– Estás pálida -dijo Carmichael, comenzando a tocarme la cara como cuando tocas la cara de un niño buscando si tiene fiebre, entonces se detuvo a medio movimiento.
Rhys lo hizo por ella.
– Estas fría, húmeda y pegajosa al tacto. Esto no puede ser bueno.
– Sólo estoy cansada.
– Tenemos que llevar a Merry a casa -dijo Rhys.
Frost se arrodilló a mi lado, estando sentada él quedaba casi a la altura de mis ojos. Puso su mano contra mi cara.
– Explícaselo, Doyle, y luego podremos llevarla a casa.
– Esta varita está diseñada para arrebatar la magia de otros. Merry tiene razón, la magia no puede ser robada permanentemente de alguien, pero la varita funciona como una batería. Absorbe magia de diferentes personas proporcionándole a su dueño más poder, pero éste tendría que cargarla con nuevo poder casi continuamente. El hechizo es astuto, y se remonta a la época anterior de nuestra propia magia, pero tiene las marcas de algo más que no es magia sidhe. Es nuestra magia, pero no sólo nuestra.
– Yo sé a lo que me recuerda -dijo Rhys-. A los humanos. Los seres humanos que fueron mis seguidores, y que podían llegar a ejecutar una parte de nuestra magia. Eran buenos, pero nunca pudieron llegar a nuestro nivel.
– Las marcas no están pintadas o esculpidas en la madera -dijo Carmichael.
– Si fuera magia sidhe, entonces podríamos rastrear los símbolos en la madera con sólo un dedo y nuestra voluntad, pero la mayoría de humanos necesitaban algo más real. Es como cuando nuestros seguidores vieron las marcas de poder que llevábamos en nuestra piel y pensaron que eran simples tatuajes, así que comenzaron a pintarse con glasto [26] para protegerse en los combates.
– Pero no funcionó -dijo Carmichael.
– Funcionó mientras nosotros conservamos nuestro poder -dijo Rhys-, y después, cuando lo perdimos, fue peor que inútil para la gente que debíamos proteger. -Rhys parecía tan infeliz. Yo había escuchado, tanto a él como a Doyle, narrar las historias de lo que les había ocurrido a sus seguidores cuando ellos perdieron una parte tan grande de su poder que ya no los podían proteger con la magia.
– ¿Hay algún humano que pudiera rastrear esos símbolos? -Pregunté. Sentarse había ayudado.
– Con nada más que la voluntad y la palabra, lo dudo.
– ¿Qué más podría usar él o ella? -preguntó Carmichael.
– Algún fluido corporal -dijo Jeremy.
Todos le miramos.
– Recordad, yo estudié algo de hechicería cuando los sidhe todavía eran tan poderosos. Cuando el resto de nosotros podíamos encontrar una muestra de vuestros encantamientos, los copiábamos usando fluido corporal.
– No hay nada visible en la madera. La mayoría de fluidos corporales dejarían algún rastro visible -dijo Carmichael.
– La saliva no lo haría -dijo Wilson.
– La saliva funciona -dijo Jeremy-. Las personas siempre hablan de utilizar sangre o semen, pero la saliva es buena, y es una parte igual de importante de una persona.
– No hemos ordenado hacer un frotis de la madera desde un principio, porque no estábamos seguros de cómo reaccionarían los hechizos -dijo Wilson.
– Quienquiera que lo hizo te ha dejado su ADN -dije. Me sentía mucho mejor. Me puse de pie, y vomité por todo el suelo del laboratorio forense.
CAPÍTULO 38
UNA VEZ QUE VOMITÉ ME ENCONTRÉ MEJOR. ME DISCULPÉ por devolver en el laboratorio, pero por suerte el suelo no conservaría pruebas del desastre. Carmichael me dio un caramelo mentolado y nos marchamos. Rhys nos llevó a casa, e hizo las gestiones pertinentes para recoger el otro coche a la mañana siguiente. Aparte de él, nadie más que yo sabía conducir, y ninguno de los hombres parecía desear que lo hiciera. Supongo que no podía culparlos.
Me recliné en el asiento de los pasajeros y dije…
– Pensé que podría tener náuseas por la mañana, no por la tarde.
– Es diferente de una mujer a otra -dijo Doyle desde el asiento trasero.
– ¿Conoces a alguien que sufra de náuseas por la tarde? -pregunté.
– Sí -fue todo lo que dijo.
Me giré en el asiento y él era la Oscuridad en un coche oscuro, aunque las farolas nos iluminaban mientras Rhys conducía. Frost estaba a su lado, haciendo que el contraste fuera aún mayor. Barinthus estaba en el lado opuesto y había dejado claro que no deseaba estar cerca de Frost.
– ¿Quién es ella? -le pregunté.
– Mi mujer -dijo, mirando hacia fuera por la ventanilla, no hacia mí.
– ¿Has estado casado?
– Sí.
– ¿Y tenías algún hijo?
– Sí.
– ¿Qué les pasó?
– Murieron.
No supe qué decir a esto. Me acababa de enterar de que Doyle había estado casado, había tenido un hijo, y los había perdido a ambos; no había tenido idea de todo eso minutos antes. Me giré y dejé que el silencio llenara el coche.
– ¿No te molesta? -preguntó Doyle quedamente.
– Pienso en ello, pero… ¿cuántos de vosotros habéis tenido mujer e hijos?
– Todos nosotros menos Frost, creo -contestó Rhys.
– Los tuve -dijo Frost.
– Rose -dije.
Él afirmó con la cabeza.
– Sí.
– No sabía que hubieras tenido un hijo con ella. ¿Qué pasó?
– Murió.
– Todos murieron -musitó Doyle.
Barinthus habló desde la penumbra del asiento trasero.
– Hay momentos, Meredith, en los que ser inmortal y eternamente joven no es una bendición.
Pensé en ello.
– Por lo que sabemos, estoy envejeciendo a un ritmo sólo algo más lento que un humano normal. No soy ni inmortal, ni eternamente joven.
– No eras inmortal de niña -dijo Barinthus -y tampoco tenías alguna mano de poder como los otros niños.
– ¿Todos vosotros vais a estar dentro de más de cien años, sentados en algún coche movido por energía atómica y contándoles a nuestros hijos cosas sobre mí?
Nadie dijo nada, pero Rhys separó una mano del volante y la puso sobre la mía. Realmente no había nada qué decir, o ningún consuelo. Me agarré a la mano de Rhys, y él me la sostuvo todo el camino a casa. A veces el consuelo no tiene palabras.
CAPÍTULO 39
ME DESHICE DE LOS TACONES ALTOS TAN PRONTO COMO cruzamos la puerta. Luego, toda la situación empezó a parecerse a una secuencia de una comedia romántica con todos los hombres intentando ayudarme a subir las escaleras. Julian y Galen salieron al vestíbulo desde la sala de estar. Galen era la viva estampa de la preocupación cuando escuchó que me había encontrado mal, pero tanto él como Julian tuvieron problemas para no reírse cuando se enteraron de que había vomitado en el laboratorio forense.
Les miré frunciendo el ceño, aunque abracé a Julian porque sabía que si estaba aquí era porque su cena con Adam no había salido muy bien.
– Perdona por no haber estado aquí para abrazarte durante la sesión de tele de esta noche.
Julian depositó un beso fraternal en mi mejilla.
– Estabas luchando contra el crimen. Sólo por eso, te perdono -dijo, haciendo una broma, pero aunque su sonrisa fue genuina, en sus ojos castaños se podía ver una sombra de tristeza.
Me separé de él y Galen me cogió en brazos.
– Puedo caminar -le dije.
– Sí, pero así ellos dejarán de discutir y nos seguirán mientras te preparas para ir a la cama. Tengo más noticias. Y también para Julian.
Galen había comenzado a ir hacia la escalera, y llamando a Julian, usó toda la velocidad que sus largas piernas podían proporcionarle. Julian tuvo que correr para no perderle.
Aunque realmente, fue Rhys quien nos alcanzó en la escalera antes que los demás, explicándonos mientras corría para seguirnos el ritmo.
– Doyle y Frost están hablando con Barinthus. Él y yo nunca hemos sido amigos, así que pensé que sería mejor que viniera para ayudarte a meterte en la cama -sonrió abiertamente mientras hablaba, alzando una ceja en un movimiento lascivo.
[26] GLASTO. (Del lat. glastum) Isatis tinctoria, crucífera. Planta bienal europea con tallo herbáceo, ramoso; flores amarillas en racimo, y fruto en vainilla elíptica con una semilla comprimida. De sus hojas se saca un colorante semejante al añil, con que antiguamente era coloreado el vidrio.