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La cólera llameó en sus ojos, y su pelo hizo otra vez ese extraño movimiento submarino en el aire.

– ¿Y si me niego a mudarme a la casa principal?

– ¿Estás diciendo que desobedecerás una orden directa de tu gobernante?

– Pregunto qué harás si me niego -dijo.

– Te desterraré de esta costa. Te devolveré a la Corte de la Oscuridad y puedes averiguar de primera mano cómo sacrifica Andais la sangre de todas las hadas en su intento de controlar la magia que está rehaciendo su reino. Ella pensó que si yo me iba, la magia se detendría y ella podría controlarla otra vez, pero la Diosa misma se está moviendo. El mundo de las hadas está vivo otra vez, y creo que a ti y a todos los antiguos se les ha olvidado lo que eso significa.

– No he olvidado nada -dijo.

– Estás mintiendo -contesté.

– Nunca te mentiría -dijo él.

– Entonces te mientes a ti mismo -dije. Recurrí a los demás-. Vámonos, todos. Tenemos una escena del crimen que visitar.

Empecé a avanzar hacia la puerta y la mayor parte de la gente que había en la habitación me siguió. Hablé hacia atrás por encima del hombro…

– Quiero que estés en la casa principal esta noche a tiempo para cenar, Barinthus, o mejor que estés en un avión de regreso a St. Louis.

– Ella me torturará para siempre si regreso -dijo.

Me detuve en el umbral y el grupo de guardias que me seguía tuvo que separarse para que yo le pudiera ver.

– ¿Y no es eso exactamente con lo que amenazaste a Galen hace sólo unos minutos?

Él me miró, sólo me miró.

– Te sigue moviendo el corazón y no la cabeza, Meredith.

– Ya sabes lo que dicen. Nunca te interpongas entre una mujer y lo que ama. Pues bien, no amenaces lo que amo, porque moveré las mismas Summerlands para proteger lo que es mío. -Las Summerlands eran una de nuestras palabras para el Cielo.

– Estaré allí para la cena -dijo, inclinándose en una reverencia-. Mi Reina.

– Lo espero con impaciencia -le dije, y eso era exactamente lo que no quería decir. Lo último que quería tener en la casa principal era a un ex dios ególatra y enojado, pero a veces las decisiones nada tienen que ver con lo que quieres, sino con lo que necesitas. Ahora mismo, necesitábamos llegar a una escena del crimen e intentar ganarnos el sueldo que nos ayudaba a mantener a la multitud en que nos habíamos convertido. Ojalá mi título hubiera llegado con más dinero, más casas, y menos problemas, pero todavía no había conocido a ninguna princesa de las hadas que no estuviera metida en problemas de algún tipo. Los cuentos de hadas son ciertos en un aspecto. Antes de que llegues al final de la historia, tienes que pasar por duras elecciones y malas experiencias. En cierto modo mi historia había tenido su final feliz, pero a diferencia de los cuentos de hadas, en la vida real no hay un final, feliz o no feliz. Tu historia, como tu vida, continúa. Durante un momento puedes tener la idea de que tienes tu vida bajo un relativo control, y entonces, al momento siguiente, te das cuenta de que todo ese control fue simplemente una ilusión.

Le recé a la Diosa para que Barinthus no me obligara a matarle. Lastimaría mi corazón el tener que hacerlo, pero mientras salíamos al brillante sol de California y yo me ponía las gafas de sol, notaba algo duro y frío dentro de mí. Era la certeza de que si él me seguía presionando de esa manera, yo haría exactamente lo que había amenazado hacer. Tal vez era más la sobrina de mi tía de lo que me hubiera gustado pensar que era.

CAPÍTULO 29

DOYLE Y FROST, CON USNA AL VOLANTE, TOMARON EL SUV, Y Usna usó el encanto para hacerse pasar por mí. Me sorprendió que tuviera carnet de conducir, pero por lo visto, años antes de que yo naciera, había dejado el mundo de las hadas para explorar el país. Cuando le pregunté el por qué, me respondió…

– Los gatos son curiosos.

Y supe, con sólo mirar su rostro, que ésa era toda la respuesta que iba a conseguir.

Usna no era lo bastante bueno con el encanto como para caminar entre la multitud. Un golpe, y la ilusión se rompería, por eso no venía conmigo. Habría demasiada gente allí donde íbamos. Pero esperábamos al menos que una ilusión más elemental despistara a la prensa dirigiéndoles hacia las puertas exteriores, y dejándonos a los demás marchar tranquilos.

Pero su compañera, Cathbodua, sí era lo bastante buena para venir con nosotros. Hubo un momento, cuando ella estaba en medio de la sala de estar con su capa de plumas de cuervo y con su pelo largo hasta los hombros mezclándose con las plumas, que hizo que ella, al igual que Doyle, pareciera tan oscura que no sabíamos dónde acababa la oscuridad y dónde empezaba ella para que nuestros ojos pudieran identificarla. Su piel casi parecía flotar contra toda esa oscuridad.

Entonces, las plumas se alisaron y desaparecieron, y ella llevaba el largo impermeable negro que casi siempre llevaba puesto. Cathbodua sólo tenía que matizar el color de su piel de una palidez sobrenatural hasta darle un tono más humano. La mayoría de las mujeres habían sido tan poco fotografiadas conmigo que no tenían que cambiar nada salvo sus ojos, el pelo, y un poco la ropa. Saraid cambió su pelo dorado a un dorado castaño y su piel a un bronceado besado por el sol. Sus ojos, normalmente azules con estrellas blancas, ahora eran simplemente azules. Era todavía hermosa, pero podría pasar por humana. Incluso el hecho de medir un metro ochenta y tener un cuerpo de naturaleza esbelta, no la haría destacar aquí en Los Ángeles como lo hubiera hecho en el Medio Oeste. Aquí había miles de altísimas y espléndidas mujeres que habían intentado ser actrices y que al final habían tenido que conformarse con un trabajo eventual.

Galen cambió el color de sus cortos rizos a un marrón indescriptible, y el de sus ojos para que hicieran juego con el pelo. Se había oscurecido la piel por lo que parecía estar realmente bronceado, y había hecho sutiles cambios en su cara y cuerpo de modo que le hicieran parecer más ordinario. Uno vería a un chico mono y sonriente como los que solía haber en la playa. Rhys creó una ilusión para el ojo que le faltaba, y ahora lucía los dos de un bonito azul, un tono no demasiado llamativo. Él simplemente se recogió su pelo largo hasta la cintura, retorciéndolo y metiéndoselo bajo el sombrero de fieltro. Había dejado la gabardina en la casa de la playa, e iba con la chaqueta del traje que se había puesto la última vez que fue a trabajar, conjuntándola con unos tejanos y una camiseta. Los vaqueros eran suyos, pero la camiseta la había tenido que pedir prestada. Le quedaba bien de los hombros, pero le sobraba bastante en la cintura llevándola remetida en los elegantes tejanos desteñidos. Se calzó sus botas y ya estaba listo.

Salí del dormitorio con el pelo de un color caoba, casi castaño. También me lo había recogido en una trenza francesa. El traje chaqueta era de un intenso color marrón como el chocolate, la falda un poco corta para los negocios, pero yo era lo suficientemente baja para que me quedara bien. Había tomado prestada una pistolera y el arma de Rhys, y la llevaba puesta a mi espalda por lo que iba armada. A él le quedaban una pistola, una espada, y una daga. Yo llevaba mi propio cuchillo colocado en una funda de muslo bajo la falda. El cuchillo, de hecho, no era sólo para defenderme; era también para llevar algo de hierro frío en contacto con mi piel desnuda. El acero y el hierro eran una ayuda contra la magia feérica, pero aún funcionaban mejor si estaban en contacto con la piel. Había muchos duendes, incluso sidhes, que no serían capaces de crear un encanto llevando algo de metal frío que tocara su piel. Mi ascendencia humana y brownie me había ayudado a conservar la magia sin importar cuánto metal y cuánta tecnología me rodeara. El cuchillo no era nada comparado con la ciudad en sí misma. El estar junto al océano les facilitaba algo las cosas, pero seguían siendo muchos los duendes menores que no podían realizar demasiada magia en medio de una ciudad moderna.