– Tal vez, pero hasta que lo hagan, necesitamos dinero. Necesitamos a tantas personas como sea posible que aporten capital. Eso te incluye a ti.
– Tú no me dijiste que querías que aceptara los trabajos de guardaespaldas que él ofrecía.
– No le llames “él”; su nombre es Jeremy. Jeremy Grey, y él ha estado ganándose la vida aquí entre los humanos durante décadas, y esas habilidades son muchísimo más útiles para mí ahora que tu habilidad para hacer que el océano se levante y se estrelle contra una casa. Lo cual fue infantil, por cierto.
– Las personas en cuestión no necesitan guardaespaldas. Solamente quieren que yo esté cerca a la vista de todos.
– No, quieren que estés cerca y seas atractivo y atraigas la atención hacia ellos y sus vidas.
– No soy un monstruo para ser paseado ante las cámaras.
– Nadie recuerda esa historia desde los años cincuenta, Barinthus -dijo Rhys.
Un reportero había llamado a Barinthus “el Hombre Pez” por la membrana plegable que tenía entre los dedos. Ese reportero murió en un accidente de navegación. Los testigos oculares dijeron que el agua simplemente se elevó y golpeó contra la embarcación.
Barinthus nos dio la espalda, metiéndose las manos en los bolsillos de su abrigo. Doyle dijo…
– Frost y yo hemos protegido a humanos que no necesitaban protección. Hemos estado ahí parados y les hemos dejado admirarnos y que pagaran dinero por eso.
– Hiciste un trabajo y después te negaste a aceptar otro -le dijo Frost a Barinthus-. ¿Qué ocurrió para que luego te negaras?
– Le dije a Merry que era indigno de mí fingir el proteger a alguien cuando a quien debería proteger es a ella.
– ¿Intentó seducirte la cliente? -preguntó Frost.
Barinthus negó con la cabeza; su cabello se movió más de lo que debería haber hecho, igual que se movía el océano en un día de mucho viento.
– Seducción no es un término lo bastante explícito para lo que esa mujer intentó.
– Ella se propasó contigo -dijo Frost, y simplemente la manera en que lo dijo me hizo mirarle.
– Lo dices como si también te hubiera pasado a ti.
– Nos invitan a las fiestas para hacer algo más que protegerlos, Merry, ya lo sabes.
– Sé que quieren atraer la atención de la prensa pero ninguno de vosotros me dijo que los clientes se habían vuelto tan descontrolados.
– Se supone que nosotros debemos protegerte, Meredith -dijo Doyle-, no a la inversa.
– ¿Es por eso que tú y Frost habéis vuelto a ocuparos solamente de mi protección?
– Lo ves -dijo Barinthus-, vosotros también os habéis librado de eso.
– Pero ayudamos a Meredith con sus investigaciones. No hemos dejado de hacer fiestas para luego escondernos en el océano -dijo Doyle
– Parte del problema es que no has escogido un compañero -dijo Rhys.
– No sé qué quieres decir con eso.
– Yo trabajo con Galen, y nos cuidamos las espaldas el uno al otro, y nos aseguramos de que las únicas manos que nos tocan son las que queremos que nos toquen. Un compañero no sirve sólo para cuidar tu espalda en una batalla, Barinthus.
Esa arrogancia detrás de la que Frost se escondía volvía a aparecer en la cara de Barinthus, pero me di cuenta de que para él no era simplemente su versión de una cara en blanco.
– ¿Honestamente crees que nadie entre los hombres es digno de asociarse contigo? -Pregunté.
Él sólo me miró, lo cual supuse que era respuesta suficiente. Él miró a Doyle.
– Una vez habría estado encantado de trabajar con la Oscuridad.
– Pero no ahora que me he asociado con Frost -dijo él.
– Has escogido a tus amigos.
Me pregunté por un momento si Barinthus estaría enamorado de Doyle, o sus palabras sólo querían decir lo que dijo. El hecho de que nunca me hubiera dado cuenta de que fue algo más que un amigo para mi padre me había hecho cuestionar un montón de cosas.
– Está bien -dijo Rhys-. Tú y yo nunca nos hemos llevado bien.
– No importa -dije-. No es un descubrimiento. Si quieres quedarte aquí, vas a tener que contribuir de una forma real, Barinthus. Vas a comenzar por explicarle a Jeremy y a los amables magos de la policía el por qué ésa no es una magia sidhe. -Establecí contacto visual con él tan bien como pude teniendo en cuanta la diferencia de altura de sesenta centímetros. Supongo que con los tacones de ocho centímetros que llevaba era algo menos, pero seguía siendo el momento de estirar el cuello. Siempre es difícil mirar a alguien con firmeza cuando ése alguien es mucho más alto que tú.
Su cabello flotó a su alrededor, a todos nos dio la sensación de que se movía como si estuviera bajo el agua, aunque yo sabía que estaría seco al tacto. Era una nueva demostración de su poder creciente, pero yo ya había advertido que más bien parecía ser una reacción emocional.
– ¿Es eso un no, o un sí? -Pregunté.
– Intentaré explicarlo -dijo al fin.
– Muy bien, bueno, vamos a terminar con esto para que podamos volver a casa.
– ¿Estás cansada? -preguntó Frost.
– Sí.
Barinthus dijo…
– Soy un tonto. Puede que aún no se te note, pero estás embarazada. Debería estar cuidándote. En lugar de eso, estoy haciendo las cosas más difíciles para ti.
Asentí con la cabeza.
– Eso es lo que estaba pensando. -Hice señas a la policía y a Jeremy para que se acercaran. Nos reunimos todos de nuevo alrededor de la varita. Barinthus no se disculpó, pero comenzó a explicar…
– Si realmente fuera de manufactura sidhe no habrían llamaradas de poder. Si comprendo lo que son los cortocircuitos eléctricos, entonces eso es exacto. Los puntos resplandecientes blancos y amarillos indican los puntos donde la magia se debilita, como si la persona que hizo el hechizo no tuviera bastante poder para hacer una magia homogénea. Los puntos resplandecientes de un rojo anaranjado también indican, como dice el Mago Wilson, los puntos donde el poder aumenta. Creo que una de esas llamaradas de poder es lo que dañó al policía que resultó herido en un principio.
– Así es que si lo hubieras hecho tú, u otro sidhe, entonces las marcas mágicas serían iguales y el poder sería estable -dijo Wilson.
Barinthus asintió con la cabeza.
– No quiero parecer grosera -dijo Carmichael-, ¿pero no es cierto que los sidhe son menos poderosos ahora haciendo uso de la magia de lo que fueron en el pasado?
Hubo ese momento incómodo en el que alguien dice algo que todo el mundo sabe, pero nadie está dispuesto a discutir. Fue Rhys quién dijo…
– Eso sería cierto.
– Lo siento, pero si eso es cierto, entonces ¿por qué no podría ser esto de un o una sidhe, con menos control de su magia? ¿Tal vez es lo mejor que podía hacer ese mago?
Barinthus negó con la cabeza.
– No.
– Su lógica es válida -dijo Doyle.
– Has visto los símbolos; sabes para qué sirven, Oscuridad. Se nos prohíbe tal magia, y ha sido así desde hace siglos.
– Estos símbolos son tan viejos que no estoy familiarizada con todos ellos -dije.
– La varita está diseñada para cosechar magia -dijo Rhys.
Le fruncí el ceño.
– ¿Intentas decir que sirve para que tu propia magia se vuelva más poderosa?
– No.
Fruncí el ceño todavía más.
– Está diseñada para robar el poder de otras personas -dijo Doyle.
– Pero no puedes hacer eso -le dije-. No es que no estemos autorizados a hacerlo, sino que no es posible robar la magia personal de alguien. Es intrínseca a ellos, como su inteligencia o su personalidad.
– Sí y no -dijo él.
Comenzaba a estar cansada, verdaderamente cansada. Hasta el momento no había tenido ningún síntoma real de embarazo, pero de pronto estaba cansada, y también dolorida.
– ¿Puedo sentarme? -Pregunté.
Wilson dijo…
– Lo siento, Merry, digo, por supuesto. -Fue a traerme una silla.