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– Lo dejé hace años, pero últimamente he sentido la necesidad de volver a empezar. -Algo pasó por su cara mientras hablaba, algún pensamiento o emoción, y no era de los buenos.

– ¿Tan tremenda es la escena de crimen? -preguntó Galen, prueba suficiente de que él también había notado su expresión.

Julian miró hacia arriba casi distraídamente, como si realmente no viera el aquí y el ahora. Yo había visto antes esa mirada en sus ojos, cuando él estaba viendo lo que veía su hermano.

– Es bastante mala, pero no tan mala como para que desee volver a fumar.

Intentaba decidir si preguntarle cómo de malo tenía que ser para que deseara fumar, cuando él encendió un cigarrillo y comenzó a cruzar la calle a largas zancadas. Caminaba como lo hacía habitualmente, como si la acera fuera una pasarela y todo el mundo le estuviera mirando. A veces lo hacían. Rhys caminaba delante de nosotros, con Saraid a su lado. Galen y Cathbodua tomaron la retaguardia, es decir, detrás de Julian y de mí. Me di cuenta de que ya podíamos usar todo el encanto que quisiéramos, que ellos se verían claramente como guardaespaldas. Ésa sería una pista de que Julian y yo no éramos lo que parecíamos.

Él pareció notar que yo me había dado cuenta, porque me ofreció su brazo, y yo lo tomé. Comenzó a acariciarme el brazo repetidamente y a sonreírme exageradamente. Actuaba como el amante rico, hombre de negocios o celebridad que necesitaba llevar guardaespaldas. Me sumé a la actuación, apoyando la cabeza contra su hombro, y riéndome de comentarios que no eran graciosos en absoluto.

Él se inclinó y habló casi silenciosamente, con una gloriosa sonrisa.

– Siempre se te han dado bien los trabajos encubiertos, Merry.

– Gracias, a ti también.

– Oh, soy muy bueno metiéndome en el papel -dijo riéndose y tirando el cigarrillo a medio fumar en la primera papelera que vimos.

– Creí que necesitabas un cigarrillo -le dije, sonriéndole.

– Casi había olvidado que coquetear es mejor que fumar -se inclinó, rodeándome los hombros con un brazo para pegarme contra su cuerpo. Yo tenía bastante práctica en eso de caminar con gente de aproximadamente un metro ochenta de alto, aunque él se movía de forma diferente que la mayoría de mis hombres. Deslicé el brazo alrededor de su cintura, por debajo de la chaqueta, rozando el arma que llevaba en una pequeña funda a su espalda para que no arruinara la línea de su abrigo. Paseamos calle arriba así, con nuestras caderas rozándose una contra la otra mientras caminábamos.

– No pensé que te gustara coquetear con mujeres -le dije.

– No hago distinciones, Merry, tú deberías saberlo.

Me reí, y esta vez fue de verdad.

– Lo recuerdo, pero por lo general no iba dirigido hacia mí.

Él me besó con suavidad en la sien, y había intimidad en el gesto, intimidad que no había estado presente cuando tocaba mi brazo. Siempre hubo un poco de broma en el gesto, como dejándote saber que no significaba nada, por lo que más tarde no podías enfadarte con él.

Julian siempre tocaba a la gente, y esto me dio una idea. Me incliné hacia él aún más cerca y le hablé lo mas quedamente que pude, sólo para sus oídos.

– ¿No tienes relaciones íntimas últimamente?

La pregunta le sobresaltó ya que tropezó e hizo flaquear nuestro ritmo tranquilo. Él nos estabiliz ó, y seguimos nuestro casi perezoso paseo calle arriba hacia todas esas luces parpadeantes.

– ¿No es muy directo preguntar eso, incluso para la cultura duende? -susurró contra mi pelo.

– Sí -le susurré -pero en unos minutos estaremos en la escena del crimen, y quiero saber cómo está mi amigo.

Él sonrió, aunque estaba lo bastante cerca para darme cuenta de que la sonrisa no se reflejaba en sus ojos.

– No, no consigo que me den mucho cariño en casa. Adam parece haber sepultado su corazón junto con su hermano. Y yo estoy comenzando a mirar a mi alrededor, Merry. Comienzo a buscar oportunidades, y me estoy dando cuenta de que no es simplemente sexo lo que busco, es el cariño, el afecto que he perdido. Creo que si pudiera conseguir más cariño sería capaz de poder esperar a que él superara su pena.

Acaricié los planos abdominales de su estómago, y él me dirigió una mirada especulativa. Le sonreí, diciéndole…

– Puedes conseguir ese afecto, Julian. Nuestra cultura no ve las caricias como algo necesariamente sexual.

Entonces él se rió, dejando oír un sonido súbito y feliz de sorpresa.

– Pensé que veíais cada caricia como algo sexual.

– No, sensual, pero no sexual.

– ¿Y hay alguna diferencia? -preguntó.

Pasé la mano otra vez por su estómago, mientras con la otra rodeaba su cintura.

– Sí.

– ¿Cuál es? -inquirió.

Eso me hizo fruncir el ceño.

– No te gustan las mujeres, ¿recuerdas?

Él volvió a reírse, y puso su mano sobre la mía allí donde descansaba sobre su estómago.

– Sí, pero tú no compartirás a tus hombres.

– Ésa sería una pregunta que le tendrías que hacer a cada uno de ellos -le aclaré.

Él arqueó las cejas.

– ¿De verdad?

Su expresión me hizo reír.

– Ves, preferirías acostarte con ellos que conmigo.

Alzó los ojos mirando al cielo mientras hacía un aspaviento con las manos, luego me sonrió abiertamente.

– Es verdad -dijo, inclinándose hacia mí, todavía sonriendo aunque sus siguientes palabras no hacían juego con la sonrisa. -Pero si te abrazo, Adam me perdonará, mientras que si abrazo a un hombre no me lo perdonará en la vida.

Estudié su cara a pocos centímetros de la mía.

– ¿Así estamos?

Asintió, y levantó mi mano de su estómago para así depositar unos pocos besos en mis dedos mientras hablaba.

– Amo a Adam más de lo que alguna vez pensé que amaría a alguien, y no llevo bien su falta de atención -dejó caer mi mano y juntó nuestras caras todo lo que nuestras diferentes alturas y mis tacones lo permitían. -Es una debilidad mía, pero siento la necesidad de acariciar, de coquetear con alguien.

– Ven a casa a cenar con nosotros esta noche y nos haremos un montón de carantoñas mientras miramos cualquier cosa en la tele de pantalla gigante.

Sus pasos vacilaron, y casi perdió el ritmo, pero se enderezó, así que ninguno de nosotros perdió el paso.

– ¿Estás segura?

– Confía en mí, mientras no sea sexual puedes conseguir esas caricias.

– ¿Y si quisiera que fuera sexual? -preguntó.

Eso me hizo mirarle frunciendo el ceño, y él apartó la mirada, rehuyendo la mía. Fingió que miraba hacia la policía y los coches patrulla, pero yo sabía que él me apartaba la cara, porque independientemente de lo que se reflejaba en sus ojos, en aquel momento no quería compartirlo conmigo.

Le paré, deteniéndome yo, haciéndole girar para quedar frente a él.

– Me dijiste una vez que tu compromiso con Adam fue la primera relación que te había hecho feliz, que antes sólo follabas y trabajabas, pero que en realidad nunca habías sido feliz.

Él asintió ligeramente.

– Si me dices que tu prioridad es mantener tu compromiso con él, entonces te ayudaré a conservarlo, pero si me dices que se ha acabado y que sólo quieres sexo, ésta es una conversación muy diferente.

Pude ver el dolor en sus ojos. Me envolvió en un abrazo que nos pegó el uno al otro. Nunca me había abrazado así, y menos con otros hombres delante a menos que estuviera jugando e intentando ver si podía conseguir incomodarles. Pero éste no era un abrazo sexual o de jugueteo. Me sujetaba con demasiada fuerza y desesperación. Le abracé, hablándole con la cara presionada contra su pecho.

– Julian, ¿qué te pasa?

– Voy a engañarle, Merry. Si me deja solo por mucho más tiempo, voy a engañarle. Creo que es lo que está esperando, y así poder usarlo como una excusa para romper.