Había sido mi amante. Antes, cuando sólo tenía el tatuaje de las alas en su espalda y nunca había tenido alas reales, y después, cuando la magia salvaje del mundo de las hadas hizo que sus alas se volvieran realidad alzándose sobre mí y brillando con su magia. Nicca era hijo de un sidhe y de una semiduende que podía adoptar el tamaño de un humano.
Una bandada de los semiduendes más pequeños, la mayor parte de ellos de una palidez fantasmal y con cabellos blancos como telarañas rodeando sus rostros, revolotearon alrededor de Sholto hablándole desde lo alto con voces trémulas, pidiendo permiso para tocar al Rey de los Sluagh. Él asintió con la cabeza y ellos treparon por su cola de caballo como si fuera un campo de juegos, posándose sobre sus hombros, tres a cada lado. Ninguno de ellos era más grande que la palma de mi mano, los más pequeños entre los pequeños. Royal estaba al otro extremo con su altura de unos veinticinco centímetros.
Penny, la hermana de Royal, revoloteaba alrededor de Galen, pidiéndole permiso para posarse sobre él. Hacía muy poco tiempo que Galen permitía que cualquiera de ellos lo tocara de manera casual. Tuvo una mala experiencia con los semiduendes de la Corte de la Oscuridad. La mayoría de las personas piensan que es gracioso tenerle miedo a algo tan pequeño, pero hay que tener en cuenta que los semiduendes de la Corte Oscura beben sangre además de néctar. La sangre sidhe es dulce para ellos, y la de los sidhe de sangre real, más dulce todavía. La reina Andais ató con cadenas a Galen y lo dejó ahí, a merced de esas bocas diminutas. El Príncipe Cel había pagado a su reina, Niceven, para que ordenara a sus semiduendes tomar más carne de lo que Andais había pedido. La experiencia había originado en Galen una fobia hacia los pequeños seres alados. Irónicamente, a los semiduendes les gustaba percibir su magia, y rondaban a su alrededor, dando la impresión de que estaba cubierto por una nube multicolor de mariposas, aunque habían aprendido a no tocarle sin preguntar. Penny, vestida con su túnica diminuta, se acomodó sobre el hombro de Galen, sujetándose con una mano al verde profundo de sus rizos. Galen había comenzado a confiar en Penny.
Rhys tenía a muchos de los pequeños duendes sobre sus hombros, riéndose tontamente bajo su pelo, pareciéndose a niños que miraban a hurtadillas entre las cortinas, o entre las hojas de un árbol, como en un libro de cuentos. Eso me hizo pensar en nuestras dos escenas del crimen, y fue como si la luz del sol fuera un poco más oscura.
– Te has puesto triste de repente -dijo Royal, cerca de mi cara-. ¿En qué estabas pensando, Merry?
Siempre era tentador girar la cabeza cuando uno de ellos te hablaba, pero cuando los tenías sentados sobre tu hombro, si girabas la cabeza los tirabas, así que tenías que girarte sólo lo imprescindible para poder ver esos ojos almendrados y oscuros, pero no tanto como lo harías si él estuviera a tu lado.
– ¿Soy tan fácil de leer, Royal?
– Me diste alas. Me diste magia. Eres importante para mí, mi Merry.
Eso me hizo sonreír. La sonrisa hizo que se moviera contra mi cara de forma que su cuerpo se curvó adaptándose a la línea de mi mejilla, dejando colgar los muslos bajo mi barbilla. Su pequeño brazo me rodeó la mejilla mientras la parte superior de su cuerpo desnudo se apretaba contra mi rostro. Y eso habría estado bien, podría haber disfrutado del abrazo -y si en ese momento nos hubieran estado observando, la mayor parte de la gente lo habría visto como un inocente gesto de consuelo, como el ser abrazado por un niño-, pero yo tenía mejor criterio. Y por si hubiera tenido alguna duda, su cara estaba ahora muy cerca de mi ojo y no había nada inocente en su atractivo rostro en miniatura. No, era una mirada muy adulta en una cara apenas un poco más grande que mi pulgar.
Habría estado de acuerdo con eso, pero Royal era Royal, y él tenía que forzar la situación. Su cuerpo se pegó un poco más a la línea de mi mandíbula, y podría decirse que él estaba feliz de estar apretado contra mí.
Era considerado como un cumplido entre los duendes excitarte sólo por estar cerca de alguien, pero…
– Yo también estoy muy contenta de verte, Royal, pero ahora que te has cobrado el cumplido, dame un poco de espacio para respirar, por favor.
– Deberías venir a jugar con nosotros, Merry. Te prometo que sería entretenido.
– Aprecio las posibilidades, Royal, pero no lo creo -le dije.
Él volvió a abrazarme, presionando sus caderas contra mí aún con más fuerza.
– Detén esto, Royal -le dije.
– Si me dejaras usar el encanto no te molestaría. Te pondría en trance. -Y su voz tenía ese tono bajo y sensual que sólo un cuerpo más grande, con un amplio pecho donde poder hacer resonar la voz, le debería haber dado. Qué pocos fuera del mundo feérico comprendían que algunos de los semiduendes podían usar el encanto mejor que la mayoría de las hadas. Sabía por experiencia que Royal podía hacerme creer que era un amante de tamaño humano, y que su encanto podría hacerme llegar al orgasmo con muy poco esfuerzo. Era un don, su talento.
– Te lo prohíbo -le dije.
Él besó mi mejilla, pero apartó sus caderas lo suficiente para que yo no fuera realmente consciente de que estaba allí.
– Desearía que no me lo hubieras prohibido.
Galen llamó desde la puerta…
– ¿Vas a entrar? -dijo, frunciendo ligeramente el ceño. Me pregunté cuánto tiempo llevaba hablando con Royal.
– Puede que no hayas utilizado el encanto, pero me has distraído otra vez -le dije.
– No se debe al encanto que te distraiga, mi diosa de blanco y rojo.
– ¿Entonces a qué? -Pregunté, cansada de sus juegos.
Él sonrió, obviamente complacido consigo mismo.
– Tu magia llama a la mía. Ambos somos criaturas de calor y sentimos lujuria.
Le miré frunciendo el ceño.
Sholto se acercó a mi lado y, evidentemente, al de Royal.
– No creo que la princesa sea una criatura de ninguna clase, hombrecito. -La bandada de diminutos duendes que se sujetaban a su cola de caballo dejó de jugar al escondite con su largo cabello, como si estuvieran escuchando.
Royal lo contempló.
– Quizá la palabra “criatura” está mal escogida, Rey Sholto. Fue perverso por mi parte olvidar el nombre cariñoso que la reina te dio.
Sholto se quedó repentinamente inmóvil a mi lado. Él siempre había odiado que la Reina Andais le llamara “su Criatura Perversa”. Me confesó que temía acabar algún día siendo simplemente eso, igual que el Asesino Frost o la Oscuridad de la Reina. Temía que algún día simplemente sería “ la Criatura ” de la reina.
– Tú no eres más que un bicho alado al que podría destrozar de un manotazo descuidado. Tu encanto no puede cambiar eso, o darte las mujeres de tamaño humano que pareces preferir.
– Mi encanto me ha dado un tamaño humano, tal como tú lo llamas, más de una vez, Rey Sholto -dijo Royal. En ese momento sonrió, y simplemente supe por su expresión que cualquier cosa que estuviera a punto de decir no me iba a gustar.
– Merry puede hablar de mi encanto y de cuánto disfrutó de él.
El rostro de Sholto mostró lo infeliz que le había hecho sentir ese comentario. Volvió ese semblante ceñudo hacia mí, diciéndome…
– Tú no lo hiciste.
– No -dije-, pero si no me hubieran parado lo podría haber hecho. Si nunca has experimentado que un semiduende intente realizar contigo sus artimañas mágicas y sexuales, entonces no puedes entenderlo. Su encanto es mucho más poderoso que el que poseen la mayoría de los sidhe.
– Recuerda, Rey, nos escondemos de la mirada de los humanos haciéndonos pasar por mariposas, polillas, libélulas y flores. Nunca ven a través de nuestros disfraces, a diferencia de los sidhe cuyo encanto no siempre logra mantenerse en pie.