– ¿Supo la mujer qué magia usaron contra ella?
Jordan frunció el ceño, y volvió a poner esa mirada remota que había visto en su cara antes, como si estuviera viendo cosas que yo nunca vería.
– Ella pensaba en belleza y alas, y deseaba poder volar, y entonces su marido entró y hubo amor y hubo miedo. Tanto miedo, pero murió demasiado rápido como para que le diera demasiado tiempo a temer por su marido. Ellos la mataron a ella primero. Hubo confusión acerca del hombre. Dos asesinos, dos, una mujer, un hombre. Son pareja. Sexo, lujuria, el asesinato les hizo sentir ambos sentimientos, y amor. Se aman. No saben que lo que sienten no es correcto. Para ellos es amor, y es por ese amor que hacen cosas horribles, cosas terribles. -Él nos miró, asustado, mirándonos alternativamente. -Ésta no fue la primera vez. Habían sentido lo mismo antes, el apremiante poder del asesinato… juntos antes de… habían matado… antes…
Su voz empezó a desvanecerse, desapareció la desesperación de su mirada. Su puño comenzó a abrirse, y peleó por seguir agarrándose a la chaqueta de Rhys.
– Hombre, mujer, una pareja… matando. Poder… ellos quieren poder… magia. El suficiente como para hacer…
– ¿Hacer qué? -Pregunté.
La mano con que sujetaba a Rhys cayó flácida sobre la manta.
– Para hacer… -Y se desmayó.
Rhys gritó…
– Marshal, ¿le pusiste algo más, aparte de sueros, en la vía?
Marshal apareció en la entrada de la ambulancia, lanzando una mirada más larga de lo necesario a Cathbodua, toda vestida de negro, gótica y espeluznante, a través de las puertas. Sholto parecía mucho menos aterrador, aunque yo sabía que lo era. Él asintió con la cabeza.
– Le puse algo para calmarle. Es el protocolo asignado para los shocks psíquicos. Se calman, y salen del estado de shock. Estará bien cuando se despierte.
– Y tampoco recordará nada de lo que vio sobre los asesinatos ocurridos ahí arriba – dijo Rhys.
– Tenía a un psíquico en estado de shock agudo. Sé que perdiste algo de información, pero mi trabajo es mantenerlo vivo y bien, y cumplí con mi trabajo.
Rhys estaba lo bastante cabreado como para salir de la parte de atrás de la ambulancia sin decir nada más. Creo que no confiaba en sí mismo para seguir hablando con Marshal.
– ¿Podría realmente haberse lastimado a sí mismo si esto hubiese continuado? -Pregunté.
Marshal asintió con la cabeza.
– No hay demasiadas probabilidades de que pase, pero me confié en otro caso, también con un psíquico y él todavía está en rehabilitación aprendiendo cómo atarse los zapatos. No voy a dejar que eso le ocurra a otra persona, si puedo ayudarle. Mi trabajo es mantener a todo el mundo cuerdo, no solucionar un crimen. Lo siento si esto lo hace más difícil para vosotros, chicos.
Toqué la cara de Jordan. El sudor ya se secaba en su piel. Estaba más tibio, y su respiración se había tranquilizado hasta parecer que estaba inmerso en un sueño normal.
– Gracias por ayudarlo.
– Sólo cumplo con mi trabajo.
Le sonreí.
– ¿Lo llevarás al hospital?
– Lo haré si en algún momento la muchedumbre se disuelve lo suficiente, y me han dicho que eso no ocurrirá hasta que salgas, Princesa.
Asentí con la cabeza.
– Puede que no, pero él necesita que alguien vaya con él al hospital. Su hermano está arriba. Le llamaré, y necesito tu palabra de que no te llevarás a Jordan hasta que su hermano esté con él.
– Estupendo, te doy mi palabra.
Sacudí un dedo hacia él.
– Soy una princesa de las hadas. Tomamos el hecho de dar nuestra palabra muy en serio. Tienes la apariencia de ser un buen chico, Marshal, el paramédico. No me des tu palabra a menos que en realidad quieras darla de veras.
– ¿Me estás amenazando? -preguntó.
– No, pero a veces, la magia trabaja a mi alrededor, incluso aquí en Los Ángeles, y esa magia toma tu palabra de honor muy en serio a veces.
– ¿Estás diciendo que la magia funciona a tu alrededor, lo quieras así o no?
Quise retirar mis palabras, porque no quería que la prensa se enterara de eso, pero Marshal había ayudado a mi amigo, y tenía apariencia de buen chico. Sería una lástima que resultara herido sólo porque no comprendía lo que su palabra suponía para el poder de las hadas.
– Si se lo dices a los periodistas, yo diré que te lo inventaste, pero sí, a veces funciona así. Tienes aspecto de buen chico. Odiaría que tuvieras problemas con algún hilo de magia. Así que tienes que quedarte aquí hasta que Julian, su hermano, venga.
– ¿O algo malo podría pasarme? -dijo él, convirtiéndolo en una pregunta.
Asentí con la cabeza.
Él frunció el ceño como si no me creyera, pero finalmente asintió con la cabeza.
– De acuerdo, llama a su hermano. Creo que la multitud no se dispersará demasiado rápido.
Me deslicé fuera de la ambulancia. Cathbodua se puso a mi lado en esa practicada maniobra de guardaespaldas que había comenzado a dar por sentado. Sholto hizo lo mismo a mi otro lado. Usé mi móvil para llamar a Julian. De cualquier forma, él querría saber cómo estaba su hermano; por supuesto, me había olvidado de que ambos hermanos eran psíquicos poderosos.
Él cogía su móvil al mismo tiempo que yo le vi caminando a través de la muchedumbre de policías. Estaba ya de camino hacia su hermano. Colgué el móvil y le saludé con la mano. Él me hizo un gesto con la mano en respuesta, guardándose a su vez en el bolsillo el móvil que había estado a punto de contestar. Eran psíquicos. No necesitaban teléfonos.
CAPÍTULO 32
UTHER SE UNIÓ A NOSOTROS EN LA BARRERA JUNTO CON nuestros escoltas policiales. Eran dos, hombres; uno, un joven afro americano, y el otro era un caucasiano, pasados ya los cincuenta. De hecho, parecía que se había dejado caer en la escena apropiándose del papel de agente blanco, ya mayor, con un poco de sobrepeso, un poco hastiado, bueno… muy hastiado. Y con una mirada que decía que había visto de todo y que no se impresionaba por nada.
Su compañero era un novato, y parecía listo y brillante en comparación. El oficial joven era Pendleton; el mayor se llamaba Brust.
Pendleton miró fijamente al duende de tamaño gigantesco. Brust se limitó a dirigirle su habitual mirada aburrida, mientras le decía…
– ¿Usted viene con la princesa?
– Sí -contestó Uther con una voz profunda y retumbante, perfecta para hacer juego con su tamaño. Había tomado lecciones de voz para superar los problemas de pronunciación que sus colmillos le habían ocasionado, y así, cuando lo deseaba, podía hablar en un inglés británico y refinado. Lo hacía principalmente para confundir a la gente que le escuchaba y que no podía asimilar que alguien como él hablara como un catedrático de lengua inglesa. Eso le divertía, igual que a la mayoría de nosotros.
– Creo que con cuatro guardias y nosotros podemos darlo por hecho -dijo Brust.
Sonreí.
– Estoy seguro de que usted lo hace, Oficial Brust, pero Uther también es un colaborador nuestro y tenemos que hablar del caso con él.
Ambos oficiales miraron de arriba abajo al chico grande. Yo había visto esas miradas antes, y también Uther. Él dijo…
– ¿Qué prefiere, que le recite a Keats, Milton, o el resultado de los partidos de fútbol? ¿O que trabaje para usted para que vea que no soy tan estúpido como parezco?
Pendleton dijo…
– Nosotros no… quiero decir, yo no… no hemos dicho nada de eso.
– Ahórrate eso, Penny -dijo Brust mirando a Uther. Luego dijo con una de las voces más secas y serias que yo había oído -¿Entonces dice usted que no es sólo una cara bonita?
– ¡Brust! -exclamó Pendleton, y parecía él el ofendido en vez de Uther. Eso me hizo restarle años a Pendleton, o bien era que él se había unido a las fuerzas más tarde de lo que parecía. Ese sentirse ofendido era más propio de un hombre de negocios, un civil, que de un policía.