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– Gracias a la Diosa, Dogmaela no está aquí para averiguar que la bondad de nuestro príncipe no fue debida a un relajamiento de su carácter, sino a la acción de un rey verdadero. -En su voz no se podían adivinar las lágrimas que yo podía ver. Si uno sólo escuchara su voz no habría sabido que estaba llorando.

– Fue esa bondad, la promesa de que nunca volvería a hacerle eso otra vez lo que le ayudó a convencer a Dogmaela de participar en una fantasía que requería de su cooperación -dijo Cathbodua.

– No se lo cuentes -dijo Saraid. -Juramos no contar nunca esas cosas. Ya es bastante lo que soportamos.

– Hay cosas que la reina nos hizo hacer… -dijo Rhys, mientras giraba hacia una calle lateral-…de las que nunca hablamos, tampoco.

De repente, Saraid comenzó a sollozar. Se tapó la cara con las manos y lloró como si su corazón se fuera a romper. Entre sollozos decía…

– Estoy tan contenta… de estar aquí… contigo, Princesa… Yo no podía hacerlo… no podía aguantar… había decidido desaparecer.

Luego simplemente siguió llorando.

Uther colocó torpemente una mano en su hombro, pero ella no pareció notarlo. Toqué una de sus manos que seguían ocultando su rostro, y ella se volvió y sostuvo mis dedos entre los suyos, todavía escondiendo su llanto a nuestra mirada. Galen extendió la mano y le acarició su brillante cabellera.

Ella tomó con más fuerza mi mano, y luego bajó la otra, aún con los ojos cerrados por el llanto. Tendió hacia nosotros su mano húmeda. Pasó un momento antes de que Sholto y yo comprendiéramos lo que estaba haciendo. Entonces, despacio, indeciso, él extendió una mano y tomó la suya.

Se agarró a él, cogiendo nuestras manos con fuerza mientras temblaba y lloraba. Fue sólo cuando el llanto comenzó a calmarse que ella alzó la mirada, mirándonos, a mí, a él, con ojos de un brillante azul y muchas estrellas por lágrimas.

– Perdóname por pensar que todos los príncipes y todos los reyes son como Cel.

– No hay nada que perdonar, porque los reyes y los príncipes todavía parecen ser de esa manera en las Cortes. Mira lo que el rey hizo a nuestra Merry.

– Pero tú no parecer ser así, y los otros hombres tampoco.

– Todos hemos sufrido a manos de aquellos que supuestamente debían de mantenernos seguros -comentó Sholto.

Galen acarició su pelo como si fuera una niña.

– Todos hemos sangrado por el príncipe y la reina.

Ella se mordió los labios, todavía agarrándose a nuestras manos. Uther acarició su hombro, mientras decía…

– Todos vosotros me hacéis sentir contento de que los gigantes seamos unos duendes solitarios, y no comprometidos con ninguna Corte.

Saraid asintió.

Y luego Uther añadió…

– Soy el único que está lo bastante cerca para abrazarte. ¿Aceptarías un abrazo de alguien tan feo como yo?

Saraid se giró para mirarle, y para que pudiera hacerlo, Galen tuvo que apartar su mano. Parecía sorprendida, pero le miró a los ojos y vio lo que yo había visto siempre: bondad. Simplemente asintió.

Uther deslizó su largo brazo sobre sus hombros, dándole el más cuidadoso y suave abrazo que yo hubiera visto alguna vez. Saraid se dejó caer y envolver en aquel abrazo. Le dejó sostenerla, y sepultó la cara contra su amplio pecho.

Ahora fue Uther quien pareció sorprendido, y luego contento. Su raza podría ser de duendes solitarios, pero a Uther le gustaba la gente, y el solitario no era su juego favorito. Se sentó todo lo erguido que pudo abarrotando el poco espacio que había en la parte de atrás, pero aún así consiguió sostener a esa resplandeciente y preciosa mujer. Envolviéndola en sus brazos, consiguió detener sus lágrimas, sosteniéndola contra su pecho, que contenía el corazón más grande que yo había conocido.

Sostuvo a Saraid el resto del camino a casa, y en cierta forma ella también le sostuvo a él, porque a veces y sobre todo a los hombres, el ser capaces de ofrecer un hombro fuerte donde alguien pueda apoyarse para llorar, les ayuda a sobrellevar su propia necesidad de llanto.

En aquel paseo Uther no estaba solo, y claro está, tampoco Saraid. Sholto y Galen me sostenían a mí. Incluso Cathbodua puso una mano amistosa sobre el hombro de Rhys. Los sidhe habían perdido la capacidad de consolarse los unos a los otros con el contacto físico. Nos habían enseñado que era algo que nos hacía menos feéricos, un signo de que la superioridad de los sidhes se debilitaba. Pero yo había aprendido hacía ya meses que era sólo una historia para enmascarar el hecho de que los sidhe ya no confiaban los unos en los otros para tocarse de esa manera. El roce había comenzado a significar dolor en vez de consuelo, pero no aquí, no entre nosotros. Entre nosotros había sidhe y también semiduendes o duendes menores, si es que puedes llamar así a un duende de dos metros ochenta de altura, pero en aquel momento todos éramos simplemente duendes y así estaba bien.

CAPÍTULO 34

NOS DETUVIMOS DELANTE DE LO QUE YO YA HABÍA empezado a considerar como nuestro hogar, pero que en realidad era la mansión de Maeve Reed en Holmby Hills. Ella nos había asegurado a través de correos electrónicos y llamadas telefónicas que quería que nos quedáramos tanto como nos fuera necesario. Me preocupaba que eventualmente ella se cansara de todos nosotros, pero por hoy, y hasta que ella regresara de Europa, era nuestro hogar.

Los reporteros que nos habían seguido desde el lugar de los hechos se unieron a aquellos que los vecinos habían dejado acampar en su propiedad, previo pago, desde luego, y entonces llegamos a casa. Rhys le dio al botón que abría los portones en el alto muro de piedra y entramos. Se había vuelto automático ignorar las preguntas que nos gritaban los reporteros precipitándose hacia nosotros. Se quedaron fuera de la propiedad de Maeve. Siempre esperaba que alguno de ellos llegara a darse cuenta de que ninguno de ellos, por muy lejos que fueran, cruzaba nunca esa línea invisible.

Era nuestro derecho, y también el de Maeve, prevenir la entrada por la fuerza en nuestra propiedad. Teníamos permiso para usar la magia como protección mientras dicha magia no hiciera daño. Simplemente habíamos reforzado las propias defensas de Maeve, y los reporteros se detenían cada vez, tal como queríamos. Era bueno que al menos algo funcionara exactamente como deseábamos.

Había llamado a Lucy de camino, y le había contado todo lo que Jordan nos había contado a nosotros. Ayudó, pero no lo suficiente. Julian me mandó un SMS y me dijo que su hermano estaba bien y que no tendría que pasar la noche en el hospital. Marshall, el técnico sanitario no era el primero de su profesión que había comenzado a tratar a los que sufrían de shock psíquico con más cuidado, aunque sí había sido el primer profesional sanitario que admitía el por qué. Aprecié la diferencia.

Rhys se detuvo delante de la gran casa principal porque nos habíamos mudado a ella desde la casa de huéspedes, cediendo la casa de huéspedes a nuestros integrantes más nuevos. Había pedido permiso a Maeve antes de hacer el cambio, pero de nuevo me pregunté qué haríamos cuando ella legítimamente quisiera recuperar su casa. Hice a un lado ese pensamiento, y me concentré en problemas más inmediatos como un asesino mágico en serie, en si Barinthus me desafiaría o si estaría aquí o no para la cena, o…

En ese momento las enormes contrapuertas se abrieron y Nicca y Biddy estaban tras ellas saludándonos con la mano. Él la rodeaba con un brazo por los hombros y ella, con el suyo, le tenía abrazado por la cintura. Nicca superaba muy ligeramente el metro ochenta de altura de auténtica guerrera sidhe de Biddy. Su largo cabello castaño estaba recogido en dos largas trenzas hasta las rodillas que enmarcaban su hermoso rostro, pero era la sonrisa en su rostro moreno lo que le hacía verdaderamente atractivo. Biddy también sonreía aunque ella era de piel pálida y llevaba cortos sus rizos negros. Ambos tenían los ojos castaños, y probablemente el bebé también los tendría de ese color. A ella justo ahora comenzaba a notársele un poco el embarazo, aunque a menos que supieras lo que estabas buscando bajo sus pantalones cortos y la parte superior del top, no te darías cuenta de que allí había un bebé.