Él se había soltado el pelo, de forma que se esparcía como una manta de piel sobre las oscuras ropas y austera belleza de Cathbodua. Ella acariciaba ociosamente su pelo mientras ambos observaban el show emocional que se desarrollaba ante sus ojos. Los ojos grises de Usna, quizás su rasgo menos felino, y los negros de ella mostraban casi idéntica expresión. Disfrutaban de la confusión del mismo modo desapasionado en que lo hacen algunos animales. En una ocasión él se había convertido en un gato calicó, a juego con sus colores, y ella había sido capaz de transformarse en cuervo y así poder espiar sin tener que depender para ello de los ojos de algún ave de verdad. Esta capacidad les hacía ser algo menos humanos o sidhe, y algo más elementales.
Por supuesto, yo no me había enterado hasta aquel momento de que ellos habían estado durmiendo juntos. Habían sido compañeros de guardias, pero hasta que no vi a la distante y casi espeluznante Cathbodua acariciándole, no me di cuenta de que allí había algo más. Lo habían escondido bien.
Sholto parecía entenderlo, o tal vez yo parecí sorprendida porque me dijo…
– El que accedieras a que otros guardias durmieran juntos, les permitió revelar su relación.
– Nada hice que les obligara a hacer algo. Ellos decidieron compartirse porque se sentían a salvo.
Sholto asintió.
– Así es -dijo, mientras se movía para entrar en la habitación, y como yo tenía mi brazo en el suyo, me moví con él como si fuéramos a comenzar un baile.
Galen avanzó hacia nosotros, sonriendo, y entonces Barinthus se movió como un borrón, tan rápido que no le pude seguir con la vista. Galen, de repente, salió volando de cabeza hacia los grandes ventanales, y al mar y las rocas que había debajo.
CAPÍTULO 28
GALEN CHOCÓ CONTRA LA ESQUINA DE LA PARED, JUSTO AL lado de la ventana. La pared se agrietó con el impacto de su cuerpo, desmoronándose encima de él como en uno de esos dibujos animados donde los personajes pasan a través de la pared. No quedó dibujado en la pared un contorno perfecto de su cuerpo, aunque mientras caía, pude ver la señal dónde la había golpeado con el brazo y luego rebotado intentando absorber el impacto.
Galen estaba en el suelo, sacudiendo la cabeza e intentando levantarse mientras Barinthus caminaba a grandes pasos en su dirección. Intenté adelantarme, pero Sholto me detuvo. Doyle se movió más rápido de lo que podría haberlo hecho yo para interponerse en su camino. Frost fue hacia Galen.
– Sal de mi camino, Oscuridad -dijo Barinthus, y una ola chocó contra el cristal, derramándose a través de la ventana. Estábamos demasiado arriba como para que el mar nos alcanzara sin ayuda.
– ¿Privarás a la princesa de uno de sus guardias? -preguntó Doyle. Él intentaba parecer tranquilo, pero podía ver su cuerpo tenso, un pie clavado en el suelo preparándose para repeler un golpe, o alguna otra acción física.
– Él me insultó -dijo Barinthus.
– Quizás, pero también es el mejor de todos nosotros utilizando el encanto. Sólo Meredith y Sholto pueden compararse con él para camuflarse, y hoy necesitamos su magia.
Barinthus estaba de pie en medio de la habitación mirando con fijeza a Doyle. Inspiró profundamente, dejando luego salir el aire de forma brusca. Sus hombros se relajaron visiblemente, mientras se sacudía con la fuerza suficiente para hacer que su pelo se agitara como si estuviera hecho de plumas, aunque yo no sabía de ningún pájaro que pudiera mostrar tantos matices de azul en ellas.
Él me miró desde el otro lado del cuarto con la mano de Sholto todavía sujetándome el brazo.
– Lo siento, Meredith. Eso fue infantil. Tú le necesitas hoy -dijo, volviendo a tomar aire profundamente y expulsándolo luego de forma que resonó con fuerza en el espeso silencio del cuarto.
En ese momento, él miró más allá de la figura todavía alerta de Doyle. Frost ayudaba a Galen a ponerse de pie, aunque éste parecía todavía un poco inestable, como si sin la mano de Frost hubiera sido incapaz de levantarse.
– ¡Pixie! -le gritó Barinthus, y el océano golpeó contra las ventanas más alto y más fuerte esta vez.
El padre de Galen había sido un pixie que había dejado embarazada a la dama de honor de la reina. Galen se puso tenso, el verde de sus ojos cambió desde su habitual verde intenso a un verde más pálido y rodeado de blanco. Que sus ojos se pusieran más claros no era una buena señal. Quería decir que estaba verdaderamente furioso. En muy pocas ocasiones había visto sus ojos así.
Se sacudió de encima la mano de Frost, y el otro hombre le dejó ir, aunque su cara mostraba claramente que no estaba seguro de que fuera una buena idea.
– Soy tan sidhe como tú, Barinthus -dijo Galen.
– No intentes usar otra vez tus artimañas de pixie conmigo, Hombre Verde, o la próxima vez no me quedaré en las ventanas.
Me di cuenta en ese momento de que Rhys había tenido razón. Barinthus comenzaba a tomar el papel de rey, porque sólo un rey habría sido tan insolente con el padre de mi hijo. No podía dejar pasar este desafío. No podía.
– No fue lo que hay de pixie en él lo que casi le permitió hechizar al gran Mannan Mac Lir -le dije.
La mano de Sholto me apretó el brazo, como si intentara decirme que no estaba seguro de que ésta fuera una buena idea. Probablemente no lo era, pero sabía que tenía que decir algo. Si no lo hacía, le estaría, de hecho, cediendo mi “corona” a Barinthus.
Barinthus volvió esos ojos enojados hacia mí.
– ¿Qué se supone que significa eso?
– Significa que Galen ha obtenido una poderosa magia gracias a ser uno de mis amantes, y uno de mis reyes. Nunca habría estado tan cerca de ofuscar la mente de Barinthus antes.
Barinthus hizo una pequeña inclinación de cabeza, asintiendo.
– Él ha crecido en poder. Todos lo han hecho.
– Todos mis amantes -dije.
Él asintió con la cabeza, sin palabras.
– El motivo por el que realmente estás enojado es porque no te he llevado a mi cama al menos una vez, y no porque quieras tener relaciones sexuales conmigo, sino porque quieres saber si eso te devolvería todo lo que has perdido.
Él no me miraba, y su pelo se movía a su alrededor con esa sensación de movimiento submarino.
– Esperé hasta que volvieras aquí, Meredith. Quería que me vieras poner a Galen en su lugar. -Él me miró entonces, pero no hubo nada que pudiese entender en su rostro. El que yo conocía como el mejor amigo de mi padre y una de las visitas más frecuentes en la casa donde habíamos vivido en el mundo humano no era el hombre que ahora estaba frente a mí. Era como si las pocas semanas que había pasado aquí, cerca del mar, le hubiesen cambiado. ¿Hacía ya gala de esa arrogancia y vanidad cuando llegó por primera vez a la Corte Oscura? ¿O ya en ese momento había empezado a perder algo de sus poderes?
– ¿Por qué querías que viera eso? -Pregunté.
– Quería que supieras que tengo el control suficiente como para no lanzarle por la ventana, donde podría usar el mar para ahogarle. Quería que vieras que elegí ser piadoso con él.
– ¿Con qué propósito? -Pregunté. Sholto me atrajo contra su cuerpo para envolverme en sus brazos casi distraídamente. No estaba segura de si estaba tratando de protegerme o simplemente de confortarme, o tal vez incluso de consolarse a sí mismo, aunque el contacto físico era más tranquilizador para las hadas menores que para los sidhe. O tal vez me estaba advirtiendo. La pregunta era, ¿de qué me estaba advirtiendo?