– No fuiste tú quien nos traicionó a todos rehusando la corona, pero si quieres un pedazo de esta pelea, lo vas a tener.
Galen le dirigió una pequeña sonrisa, separándose de la puerta.
– Si la Diosa me hubiera dado a elegir entre el trono y la vida de Frost, habría escogido su vida, igual que hizo Doyle.
Mi estómago se encogió al oír sus palabras. En ese momento me di cuenta de que Galen estaba preparando un señuelo a Barinthus, y la ansiedad desapareció. Me sentí repentinamente tranquila, casi feliz. Fue un cambio de estado de ánimo tan brusco que supe que no había sido yo. Miré a Galen caminar lentamente hacia Barinthus, alzando un poco la mano como si fuera a ofrecérsela. Oh, mi Diosa, él estaba usando la magia con todos nosotros, y era uno de los pocos que podía hacerlo, porque la mayor parte de su magia no mostraba ningún signo exterior. Él no enrojecía, o brillaba, o parecía ninguna otra cosa excepto agradable, y uno acababa teniendo ganas de ser también agradable para corresponderle.
Barinthus pareció amenazarle cuando Galen avanzó lenta y cautelosamente, sonriendo, la mano extendida hacia el otro hombre.
– Entonces tú también eres un tonto -dijo Barinthus, pero la furia en su voz era menor, y el siguiente golpe del océano contra las ventanas también lo fue. Esta vez su furia no las sacudió.
– Todos amamos a Merry -dijo Galen, todavía acercándose lentamente-, ¿o no?
Barinthus frunció el ceño, claramente intrigado.
– Por supuesto que amo a Meredith.
– Entonces todos estamos en el mismo bando, ¿no es verdad?
Barinthus frunció aún más el ceño, pero finalmente hizo una pequeña inclinación de cabeza, asintiendo.
– Sí -dijo en voz baja, aunque clara.
Galen casi había llegado hasta él, su mano casi tocaba su brazo, y supe que si su encanto funcionaba tan bien a distancia, con un solo roce calmaría la situación. No habría pelea si la mano de Galen llegaba a tocarle el brazo. Ni siquiera saber lo que estaba ocurriendo anulaba completamente los efectos del encanto de Galen, y yo notaba el efecto residual. La mayor parte estaba concentrada en Barinthus. Galen deseaba que él se calmara. Galen deseaba ser su amigo…
Se oyó un grito fuera de la habitación, aunque provenía de dentro de la casa. El grito fue agudo y repleto de terror. El encanto de Galen era como el de la mayoría; se hizo añicos por el grito y la oleada de adrenalina generada por todos los demás mientras buscaban sus armas. Yo tenía armas, pero no había traído ninguna a la playa. No tenía importancia, porque Doyle me empujó al suelo al otro lado de la cama, y le ordenó a Galen que se quedara conmigo. Él, por supuesto, iría a investigar el grito.
Galen se arrodilló a mi lado, con la pistola preparada, aunque no apuntaba a nada, ya que no había nada a lo que apuntar todavía.
Sholto abrió la puerta, quedándose a un lado del quicio para no convertirse él mismo en un blanco. Cuando no ejercía de rey de su propio reino, pertenecía a la guardia de la reina, y conocía los efectos de las armas modernas, y de una flecha bien apuntada. Barinthus estaba pegado al otro lado de la puerta aplastada contra la pared, la pelea olvidada, mientras hacían lo que se habían entrenado para hacer desde antes que América fuera un país.
Cualquier cosa que vieron allí afuera hizo que Sholto avanzara cautelosamente, el arma en una mano, la espada en la otra. Barinthus salió por la puerta sin llevar un arma visible, pero cuando uno mide más de dos metros de altura, y tiene una fuerza sobrehumana, es casi inmortal y un combatiente adiestrado, no siempre necesita un arma. Él mismo es el arma.
Rhys fue el siguiente, manteniéndose agachado, pistola en mano. Frost y Doyle se deslizaron armados y preparados a través de la puerta, y sólo quedamos Galen y yo en el cuarto repentinamente vacío. Mi pulso latía desbocado en mis oídos, golpeando en mi garganta, no por pensar en lo que podría haber hecho gritar así a una de mis guardias femeninas, sino por pensar en los hombres a los que amaba, los padres de mis niños, que tal vez nunca regresarían de nuevo a través de esa puerta. La Muerte me había tocado muy pronto y muy de cerca como para no entender que ser casi inmortal no es lo mismo que ser verdaderamente inmortal. La muerte de mi padre me lo había enseñado.
Puede que si hubiera sido lo bastante reina como para sacrificar a Frost por la corona, hubiera estado más preocupada por las otras mujeres, pero era honesta conmigo misma. Sólo hacía pocas semanas que intentaba ganarme su amistad, y en cambio, a los hombres los amaba, y por alguien a quien tú amas, sacrificarías mucho. Alguien que dice otra cosa nunca ha amado verdaderamente o miente.
Oí voces, pero no gritaban, sólo hablaban. Murmuré al oído de Galen…
– ¿Puedes entender lo que dicen?
La mayoría de los sidhe tenía mejor oído que los humanos, pero no era mi caso. Él inclinó la cabeza, el arma apuntando ahora hacia la puerta vacía, lista para disparar a cualquier cosa que pasara a través del umbral.
– Voces, de mujer. No puedo entender lo que dicen, pero puedo decir que una es de Hafwyn, una de ellas está llorando, y Saraid está cabreada. Ahora hablan Doyle e Ivi, él está molesto, no enfadado. Suena casi como presa del pánico, como si algo de lo que hubiera ocurrido le hubiera afectado.
Galen me miró, frunciendo un poco el ceño.
– Ivi suena arrepentido.
Yo también fruncí el ceño.
– Ivi nunca se arrepiente de nada.
Galen asintió con la cabeza, y entonces toda su atención se volvió repentinamente hacia la puerta. Observé cómo su dedo se tensaba. Yo no podía ver nada desde la esquina de la cama. En ese momento, alzó el arma hacia el techo y dejó escapar el aliento en un bajo pffffff, lo cual me dejó saber lo cerca que había estado de apretar el gatillo.
– Sholto -dijo, y se puso en pie, el arma todavía en la mano, alargando la otra hacia mí. La tomé, dejando que me ayudara a levantarme.
– ¿Qué ha ocurrido? -Pregunté.
– ¿Sabías que Ivi y Dogmaela tuvieron relaciones sexuales anoche? -preguntó él.
Asentí con la cabeza.
– No exactamente, pero sabía que Ivi y Brii tomarían amantes entre las mujeres que estuvieran dispuestas.
Sholto sonrió y negó con la cabeza, su expresión a medio camino entre parecer divertido y estar pensando en algo muy intensamente.
– Parece que después de la última noche Ivi asumió que había la suficiente confianza para darle un pequeño achuchón, y algo que él hizo parece haberla aterrorizado.
– ¿Pero qué le hizo? -Pregunté.
– Hafwyn fue testigo y está de acuerdo con Ivi acerca de lo que hizo y no hizo. Aparentemente, sólo se puso detrás de Dogmaela, la rodeó con los brazos por la cintura, y la levantó del suelo, y ella comenzó a gritar -dijo Sholto-. Dogmaela está demasiado histérica para decir algo que tenga sentido. A Saraid la han inmovilizado para evitar que ataque a Ivi, el cual parece francamente desconcertado por el giro de los acontecimientos.
– ¿Por qué el ser levantada del suelo la haría gritar? -Pregunté.
– Hafwyn dice que el gesto es típico de su anterior señor, el príncipe Cel, para acto seguido tirarla sobre la cama o sujetarla dejándola a merced de otros que llevarían a cabo actos desagradables.
– Oh -dije-, el gesto ha sido un detonante.
– ¿Un qué…? -preguntó Sholto.
Galen dijo…
– Algo que normalmente es inofensivo, pero que a ti te hace recordar un abuso o acto de violencia, y repentinamente te hace volver a revivir la situación.
Ambos lo miramos, asombrados e incapaces de disimularlo. Galen me dirigió una mirada agria.
– ¿Qué pasa? ¿No puedo saber eso?
– No, es sólo que… -le abracé-, fue simplemente inesperado.
– ¿Que fuera así de intuitivo es una sorpresa tan grande? -preguntó.
No había nada educado que pudiera decir para responder a esa pregunta, así que le abracé un poco más fuerte. Él me devolvió el abrazo, besándome en la coronilla.