanca como la ceniza, no piel luz de luna como la mía, sino de un blanco grisáceo del que nadie más en ninguna corte podía jactarse. Sus hombros eran más anchos que los de Ivi, y había más carne y más músculo en su cuerpo. Brii era hermoso, elegante con su larga trenza amarilla de pelo que caía sobre uno de sus hombros y luego descendía por la parte delantera de su cuerpo, casi escondiendo la longitud impaciente de su sexo. Aunque tendría que haberse soltado el pelo del todo para cubrir totalmente su gracia. Yo yacía allí, atada de pies y manos, incapaz de levantarme, o moverme, y él se erguía por encima de mí, desnudo y listo.
– Ésta no es la manera en que habría llegado a ti por primera vez, Princesa Meredith -me dijo, pareciendo casi avergonzado, lo cual no era una emoción que nos permitiéramos mucho durante el sexo.
– No le hace demasiada gracia el bondage, a nuestro Briac -dijo Ivi, y se oía en su voz esa nota de humor que se había convertido en su marca, aunque también faltaba ese rastro de pesar que había soportado por tanto tiempo, como si no hubiera espacio para nada más aparte del brillo prolongado de la felicidad.
Tiré de las vides, y éstas se movieron contra mi piel, presionando con más fuerza, vivas, retorciéndose, apretándose cada vez más a medida que con más fuerza yo tiraba de ellas.
– Sí -dijo Ivi-, están vivas. Son una parte de mí, pero tienen consciencia, Meredith. Lucha y ellas se cierran herméticamente. Lucha con demasiada fuerza y se cerrarán con mucha más fuerza de la que quisieras.
Brii cayó de rodillas, luego se puso a cuatro patas. Comenzó a gatear hacia mí, y las vides del suelo se retorcieron alejándose de él, como pequeños animales escapándose de su contacto. No podía ayudar aparte de moverme un poco contra las ataduras mientras él gateaba en mi dirección. Las vides se apretaron, como manos recordándome que me detuviera, y luché por permanecer inmóvil cuando Brii estuvo sobre mí, todavía a cuatro patas, por lo que pude ver la línea de su cuerpo. Ver que estaba duro y preparado, y que iba a necesitar el trabajo que Ivi había hecho entre mis piernas para poder tomarlo por entero.
Brii apoyó esos labios rojos y llenos, los labios más bellos en cualquier corte, cerca de mi boca y susurró…
– Di que sí.
Dije…
– Sí.
Él sonrió, entonces me besó, y respondí a su beso, y en ese momento comenzó a empujar dentro de mí.
CAPÍTULO 23
ÉL SE SOSTUVO APOYÁNDOSE SOBRE SUS BRAZOS TAL COMO había hecho Ivi. Los dos eran demasiados altos para usar la posición del misionero conmigo. Brii se deslizó dentro de mí con más facilidad que Ivi, pero no porque fuera más pequeño.
– Diosa, ella está tan mojada y tan estrecha.
– No tan estrecha como antes de que yo tuviera mi turno -dijo Ivi, moviéndose lo suficiente para que yo pudiera verle por encima de los hombros de Brii. Él me miró mientras el otro hombre encontraba su ritmo y comenzaba a bailar a su manera entrando y saliendo de mí, su cuerpo bombeando encima del mío, mientras Ivi me sostenía para él.
Brii alzó una mano del suelo donde se sostenía por encima de mí, y puso sus dedos a un costado de mi cara.
– Quiero que me mires a mí mientras te hago el amor, Princesa, no a él -me dijo. Como si le hubiera insultado apartando la mirada, dejó claro que aunque prefería la gentileza, podía funcionar a otras velocidades. Comenzó a empujarse dentro de mí tan duro y rápido como podía, así que el sonido de la carne golpeando contra la carne, su respiración dificultosa y mis pequeños sonidos de protesta eran todo lo que el mundo podía contener.
Había pasado muy poco tiempo desde el buen trabajo de Ivi, y Briac consiguió que me corriera con rapidez. Un momento antes estaba cabalgando la ola del placer y al siguiente mi cuerpo se sacudía, esforzándose debajo de él, luchando por llegar al orgasmo, luchando contra las vides que me sujetaban, mi columna vertebral arqueándose, mi cuello lanzado hacia atrás mientras gritaba su nombre contra el cristal.
Briac montó mi cuerpo hasta que me quedé inmóvil, ciega y sin fuerzas bajo él, y entonces, sólo entonces, permitió que su cuerpo empujara por última vez, gritando sin palabras encima de mí. Sólo entonces se dejó caer sobre mí, también sin fuerzas, pero yo notaba su peso con agrado. Su corazón martilleaba contra mi cuerpo, su respiración era tan ruda que parecía que todavía estaba corriendo tan rápido como podía, aún cuando yacía encima de mí, demasiado exhausto para moverse, demasiado cansado para hacer algo más que deslizarse hacia un lado y así no sofocarme bajo su peso.
Cuando finalmente pudo moverse, salió de mí, haciéndome gritar de nuevo, a la vez que dejaba oír un sonido que parecía estar hecho de placer agudo mezclado con dolor.
Se quedó a mi lado, y cuando pude enfocar la mirada, pude ver sus ojos parpadear y cerrarse. Él habló con voz ronca y espesa…
– Diosa, eso se sintió tan bien, casi demasiado bien.
– Casi duele, ¿no?, después de tanto tiempo -dijo Ivi, y ahora le pude ver sentado en el sofá, lo bastante cerca para ver la función desde la primera fila.
– Sí -contestó Brii.
– Princesa, ¿puedes oírme? -preguntó Ivi.
Parpadeé hacia él y finalmente dejé escapar un jadeante…
– Sí.
– ¿Me puedes entender?
– Sí.
– Di algo además de sí.
Yo le dirigí una pequeña sonrisa y le dije…
– ¿Qué quieres que diga?
Él sonrió.
– Bien, en realidad me puedes oír. Pensé que habíamos conseguido que te desmayaras de placer.
– Ni de cerca -dije.
– Tal vez la próxima vez -añadió.