Выбрать главу

Él dejó oír un sonido bajo en su garganta, casi un grito, y luego abandonó la idea de ser lento y cuidadoso. Comenzó a moverse al ritmo que yo le había impuesto, y comenzamos a bailar juntos, su cuerpo en el mío, mi cuerpo envolviéndole, hasta que bailamos en la cama el mas íntimo de los bailes.

Él era lo bastante pequeño para poder acostarse sobre mí y que todavía pudiéramos seguir mirándonos a los ojos. No estaba atrapada bajo él; todavía podíamos movernos, y retorcernos el uno contra el otro. Sentí como ese pesado y dulce placer comenzaba a construirse entre mis piernas, y mis dedos encontraron su espalda. Mi respiración se aceleró y tuve que luchar por mantener el ritmo al que se movían mis caderas para encontrarse con su cuerpo. Entre un golpe, una caricia, y otro golpe, toda esa dulce presión estalló, y grité mi placer, arqueando el cuello y clavándole las uñas en la espalda, dibujando mi orgasmo en su piel, y mientras mis caderas salían a su encuentro, noté en medio de todo aquel placer que su cuerpo perdía el ritmo. Él luchó por mantenerlo, intentando obligarme a llegar a otro orgasmo, pero le apreté con fuerza dentro de mí, y esa fue su perdición. Su cuerpo presionó contra el mío en un profundo y último empuje que me llevó a la locura, a clavarle las uñas con más fuerza como si él fuera la última cosa sólida en este mundo, y todo lo demás hubiera desaparecido en el palpitar de nuestros cuerpos, en el éxtasis de él dentro de mí, y en mi cuerpo envolviéndole a él.

Él cayó desfallecido encima de mí, su cabeza acunada en la curva de mi hombro. Me quedé acostada boca arriba, sintiendo su latido aporreando contra mi pecho al tiempo que luchaba por respirar. Tuve que tragar dos veces antes de poder susurrar…

– Tendrán que esperar un poco para la cena.

Él asintió sin hablar, y luego, mientras tomaba un profundo aliento que le hizo estremecer, dijo…

– Totalmente de acuerdo.

Sólo pude asentir con la cabeza, al tiempo que dejaba de luchar por conseguir el aire suficiente para hablar y respirar al mismo tiempo.

CAPÍTULO 37

ME HABÍA VESTIDO PARA LA CENA, QUE SE HABÍA convertido en una ocasión semiformal, lo que significaba que iba demasiado arreglada para ir al laboratorio forense de la división mágica de la policía. Jeremy había telefoneado justo antes de que nos sentáramos para cenar porque había recibido la llamada de uno de los magos policiales para que fuera al laboratorio y diera su opinión sobre la varita mágica que le habían confiscado a Gilda. La que había hecho desplomarse a un policía dejándolo inconsciente durante horas.

Jeremy quería que algunos de nosotros la viéramos, porque pensaba que era de manufactura sidhe. Había propuesto que yo me quedara en casa y cenara tranquilamente porque realmente a quién necesitaba era a algunos de los guardias sidhe más viejos. Rhys había salido temprano para conocer su nuevo sithen, y Galen era, como yo, demasiado joven para saber demasiado acerca de nuestros más viejos artefactos mágicos. Pero resulta que éramos sólo nosotros tres quienes teníamos licencia de detectives privados. Los demás sólo podían acompañarnos como guardaespaldas. Los vídeos de los reporteros saliendo por la ventana habían salido en todas las noticias y colgados en YouTube, así que la policía estaba convencida de que yo no saldría sin un montón de guardias. Por lo tanto, salí “protegida” y Jeremy consiguió a los sidhe que quería para examinar la varita. La única pega fue que tuve que comer algo rápido en el coche, y que los altos tacones teñidos de color amarillo que llevaba puestos para hacer juego con el ceñido vestido amarillo, completado con enaguas para darle vuelo a la falda, no eran los zapatos adecuados para caminar sobre suelos de hormigón.

La varita descansaba en una caja de metacrilato. Había símbolos literalmente tallados en la caja. Ésta se utilizaba como un campo antimágico portátil de tal manera que si la policía encontraba algún artefacto mágico pudiera meterlo en la caja y anular su efecto hasta que los forenses encontraran una solución más permanente.

Todos estábamos de pie rodeándola y mirándola con fijeza, y por todos quiero decir a los dos magos de la policía, Wilson y Carmichael, y a Jeremy, Frost, Doyle, Barinthus (que se había unido a nosotros justo cuando salíamos), Sholto, Rhys, y yo. Rhys había interrumpido la exploración de su sithen para ayudar a resolver el crimen.

La varita todavía tenía sesenta centímetros de largo pero ahora eran sólo sesenta centímetros de pálida madera blanca y color miel, limpia y libre de todo los brillos que a Gilda tanto le gustaban, y que yo recordaba con claridad.

– No parece la misma varita -objeté.

– ¿Quieres decir que le falta la punta de estrella y el brillante recubrimiento externo? -preguntó Carmichael. Ella negó con la cabeza, haciendo que su cola de caballo castaña oscilara sobre su bata de laboratorio-. Una parte de las piedras tenían propiedades metafísicas que ayudaban a amplificar la magia, pero servían más que nada para hacerla más bonita y esconder esto.

Clavé los ojos en la larga pieza de madera, suavemente pulida.

– ¿Por qué esconderlo?

– No la mires sólo con los ojos, Merry -dijo Barinthus. Él sobresalía por encima de todos nosotros vestido con su larga gabardina de color crema. De hecho, llevaba un traje debajo del abrigo, aunque había pasado de la corbata. Era la mayor cantidad de ropas que le había visto llevar desde que llegó a California. Se había recogido el cabello en una cola, pero incluso recogido, su cabello seguía moviéndose demasiado comparado con el cabello de los demás, como si incluso estando aquí de pie, en este edificio ultra moderno, equipado a la última con el más sofisticado equipo científico rodeándonos, todavía hubiera alguna corriente invisible de agua jugando con su cabello. No lo hacía a propósito; supongo, o al menos eso parecía, que su pelo reaccionaba a la cercanía del océano.

No me gustó cómo lo dijo, sonó como una orden, pero lo hice, porque tenía razón. La mayoría de los humanos tienen que esforzarse para ver magia, hacer magia. Yo era en parte humana, pero de alguna forma también era completamente feérica. Tenía que protegerme todos los días, cada minuto, para no ver magia. Me había protegido cuidadosamente para entrar en esta área de los laboratorios forenses porque era la sala donde se guardaban los objetos mágicos realmente poderosos, aquéllos con los que no sabían qué hacer, o que estaban en proceso de desencantar o de descubrir una forma de destruirlos que no hiciera explotar nada más. Algunos objetos mágicos una vez activados son difíciles de destruir sin causar ningún daño.

Había levantado mis escudos porque no quería tener que abrirme paso entre toda la magia en la habitación. Las cajas antimagia impedían que los objetos encerrados en ellas funcionaran, pero no impedían que los magos pudieran estudiarlos. Era un bonito truco de ingeniería mágica. Aspiré profundamente, lo dejé salir, y dejé caer mis escudos muy ligeramente.

Intenté concentrarme sólo en la varita, pero por supuesto había otras cosas en el cuarto, y no todas ellas reaccionaban a simple vista. Algo en el cuarto gritaba… “Libérame de esta prisión y te concederé un deseo”. Algo diferente olía a chocolate, no, a un intenso dulce de cereza, tampoco, era como el olor de todo lo dulce y bueno, y con el olor estaba el deseo de encontrarlo y recogerlo para poder obtener toda esa bondad.

Negué con la cabeza y me concentré en la varita. La pálida madera estaba cubierta de símbolos mágicos. Serpenteaban sobre la madera, en resplandecientes amarillos y blancos, y aquí y allá con un poco de llameante rojo anaranjado, pero no era exactamente fuego, era como si la magia chispeara. Yo nunca había visto algo así antes.

– Es casi como la magia tuviera un cortocircuito -dije.