Sus brazos desnudos y sus piernas eran largos, y mostraban músculos moviéndose suavemente bajo la piel mientras se acercaba a mi lado del coche. Nicca fue hacia la puerta de Rhys. Él era un poco menos musculoso que ella, aunque no había demasiada diferencia, sin embargo, la relajada felicidad que parecían sentir el uno por el otro me hacía feliz cada vez que les miraba. Fueron los primeros de nosotros en casarse oficialmente, y parecía haber resultado perfecto para ambos.
Biddy no fue hacia la puerta de Cathbodua. Ella había visto dónde iba yo y fue hacia la puerta trasera, lo que realmente quería decir que primero saldría Galen.
– Bienvenidos a casa, todos -dijo Biddy. Ella no brillaba debido sólo al embarazo sino que también era debido al amor. Cada vez que estaba cerca de ellos tenía esperanzas de que el resto de nuestros sidhes formarían parejas y que eso sería el comienzo de un montón de “felices para siempre” para una buena cantidad de nuestra gente.
– Es bueno estar en casa -dijo Galen mientras salía a toda prisa. Nicca abrió la puerta del otro lado y Sholto también salió rápidamente. Ambos me ofrecieron la mano a la vez inclinándose dentro del coche para ayudarme a salir, uno desde cada lado, produciéndose un momento embarazoso cuando los dos hombres se miraron a través del coche. Pero se trataba de Galen, y la mayoría de las veces él facilitaba las cosas, no las hacía más complicadas.
Hizo un pequeño asentimiento y dijo…
– Tú estás en el lado de la casa.
Sholto le sonrió, porque él era un buen rey, y los buenos líderes aprecian a las personas que facilitan las cosas.
– ¿Ése es el sistema que habéis acordado? ¿Quienquiera que esté más cerca de la casa consigue ayudarla a salir?
– Sí, si ella va en la parte de atrás -dijo Galen-, pero si ella va delante, entonces Biddy o Nicca o quienquiera que llegue al lado del pasajero la ayuda a salir.
Sholto asintió con la cabeza.
– Muy lógico. -Él me tendió la mano y yo la tomé, dejando que me ayudara a salir del coche. Nicca y Biddy estaban ya a nuestras espaldas para ayudar a Uther a salir. Si se podían plegar los asientos en los que nos habíamos sentado, ¿Para qué hacer que se retorciera para pasar por encima cuando simplemente podías abrir la parte trasera?
Saraid tomó la mano de Uther para salir de la parte trasera del SUV. A él le complació que ella aceptara su ayuda. Ella era alta y musculosa, y adiestrada tanto en el uso de las armas como en la magia, lo cual quería decir que no necesitaba ayuda, pero había aceptado su consuelo y ahora se lo devolvía, dejándole ayudarla.
Podía oír adentro el ladrido alto y excitado de los perros. Ésa, también, era una cosa feliz. Los perros de caza del mundo de las hadas habían dejado de existir mientras muestra magia se desvanecía, pero cuando la Diosa nos devolvió una cierta cantidad de magia también nos devolvió a algunos de nuestros animales. Los primeros en volver fueron los perros.
Biddy se rió.
– Kitto está tratando de contenerlos, pero todos han extrañado a sus amos y su ama.
Rhys fue el primero que llegó a la puerta e intentó abrirla sólo lo justo para poder deslizarse adentro sin que la horda peluda se le viniera encima, pero fue una batalla perdida. Se esparcieron a su alrededor, los nueve, todos terriers, saltando para amontonarse alrededor de sus pies. Él se inclinó para acariciar la cabeza de la pareja de terriers de color negro y marrón claro, una raza que se había perdido siglos atrás y que era la raza de la cual descendían la mayor parte de las razas de terriers modernas. Los demás eran completamente blancos con manchas rojas, los colores originales de la mayoría de los animales mágicos del mundo de las hadas.
Galen fue casi cubierto por pequeños perros falderos y altos y graciosos galgos. Por la razón que fuera, él había conseguido más perros que ningún otro sidhe. Los perros falderos hacían cabriolas alrededor de sus piernas, y los galgos le acariciaron con la nariz. Él se esmeró en darles atención.
Sholto me soltó la mano para que pudiera saludar a mis propios perros. Había sólo dos perros que fueran míos, esbeltos y preciosos. Mungo era más alto de lo que dictaban los estándares modernos para su raza, pero Minnie estaba dentro de los cánones, aunque ahora su barriga estaba hinchada con los perritos que estaba gestando. Pronto, uno de estos días se pondría de parto y sería la primera de las perras en dar a luz. Uno de los mejores veterinarios de la zona había comenzado a hacer visitas a domicilio. Teníamos una cámara de vídeo conectada a un ordenador que transmitía imágenes en tiempo real. Nuestro cada vez mayor conocimiento del mundo de la informática nos había dado la idea de permitir que la gente pudiera ver en línea el nacimiento de los primeros perros mágicos en más de tres siglos. Aparentemente, teníamos a un montón de personas que habían pagado para poder ver el acontecimiento. Algunos por ver a los perros y otros porque esperaban verme a mí y a los hombres con los perros frente a las cámaras, pero cualquiera que fuera el motivo era sorprendentemente lucrativo, y con tantas personas a nuestro cargo necesitábamos que lo fuera.
Acaricié las sedosas orejas de mis perros, y acuné sus largos hocicos en mis manos. Puse mi frente contra la frente de Minnie porque a ella le gustaba. Mungo era algo más distante, o tal vez pensaba que los golpecitos en la frente estaban por debajo de su dignidad.
En ese momento el aire se llenó de alas, como si las mariposas y polillas más bellas hubieran decidido repentinamente divertirse de lo lindo por encima de nuestras cabezas. La mayor parte de ellas eran semiduendes que me habían seguido al exilio. Eran los marginados de su raza porque no tenían alas en una sociedad que consideraba eso peor que estar lisiado. Pero mi magia, sumada a la de Galen, Nicca, y Kitto, les había dado las alas que nunca habían tenido, aunque casi les costó la vida. También había semiduendes entre los que volaban por encima de nosotros que habían estado exiliados en Los Ángeles desde hacía más de diez años. Los primeros habían llegado discretamente, casi con miedo, pero cuando se sintieron bienvenidos llegaron en número suficiente para doblar a los nuestros.
Royal y su hermana gemela Penny revolotearon por encima de mí.
– Bienvenida a casa, Princesa -dijo. Ella llevaba puesta una túnica pequeña que había tomado prestada del vestuario de alguna muñeca, haciéndole cortes en la espalda para las alas.
– Es bueno estar en casa, Penny.
Ella asintió con la cabeza, sus antenas diminutas temblaban cuando se movía. Penny y su hermano tenían el cabello oscuro y la piel pálida, y tenían las alas de una polilla Ilia Underwing [24]. Hacía juego con el tatuaje que yo tenía en mi estómago, porque conseguir las alas de Royal y salvar su vida mediante la magia me habían llevado a otro nivel de poder, y toda gran magia deja su huella en ti, marcándote para siempre.
Royal revoloteó junto a mi cara, moviendo sus alas con más rapidez que cualquier otra polilla real para poder mantener su cuerpo más pesado en el aire, aunque existía esa famosa teoría de la física que decía que ninguno de los semiduendes debería poder volar. Él tocó mi pelo y yo lo aparté a un lado para que se quedara sentado sobre mi hombro. Fue como una señal para que los otros semiduendes revolotearan a nuestro alrededor. Se distribuyeron por las trenzas de Nicca y comenzaron a saltar sobre ellas como si fueran cuerdas. Él parecía tener algún tipo de afinidad con ellos, tal vez porque Nicca también tenía alas. Cuando él lo deseaba las llevaba a su espalda como un tatuaje, pero si no, se alzaban sobre su cuerpo como la mágica vela de algún barco que te llevaría sólo a los lugares más bellos y mágicos.