– Ha habido otro asesinato de hadas.
Me senté más derecha, dejando que las sábanas se deslizaran formando un montón a mi alrededor.
– ¿Cómo el otro?
– No lo sé aún. Lucy acaba de llamar.
– Te ha llamado a ti, no a mí -dije-. Después del desorden que mi presencia provocó en el último asesinato, creo que probablemente soy persona non grata.
– Lo eres -dijo-, pero ella me ha dejado un mensaje muy claro, en el caso de que yo creyera que te necesito a ti y la opinión de tus guardias. Me dijo textualmente… “Trae a cualquier empleado que creas que nos será más útil en este caso. Confío en tu juicio, Jeremy, y sé que comprendes la situación”.
– Es una forma extraña de pedir algo.
– Así cuando aparezcas, no será culpa de ella, sino mía. Y yo puedo justificar tu presencia mucho mejor que ella.
– No estoy segura de que los superiores de Lucy no tengan razón, Jeremy. Al tener que ir a salvarme, ella perdió al único testigo que teníamos.
– Tal vez, pero si un hada, especialmente un hada menor, quiere desaparecer, lo hará. Desaparecen mejor que casi cualquiera de nosotros.
Él tenía razón, pero…
– Es cierto, pero de todas formas, fue un desastre.
– Lleva sólo a los guardias que puedan proyectar el encanto suficiente para esconderse a simple vista. Trae a más guardias; dos no serán suficientes después de los que vi en las noticias.
– Si llevo a más guardias, tendremos más personas que esconder -dije.
– Haré que algunos de los nuestros se reúnan con nosotros allí, así que nos dejaremos ver todos a la vez. Te esconderemos entre todos, y deja a Doyle y Frost en casa. El encanto no es su especialidad y son demasiado visibles.
– No les va a gustar.
– ¿Eres, o no eres la princesa, Merry? Si vas a estar al frente, entonces ponte al frente. Si no lo estás, entonces deja de pretenderlo.
– La voz de la experiencia -dije.
– Ya lo sabes -dijo-. Si te necesito, reúnete con Julian aquí. -Él me dio la dirección para encontrarnos y así no apareceríamos en un coche que pudieran relacionar conmigo.
– No dejarán que entre demasiada gente en la escena del crimen, Jeremy -dije.
– Algunos de nosotros no necesitamos estar en el lugar de los hechos para hacer nuestro trabajo, y para la agencia será una buena publicidad que nuestra gente salga ante las cámaras trabajando codo a codo con la policía.
– Pensar así es el motivo de que seas el jefe.
– Recuerda esto, Merry. Tienes que ganarte el derecho a continuar siendo el jefe. Deja el teléfono y disfruta de algunas horas más con tus chicos, pero tienes que estar preparada para ponerte el título de Princesa. Deja a tus dos sombras en casa, y cuando te llame, tráete a alguien que pueda pasar mejor inadvertido.
Colgué el teléfono y les expliqué a Doyle y Frost el por qué no iban a venir conmigo si al final tenía que ir. No les gustó del todo, pero hice lo que Jeremy me había dicho que hiciera. Él era el jefe y tenía razón. Tenía que reclamar el título o alguien más lo haría por mí. Casi lo había perdido una vez por culpa de Doyle, y ahora, por Barinthus. Había demasiados líderes entre nosotros y no bastantes seguidores. Doyle y Frost se vistieron con tejanos y camiseta el primero, y con traje el segundo. Yo escogí un vestido de verano y tacones. Los tacones eran para Sholto que vendría hoy para ayudar a protegerme. Él era uno de los mejores usando el encanto, y podía viajar instantáneamente desde su reino hasta allí donde la arena se unía con las olas, porque ése era un lugar intermedio y él era El Señor de Aquello que Transita por el Medio. Él y el Rey Taranis eran los únicos de entre los sidhe que podía realizar viajes mágicos.
El problema real era que sólo dos de los guardias eran verdaderamente buenos usando el encanto. Rhys y Galen podrían venir conmigo como mis guardaespaldas principales, pero necesitábamos a más guardias. Conocía a Doyle y Frost lo suficiente como para saber que si no podían estar conmigo, insistirían en añadir más guardias, lo cual estaba bien, ¿pero quién? Sholto era grandioso con el encanto y estaba en camino, ¿pero quién más? En lugar de relajarnos perdimos una gran parte de la mañana discutiendo quién iría conmigo.
Rhys dijo…
– Saraid y Dogmaela son casi tan buenas con el encanto como yo.
– Pero sólo llevan con nosotros algunas semanas -dijo Frost-. No les hemos confiado todavía la seguridad personal de Merry.
– Alguna vez tenemos que probarlas -contestó él.
Doyle habló desde el borde de la cama, donde estaba sentado mientras yo me vestía.
– Sólo hace algunas semanas que eran las guardias favoritas del Príncipe Cel. No me entusiasma demasiado confiarles la guardia personal de Merry.
– A mí, tampoco -dijo Frost.
Barinthus habló desde cerca de la puerta cerrada.
– Su trabajo de vigilancia, aquí en la casa de la playa, ha sido competente.
– Pero sólo salvaguardando el perímetro -dijo Doyle-. Confío en todos los guardias para hacer eso. La seguridad de Merry es un trabajo totalmente diferente.
– O confiamos en ellas o será necesario despedirlas -dijo Rhys.
Doyle y Frost intercambiaron una mirada, y entonces Doyle dijo…
– Mi desconfianza no llega tan lejos.
– Entonces deberías dejar que algunas de ellas protejan a Merry -dijo Barinthus-. Ya han comenzado a sospechar que nunca les serán confiadas tareas de responsabilidad por su relación con el Príncipe Cel.
– ¿Cómo sabes eso? -Pregunté.
– Han pasado siglos con una reina y un príncipe ante quien responder; sienten la necesidad de que alguien las guíe. Has dejado aparcadas a muchas de ellas aquí en la casa de la playa durante estas últimas semanas. Están respondiendo ante mí.
– Tú no eres su líder -dijo Rhys.
– No, la princesa lo es, pero tu precaución al mantenerlas lejos de ella ha creado un vacío de liderazgo. Tienen miedo de este Nuevo Mundo al que las has traído, y se preguntan por qué no has tomado a ninguna de ellas como tu dama de compañía.
– Ésa era una costumbre humana que la Corte de la Luz adoptó -dije-. Nunca ha sido costumbre de la Corte Oscura.
– Cierto, pero muchas de las que están ahora con nosotros estuvieron más tiempo en la Corte de la Luz que en la nuestra. Les gustaría algo familiar.
– ¿O es a ti a quien le gustaría algo familiar? -preguntó Rhys.
– No sé qué quieres decir, Rhys.
– Sí, lo sabes. -Y hubo algo mucho más serio en la voz de Rhys.
– Repito que no sé lo que quieres decir.
– La timidez no te va, Dios del mar.
– Ni a ti, Dios de la muerte -dijo Barinthus, y ahora hubo en un voz un indicio de irritación. No era cólera. Raras veces había visto al gran hombre realmente enojado, pero había una tensión entre la pareja que nunca había visto antes.
– ¿Qué está pasando? -Pregunté.
Fue Frost quien contestó…
– De los que estamos a tu lado, ellos son dos de los más poderosos.
Miré a Frost.
– ¿Qué tiene eso qué ver con la tensión que hay entre ellos?
– Comienzan a sentir el regreso de su pleno poder, y como los carneros en primavera quieren luchar a topetazos para ver quién es el más fuerte.
– No somos animales, Asesino Frost -dijo Barinthus.
– Pero tú me recordarás que no soy un sidhe de verdad. Ni uno de los hijos de Danu cuando ella llegó por primera vez a las costas de nuestra tierra natal. Todo eso me recuerdas cuando me llamas por mi viejo apodo. Yo era Asesino Frost, y antes, incluso menos que eso.
Barinthus le miró. Finalmente, dijo…
– Quizás es que todavía veo a aquéllos que eran menos que sidhe, y que ahora lo son, como menos sidhe todavía. No es mi intención sentirme así, pero no puedo negar que encuentro difícil verte con la princesa y a punto de ser el padre de uno de sus niños cuando tú nunca has sido adorado como un dios y alguna vez fuiste sólo una cosa inocente que saltaba a través de las noches de invierno y pintaba de escarcha los cristales de las ventanas.