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– Eso es lo que yo dije -dijo Carmichael.

Wilson dijo…

– Pensé que podría servir para obtener poder extra, como pequeñas piezas de batería mágica destinadas a aumentar el efecto del hechizo. -Era alto, más alto que todos los hombres excepto Barinthus, con un pálido pelo corto que iba del gris al blanco. Wilson apenas tenía treinta años. Su cabello había encanecido después de que hubiera hecho explotar una importante reliquia sagrada destinada a provocar el fin del mundo. Cualquier cosa verdaderamente capaz de provocar el fin del mundo era siempre destruida. El problema era que destruir algo tan poderoso no era siempre la profesión más segura. Wilson trabajaba en el equivalente mágico de la brigada de explosivos. Era uno de los pocos magos humanos en todo el país acreditado para eliminar grandes reliquias sagradas. Algunos de los otros especialistas en explosivos mágicos pensaban que Wilson había, literalmente, sacrificado una década de su vida junto con el color de su pelo original.

Él empujó hacia arriba las gafas con montura de alambre que resbalaban de su nariz. Realmente, seguía pareciéndose a un friki de la informática, y lo era, sí, pero un friki del estudio de la magia, y según los otros especialistas en magia, era el más valiente de todos ellos o un loco hijo de puta. Yo sólo citaba. El hecho de que sólo Wilson y Carmichael estuvieran todavía trabajando en ello y que el objeto estuviera en esta habitación implicaba que la varita había hecho algo desagradable.

– ¿El policía al que golpeó Gilda con esta varita murió o algo así? -Pregunté.

– No -dijo Carmichael.

– No. ¿Qué habías oído? -preguntó Wilson.

Ella le miró frunciendo el ceño.

– ¿Qué? -preguntó él.

Yo dije…

– Esta sala es sólo para aquellas cosas que asustan a la policía. Reliquias importantes, objetos diseñados para hacer cosas malas que no has averiguado aún cómo desencantar o destruir. ¿Qué hizo la varita de Gilda para ganarse un lugar aquí?

Los dos magos se miraron.

– Cualquier cosa que ocultéis -dijo Jeremy-, puede ser la llave para descifrar el poder de esta varita.

– Primero dinos qué ves -dijo Wilson.

– Os he dicho lo que pienso -dijo Jeremy.

– Tú dijiste que podría ser de fabricación sidhe. Quiero saber lo que algún sidhe piensa de eso -Wilson nos miró a cada uno de nosotros; su cara parecía muy seria ahora. Nos estudiaba de la manera en que estudiaría cualquier objeto mágico que le interesara. Wilson tenía a veces la inquietante tendencia de ver a los seres feéricos como otro tipo de objeto mágico, como si nos estuviera estudiando para ver cómo reaccionábamos.

Los hombres me miraron. Me encogí de hombros y dije…

– Los símbolos mágicos blancos y amarillos están reptando sobre la madera con esas extrañas chispas de rojo anaranjada. Los símbolos no son estáticos sino que parecen estar aún en movimiento. Eso es inusual. Los símbolos mágicos resplandecen a veces para el ojo interior, pero nunca se ven tan… frescos, como si la pintura todavía no se hubiera secado.

Los hombres que me acompañaban asintieron con la cabeza.

– Por eso es que pensé que podría ser una creación sidhe -dijo Jeremy.

– No lo entiendo -dije.

– La última vez que vi una magia permanecer tan fresca, era en un objeto encantado hecho por uno de los grandes magos de tu gente. Ocultan el corazón de la magia en un objeto hecho de metal, o en una vegetación viva que se mantiene fresca por el poder de la magia. Pero todo es ficticio, Merry. Sólo pretende esconder su esencia.

– Entiendo lo que dices, pero… ¿por qué lo hace eso un trabajo sidhe?

– Tu gente son los únicos que he visto alguna vez capaces de entrelazar la magia con algo tan fresco y vital.

– Nunca hemos visto nada capaz de hacer eso -dijo Wilson.

– ¿Qué la hace sidhe? -Insistí.

– No lo es -dijo Barinthus.

Le miramos.

Jeremy pareció un poco incómodo, pero miró al hombre alto y preguntó…

– ¿Por qué no es magia sidhe?

Nunca había visto a Barinthus parecer tan desdeñoso como en ese momento. Él no se llevaba bien con Jeremy. Al principio, había pensado que había algo personal entre los dos, pero luego me percaté de que Barinthus tenía algún prejuicio en contra de Jeremy, por ser éste un duende oscuro. Para Barinthus era un problema racial, como si un duende oscuro no fuera lo bastante digno para ser el jefe de todos nosotros.

– Dudo que pudiera explicarlo de forma que lo entendieras -dijo Barinthus.

La cara de Jeremy se oscureció

Me volví hacia Wilson y Carmichael y sonriendo, les dije…

– ¿Podríais disculparnos un momento? Lo siento, pero si sólo pudierais darnos un poco de espacio…

Se miraron el uno al otro, luego a la furiosa cara de Jeremy y a la arrogante figura de Barinthus, y se apartaron de nosotros. Nadie quiere estar junto a un hombre de más de dos metros diez de altura cuando está a punto de empezar una pelea.

Me volví hacia Barinthus.

– ¡Ya basta! -Exclamé, clavando un dedo en su pecho con la suficiente fuerza como para hacerle retroceder un poco-. Jeremy es mi jefe. Él nos paga la mayor parte del dinero que nos provee de ropa y alimentos a todos nosotros, incluyéndote a ti, Barinthus.

Él me miró desde arriba, y sesenta centímetros de distancia son suficientes para hacer que la arrogancia funcione muy bien, pero yo ya había aguantado todo lo que podía aguantar de este antiguo dios del mar.

– Tú no estás aportando ningún dinero. No contribuyes en una condenada cosa para el mantenimiento de las hadas aquí en Los Ángeles, así que antes de ponerte petulante con nosotros, yo pensaría en ello. Jeremy es más valioso para mí y para el resto de nosotros que tú.

Eso atravesó su arrogancia, y vi incertidumbre en su cara. La disimuló, pero estaba allí.

– Tú no dijiste en ningún momento que me necesitaras para contribuir de esa forma.

– Podemos estar viviendo gratis en las casas de Maeve Reed, pero no podemos continuar dejando que alimente a nuestro ejército. Cuando ella regrese de Europa puede que quiera recuperar su casa, todas sus casas. ¿Qué haremos entonces?

Él frunció el ceño.

– Sí, es cierto. Somos más de un centenar de personas, contando a los Gorras Rojas, y ellos están acampados en los terrenos de la finca porque en las casas ya no hay espacio para todos. No lo entiendes. Tenemos el equivalente a una corte del mundo de las hadas, pero no tenemos un tesoro real, o magia que nos provea de ropa y alimentos. No tenemos un sithen que nos aloje a todos y que simplemente vaya creciendo a medida que lo necesitamos.

– Tu magia salvaje creó un nuevo trozo de mundo de las hadas dentro de los límites de la tierra de Maeve -dijo él.

– Sí, y Taranis lo usó para secuestrarme, así que no podemos usarlo para alojar a nadie hasta que podamos garantizar que nuestros enemigos no lo pueden usar para atacarnos.

– Rhys tiene un sithen ahora. Más vendrán.

– Y hasta que sepamos que nuestros enemigos no pueden usar ese nuevo pedazo del mundo de las hadas para atacarnos, tampoco podemos trasladar a muchas personas allí.

– Es un edificio de apartamentos, Barinthus, no un sithen tradicional, -dijo Rhys.

– ¿Un edificio de apartamentos?

Rhys asintió con la cabeza.

– Apareció mágicamente en una calle moviendo dos edificios a fin de poder aparecer en el medio, pero parece un edificio de apartamentos de mala muerte. Es, definitivamente, un sithen, pero es como los viejos. Abro una puerta una vez y la próxima vez que la abro hay un cuarto diferente detrás de la puerta. Es magia salvaje, Barinthus. No podemos llevar a nuestra gente allí dentro hasta que sepa lo que hace, y qué planes tiene.

– ¿Es tan poderoso? -dijo él.

Rhys asintió con la cabeza.

– Así parece, sí.

– Más sithens aparecerán -dijo Barinthus.