– ¿Tu magia llenó el Corredor de la Muerte de plantas y flores? -le preguntó Barinthus.
Galen simplemente asintió con la cabeza.
– Entonces te debo mi libertad.
Galen asintió con la cabeza otra vez. No era alguien que habitualmente guardara silencio. El hecho de que no hablara era una mala señal. Quería decir que no confiaba en lo que iba a decir.
Rhys entró desde el corredor opuesto. Nos echó una mirada y dijo…
– Ya sé lo que provocó el ruido que escuché. Fue Jeremy. Él nos necesita en la escena del crimen pronto si es que vamos a ir. ¿Iremos?
– Nos vamos -contesté. Aparté la vista de Barinthus para mirar a Saraid-. Me han informado de que tu encanto es lo bastante bueno como para esconderte a simple vista.
Ella pareció alarmarse, luego asintió con la cabeza y se inclinó en una reverencia.
– Lo es.
– Entonces tú, Galen, Rhys y Sholto, venís conmigo. Necesitamos parecer humanos para que la prensa no interfiera otra vez. -Mi voz sonó muy segura de sí misma. Notaba mi estómago todavía encogido, pero no lo demostraba, y eso era lo que significaba estar al frente. Mantienes tu pánico para ti mismo.
Fui hacia Hafwyn y Dogmaela que todavía estaban en el sofá. Dogmaela había dejado de llorar, pero estaba pálida y todavía conmocionada. Me senté a su lado, pero me cuidé de no tocarla. Aparentemente, ya había tenido suficiente contacto físico para todo el día.
– Me informaron de que tu encanto también serviría para el trabajo, pero prefiero que te quedes aquí para recuperarte.
– Por favor, déjame venir. Quiero serte útil.
Le sonreí.
– No sé con qué tipo de escena del crimen nos encontraremos, Dogmaela. Podría ser una que te recordara vívidamente algo que te hubiera hecho Cel. Por hoy, te quedas aquí, pero en el futuro tú y Saraid entrareis a formar parte de la rotación de mi guardia.
Sus ojos azules se abrieron aún más, y su rostro aún surcado por todas esas lágrimas secas pareció agradecido. Saraid llegó junto a nosotras y cayó sobre una rodilla, inclinando la cabeza.
– No te fallaremos, Princesa -me dijo.
– No necesitas inclinarte en una reverencia así -dije.
Saraid levantó la cabeza lo suficiente para poder mirarme con esos ojos azules con estrellas blancas.
– ¿Cómo te gusta que nos inclinemos para rendirte pleitesía? Sólo tienes que indicárnoslo y así lo haremos.
– En público no hagáis nada de eso, ¿vale?
Rhys rodeó a Barinthus, cuidándose de no darle la espalda al hacerlo. Barinthus pareció no darse cuenta, pero yo me di cuenta, él notó el gesto.
– Si te arrodillas ante ella en público, todo el encanto del mundo no esconderá el hecho de que ella es la princesa y vosotras sois sus guardias.
Saraid asintió con la cabeza, y entonces preguntó…
– ¿Puedo levantarme, Su Alteza?
Suspiré, diciendo…
– Sí, por favor.
Dogmaela cayó sobre una rodilla frente de mí mientras la otra mujer se levantaba.
– Lo siento, Princesa, no te rendí homenaje.
– Por favor, para esto -dije.
Ella miró hacia arriba, claramente confusa. Me puse en pie y le ofrecí la mano. Ella la tomó, frunciendo el ceño.
– ¿Has visto que los demás hombres se arrodillen frente a mí?
Las mujeres intercambiaron miradas.
– La reina no insistía demasiado, pero nuestro príncipe sí lo hacía -dijo Saraid-. Simplemente dinos qué saludo prefieres y así lo haremos.
– Un simple hola estará bien.
– No -intervino Barinthus-, no lo estará.
Me giré, mirándole de forma poco amistosa.
– Esto no es de tu incumbencia, Barinthus.
– Si no te respetan, no podrás controlarlos -dijo.
– ¡Y una mierda! -exclamé.
Él pareció realmente conmocionado, como si fuera un término que nunca hubiera pensado escuchar de mí.
– Meredith…
– No, ya te he soportado bastante por hoy. Toda la reverencia y la pompa del mundo no consiguieron que ninguno de ellos respetara a Cel o a Andais. Les hizo temerles, y eso no es respeto, es miedo.
– Tú me amenazaste con las manos de carne y sangre. Tú quieres que yo te tema.
– Preferiría que me respetaras, pero creo que siempre me verás como la hija de Essus, y por mucho que te preocupes por mí, no puedes verme como gobernante.
– Eso no es cierto -dijo él.
– El hecho es que abdiqué a la corona para salvar la vida de Frost, y eso te ha hecho dudar de mí.
Él se giró, así que no pude verle la cara, lo cual fue respuesta suficiente.
– Fue la elección de un romántico, no de una reina.
– ¿Y yo soy un romántico y no un rey? -preguntó Doyle, acercándose un poco al otro hombre.
Él nos miró a los dos y luego dijo…
– Que tú, Oscuridad, hicieses tal elección, fue más inesperado. Pensé que la ayudarías a convertirse en la reina que necesitamos. En lugar de eso, ha sido ella quien te ha convertido en algo más blando.
– ¿Me estás llamando débil? -preguntó Doyle, y no me gustó nada el tono de su voz.
– ¡Ya basta! -grité. No tenía la intención de gritar, excepto que así fue como me salió.
Todos me miraron.
– Durante toda mi vida he visto cómo nuestras cortes se regían por el miedo. Yo os digo que nosotros gobernaremos aquí con justicia y amor, pero si hay alguno entre mis sidhe que no acepten el amor o la justicia de mí, entonces también hay otras opciones. -Avancé hacia Barinthus. Era difícil parecer dura cuando tenía que estirar tanto el cuello para encontrar sus ojos, pero durante toda mi vida había sido diminuta comparándome con ellos, así que me las ingenié.
– Dices querer que yo sea reina. Dices que quieres que actúe con severidad. Y quieres que Doyle actúe igual. Quieres que nosotros gobernemos de la forma en que los sidhe necesitan ser gobernados, ¿cierto?
Él vaciló, y luego asintió con la cabeza.
– Pues agradece a la Diosa y al Consorte que no soy esa clase de gobernante, porque si lo fuera te mataría mientras estás ahí de pie, tan arrogante, tan lleno de tu poder después de sólo un mes de estar cerca del mar. Te tendría que matar ahora, antes de que ganes más poder, y eso es exactamente lo que mi tía y mi primo hubieran hecho.
– Andais enviaría a su Oscuridad para matarme.
– Ya te dije que soy demasiado la hija de mi padre para hacer eso.
– Intentarías matarme tú misma -dijo él.
– Sí -dije.
– Y la única forma de defenderte -dijo Rhys-, sería matando tanto a la hija de Essus como a sus nietos. Creo que antes de hacer eso, dejarías que te matara ella a ti.
Barinthus se volvió hacia Rhys.
– Mantente apartado de esto, Cromm Cruach, ¿U olvidaste que sé tu nombre de pila, un nombre mucho más antiguo?
Rhys se rió, sobresaltándole.
– Oh, no, Mannan Mac Lir, tú no puedes jugar al juego de los nombres verdaderos conmigo. Mi nombre ya no es ése, y ha pasado mucho tiempo desde que tuve un nombre verdadero.
– Ya es suficiente -dije, mi voz más conciliadora esta vez-. Nos vamos, y quiero que tú, Barinthus, te quedes en la casa principal esta noche.
– Estaré encantado de cenar con mi princesa.
– Prepara algo de equipaje. Te vas a quedar en la casa principal durante algún tiempo.
– Preferiría estar cerca del mar -contestó él.
– No me importa lo que tú prefieras. Estoy diciendo que te mudarás a la casa principal con todos nosotros.
Casi pareció que le dolía.
– Ha pasado tanto tiempo desde que viví cerca del mar, Meredith.
– Lo sé. Te he visto nadar en el agua más feliz de lo que nunca te había visto, y te habría dejado permanecer junto a tu elemento, pero hoy has probado que se te sube a la cabeza como si fuera algún rico licor. La cercanía de las olas y la arena te ha emborrachado, por eso te digo que irás a la casa principal, a ver si eso te espabila.