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– ¿Entonces por qué no ayudas a su agencia de detectives a localizar a las personas que están buscando? -preguntó Sholto.

– Podríamos hacerlo si ellos permanecieran en ciertas partes de la ciudad, pero tienden a irse a lugares con demasiado metal -dijo Royal temblando, y no fue un buen temblor.

Dos de los diminutos duendes que todavía caminaban por el pelo de Sholto se elevaron en el aire como si el pensamiento también les asustara sólo de oírlo. Los tres que quedaban en su pelo se escondieron bajo él como niños que se esconden bajo la cama al oír llegar al monstruo.

– Está más allá de las posibilidades de la mayor parte de nosotros viajar a través de algunas partes de la ciudad -dijo Royal.

– Así que tu encanto es sólo bueno para los trabajos suaves -dijo Sholto.

Royal lo miró, pero una sonrisa irónica curvó sus labios delicados.

– Ohh, nuestro encanto es muy, muy bueno con los trabajos suaves.

– Creo a Merry cuando dice algo, así que si ella dice que eres tan bueno en eso, así será, pero también sé que te ha prohibido que vuelvas a probar con ella tus trucos.

– Es mi semana para tomar la donación semanal para la Reina Niceven. Creo que Merry querrá que yo use mi encanto para eso.

Sholto sólo tuvo que mover los ojos para mirarme a la cara en lugar de al pequeño duende sentado en mi hombro.

– ¿Por qué todavía donas sangre para Niceven a través de sus sustitutos?

– Necesitamos aliados en las cortes, Sholto.

– ¿Por qué los necesitas si nunca piensas volver y gobernar?

– Espías -susurró Royal-. Los semiduendes son las proverbiales moscas en la pared, Rey Sholto. Nadie nos mira, nadie nos nota cuando estamos cerca y eso ocurre tannnn a menudo…

Él nos miró de uno al otro.

– Y yo que creía que era la red de espías de Doyle la que conseguía una información tan precisa.

– La Oscuridad tiene sus fuentes, pero ninguna tan dulce como la que tiene Merry -dijo Royal, y me di cuenta de que estaba exagerando para ver si podía irritar al otro hombre. Royal siempre se deleitaba cuando podía poner celoso a uno de mis amantes de tamaño humano. Le complacía desmesuradamente.

Sholto lo miró ceñudamente, luego se rió. El sonido nos sobresaltó a Royal y a mí. El semiduende saltó sobre mi hombro, mientras que yo estaba simplemente intrigada. Los duendes en el pelo de Sholto salieron volando, sobrevolando la casa hacia el cielo azul.

– ¿Qué es tan gracioso, Rey de los Sluagh? -preguntó Royal.

– ¿Tu encanto también hace que los hombres se pongan celosos?

– Por lo que respecta a la reacción de Merry hacia mí, estás celoso, Rey Sholto. No es magia.

La cara de Sholto se despejó mientras estudiaba al hombrecito, verdaderamente lo estudiaba con intensidad. Se lo quedó mirando mucho tiempo y con una mirada tan fija que consiguió que Royal acabara escondiendo su cara contra mi pelo. Había notado que éste era un gesto social entre los semiduendes. Lo hacían cuando se avergonzaban, se asustaban, se sentían tímidos o simplemente no sabían qué hacer. A Royal no le gustaba ser objeto de tal concentración por parte de Sholto.

Mungo golpeó mi mano y yo acaricié su cabeza lisa. Que los perros reaccionaran quería decir que no era simplemente Royal quien sentía en el aire la tensión de la reacción de Sholto hacia el semiduende.

Me detuve y mimé a mis perros, logrando con ese simple gesto que una parte de la tensión se relajara.

– Deberíamos entrar -dije al fin.

Sholto asintió con la cabeza.

– Sí, deberíamos. -Él me ofreció su brazo y yo lo tomé. Me guió adentro mientras Royal susurraba en mi oído…

– Los sluagh, igual que los duendes todavía nos comen como presas.

Eso me hizo tropezar en los pequeños escalones del porche. Sholto me sujetó.

– ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza. Podía preguntárselo a Sholto, pero si la respuesta era sí, no quería saberlo, y sin importar si era sí o no, era una pregunta ofensiva. ¿Cómo le preguntas a un hombre al que supuestamente amas y que es el padre de tu hijo si practica de vez en cuando el canibalismo?

– Te da miedo preguntar -susurró Royal en mi hombro como uno de esos demonios de caricatura.

Eso me hizo apoyarme contra Sholto y susurrar justo al otro lado de la puerta…

– ¿Los sluagh todavía cazan a los semiduendes?

Él frunció el ceño y entonces negó con la cabeza. Miró a Royal, que ahora intentaba esconderse entre mi pelo.

– No cazamos a los pequeños como comida, pero a veces son muy irritantes y tenemos que limpiar nuestro sithen de ellos. Cómo limpia mi gente nuestra casa es asunto de ellos. No los tolero en mi reino, porque tiene razón en una cosa, acabas olvidando que están allí, y yo no tolero a los espías.

Royal se deslizó completamente detrás de mi cuello rodeándolo con sus brazos y sus piernas, sujetándose como si mi cuello fuera el tronco de un árbol.

– Escóndete todo lo que quieras, Royal, pero no se me olvidará que estás aquí -dijo Sholto.

Podía sentir el corazón de Royal golpeando pesadamente contra mi columna vertebral. Estaba a punto de sentir simpatía por él, pero entonces noté cómo ponía un beso contra la parte posterior de mi cuello. Puede ser un lugar muy erótico, y mientras él dejaba caer suaves besos contra mi piel, noté esa reacción completamente involuntaria en la parte baja de mi cuerpo. Le hice salir de ahí.

CAPÍTULO 35

ESTABA EN EL DORMITORIO CAMBIÁNDOME DE ROPA PARA LA cena cuando se oyó un golpe en la puerta.

– ¿Quién es?

– Kitto.

Sólo llevaba puesto el sujetador marrón oscuro adornado de encaje, la falda, las medias y los tacones, pero él estaba en la lista de las personas de las que no tenía que esconderme. Sonreí y dije…

– Adelante.

Echó una ojeada alrededor del cuarto mientras abría la puerta, como si no estuviera seguro de ser bienvenido. Yo había logrado tener algunos minutos a solas y él sabía que yo apreciaba mis raros momentos de privacidad, pero hacía ya dos días que no le veía, casi tres, y le había echado de menos. Y en cuanto vi sus rizos negros y sus enormes ojos almendrados de un intenso color azul, sonreí con ganas. Mirarle a los ojos era como mirar una de esas piscinas perfectas que salpicaban el barrio. Sus negras pupilas ovaladas no le restaban belleza a mis ojos. Eran simplemente los ojos de Kitto, y amaba toda su cara, la delicada estructura ósea de ese rostro triangular. Era el más delicado de todos mis hombres. Medía algo más del metro veinte, unos treinta y cinco centímetros menos que yo, pero era un metro veinte de hombros anchos, cintura estrecha, culo firme, y todo lo que se necesitaba para ser masculino, simplemente contenido en un perfecto paquete en miniatura. Llevaba tejanos de diseño y una camiseta ceñida que resaltaba los nuevos músculos que las pesas le habían proporcionado. Doyle obligaba a todos los hombres a hacer ejercicio.

Mi cara debió reflejar lo contenta que estaba de verle, porque me devolvió la sonrisa y corrió hacia mí. Era uno de los pocos hombres en mi vida que no intentaba ser genial, o estar al mando, ni siquiera se preocupaba por ser viril. Él solamente quería estar conmigo y no intentaba esconderlo. No había juegos con Kitto, ninguna intención oculta. Simplemente amaba estar conmigo, de esa forma en que la mayor parte de las personas supera con la edad, pero ya que él había nacido antes de que Roma se convirtiera en una gran ciudad, nunca superaría con la edad el entusiasmo infantil que tenía por la vida, y yo le amaba por eso, también.

Apenas tuve un momento para afirmarme sobre mis pies antes de que se precipitara sobre mí, encaramándose como un mono y rodeándome con sus piernas la cintura, sus brazos abrazándome con fuerza, y simplemente pareció natural que le besara. Me encantaba poder sujetarle como los otros hombres me sujetaban a mí. Dejé que nuestro peso combinado nos hiciera retroceder hasta la cama, dejándome caer sentada sobre ella mientras nos besábamos.