Todos habíamos dejado caer el encanto así que cuando salimos a la luz del sol se oyeron gritos de…
– ¡Allí está! ¡Princesa! ¡Princesa Meredith, por aquí!
Un reportero realmente hizo una pregunta diferente…
– ¿Qué le pasa a Hart? ¿Por qué parece enfermo?
Se oyó una voz femenina…
– ¿Tan espantoso fue el asesinato?
Era bonito saber que la multitud de humanos contenidos al otro lado de la barrera policial no estaba allí sólo para sacar fotos a la princesa de las hadas. Había muerto gente; eso debería haber sido más importante.
Un hombre vestido con traje dio un paso adelante y gritó con voz que superó al griterío…
– La princesa y su gente no están autorizados para contestar ninguna pregunta acerca del crimen. -Se volvió hacia un par de policías que le acompañaban y comenzaron a caminar hacia nosotros. Apostaba a que tenían asignado escoltarnos hasta nuestro coche. Recorrí con la mirada la aglomeración de reporteros. Se habían desperdigado por toda la zona. Si la policía no hubiese bloqueado la calle no hubiera habido espacio suficiente para que pasara siquiera una moto, y mucho menos un coche. Íbamos a necesitar más policías.
Entonces se produjo un movimiento al otro lado de la calle, entre la multitud inquieta de periodistas, como el agua cuando la mueves con una vara lo suficientemente grande, y Uther apareció abriéndose paso entre la multitud. Tal vez no íbamos a necesitar más policías. Quizás un gigante [20] de dos metros ochenta de altura podría ser suficiente.
No era sólo el tamaño de Uther lo que le hacía impresionante. Su rostro era en parte humano y en parte porcino, completado con colmillos que se curvaban hacia arriba y hacia afuera, y tan grandes que habían comenzado a curvarse en forma de espiral, cosa que sólo se conseguía tras muchos años de crecimiento. La última vez que Uther nos había ayudado a controlar a una multitud de periodistas había conseguido que estos se apartaran como el proverbial Mar Rojo, tal como ahora lo hacían también, pero algunos se volvieron hacia él, y comenzaron a gritarle más preguntas. Pero no eran sobre el asesinato, o sobre mí.
– Constantine, Constantine, ¿Cuándo sale tu próxima película?
Otro reportero gritó…
– ¿Cómo eres de grande?
– ¿Están preguntando lo que creo que están preguntando? -Pregunté.
Las rodillas de Jordan cedieron, y Galen lo levantó en brazos, llevándole hacia la barrera. Rhys puso la mano en la frente del hombre.
– Está mal.
– ¿Qué le pasa? -preguntó Sholto.
– El azote del mago -dijo Rhys.
– Oh -dijo Sholto.
– ¿Qué? -Pregunté.
– Es un viejo término que se aplica a los magos que se fuerzan demasiado a sí mismos. Me imaginé que sería una explicación más rápida para Sholto.
– Y que yo acabo de hacer más larga -dije con una sonrisa.
Rhys se encogió de hombros.
Vi a Uther sacudiendo su gran cabeza con colmillos, y aún sin oírle me di cuenta de que negaba ser el tal Constantine. Aparentemente Uther no era el único gigante en Los Ángeles, y quienquiera que fuera el otro, había hecho una película. Amaba a Uther como amigo y compañero de trabajo pero realmente no tenía un rostro hecho para el cine.
Uno de los paramédicos [21] que habían logrado traer antes de que la muchedumbre se amontonara se acercó a nosotros. Era de mediana estatura con cabello rubio y algunas mechas de color que los humanos no tenían, pero le rodeaba esa aura de competencia que sólo los mejores sanadores parecen tener.
– Dejadme verlo -dijo, tocándole la cara tal como lo había hecho Rhys, aunque también le tomó el pulso, y le miró las pupilas-. El pulso está bien, pero está en estado de shock. -Como si le hubieran dado pie, Jordan comenzó a temblar con la fuerza suficiente para que sus dientes comenzaran a castañetear.
Terminamos teniendo que subirle por la parte trasera de la ambulancia. Lo pusieron sobre la camilla. Comenzó a tener un ataque de pánico cuando le rodearon, y extendió una mano hacia nosotros.
– Necesito hablar con vosotros antes de desmayarme. -Supe lo que quería decir; Jordan, como muchos psíquicos, sólo podía recordar sus visiones durante poco tiempo, y luego de eso los detalles comenzaban a desvanecerse.
El técnico sanitario, que se llamaba Marshal, dijo…
– No hay espacio para todos vosotros aquí dentro.
Como era la más pequeña físicamente, gateé hacia dentro, le tomé de la mano, e intenté no ponerme en medio. Marshal y su compañero envolvieron a Jordan en una de las mantas térmicas y comenzaron a montar una vía intravenosa.
Jordan comenzó a empujarlos.
– No, todavía no, todavía no.
– Estás en shock -dijo el paramédico.
– Lo sé -dijo Jordan, mientras se agarraba a mi mano y se me quedaba mirando fijamente con los ojos muy abiertos, mostrando demasiado blanco, como un caballo a punto de escaparse. -Estaban tan asustados Merry, tan asustados.
Asentí con la cabeza.
– ¿Qué más, Jordan?
Él miró tras de mí a Rhys.
– Él, le necesito a él.
– Si nos dejas ponerte la vía -dijo Marshal-, dejaremos a tu otro amigo que entre.
Jordan asintió, le pincharon, y Rhys gateó adentro con nosotros. Galen puso su granito de arena distrayendo a los paramédicos para que pudiéramos hablar. Saraid, su pelo destellando como si fuera de metal a la luz del sol, se unió a él, sonriendo para distraerlos. Cathbodua permaneció junto a las puertas abiertas de la ambulancia, haciendo guardia. Sholto se unió a ella. Hoy teníamos un montón de guardias con nosotros.
Jordan miró a Rhys, su cara distorsionada por el miedo.
– ¿Qué te dijeron los muertos?
– Nada -contestó Rhys.
– ¿Nada? -insistió Jordan.
– Cualquier cosa que haya asesinado a la brownie, la imposibilitó para hablar con los muertos.
– ¿Qué quiere decir eso? -Pregunté.
– Quiero decir que tomaron todo de ella. No hay espíritu, o fantasma si quieres llamarlo así, con quien poder hablar.
– No a todos los muertos les gusta hablar contigo -dijo Jordan, pareciendo ahora estar más tranquilo, ya fuera por la sueroterapia o por salirse con la suya.
– Cierto -dijo Rhys-, pero aquí no hubo elección. Simplemente se había ido. Ambos, como si nunca hubieran existido.
– Quieres decir que cualquier cosa que los mató se comió sus almas -dijo Jordan.
– No entraré en una discusión semántica, pero sí, a eso quiero llegar.
Dije…
– Eso es imposible, porque querría decir que han sido arrancados del ciclo de muerte y renacimiento. Nada excepto un Dios verdadero podría hacer eso.
– No me mires buscando una respuesta sobre esto. También habría dicho que es imposible.
Jordan soltó mi mano y agarró la chaqueta de Rhys con el puño.
– Tuvieron tanto miedo, los dos, y entonces no hubo nada. Fueron simplemente apagados por un soplo, como una vela. Puuuuff…
Rhys asintió con la cabeza.
– Así es como lo sentí.
– Pero no dijiste lo asustados que estaban. ¡Oh, Dios mío, tan asustados! -dijo mirando directamente hacia Rhys, como buscando consuelo, o afirmación-. Había alas, algo con alas. Los ángeles no harían esto, no pueden hacer eso.
– Los ángeles no se mueven en mi círculo -dijo Rhys-, pero hay otras cosas con alas. ¿Qué más sentiste, Jordan?
– Algo voló porque sentía envidia. Ella siempre deseó poder volar. Vi eso con claridad, como si hubiera sido un deseo desde la infancia, y la belleza. Ella pensaba que cualquier cosa que volase era bella.
– ¿Y el hombre? -preguntó Rhys.
– Él simplemente tenía miedo, mucho miedo, pero temía por su mujer más que por él. Él la amaba. -Jordán hizo hincapié en la palabra “amaba”.