Me hizo sonreír, que era lo que pretendía.
– ¿Qué ha pasado ahora? -le pregunté.
Galen me besó en la mejilla al mismo tiempo que llegaba a lo alto de la escalera.
– No son malas noticias, Merry, pero probablemente podrías pasar sin oírlas.
– Sólo dímelas -comenté.
– ¡Julian! -llamó Galen. -Jordan despertó del efecto de los calmantes repitiendo siempre la misma frase: “Thumbelina quiere ser grande”. Siguió repitiéndolo una y otra vez, pero cuando se despertó del todo, no se acordaba de lo que había dicho, o lo que esto podría significar.
– ¿Se lo dijisteis a Lucy?
Él asintió.
– Pero podía ser una tontería. Ya lo sabes.
– Podría ser, pero el asesino ha estado copiando ilustraciones de cuentos para niños. Tal vez esto se refiera al próximo libro -dije.
Rhys abrió la puerta del dormitorio y Galen me hizo entrar. La cama estaba ya preparada, y sobre ella habían dejado preparado un camisón de seda.
Apoyé la cabeza en el hueco del cuello de Galen, inhalando el calor y olor de su piel para calmarme. Susurré…
– Tuve que enfrentarme a Barinthus. Le dije que Jeremy era más útil para mí que él.
– Vaya por Dios, me lo perdí -susurró Galen.
Rhys comentó…
– Realmente le puso en su sitio.
– ¿Escuchaste lo que dijeron? -preguntó Julian.
Rhys asintió, mirando al otro hombre.
– Exactamente igual que Galen y yo escuchamos tu conversación con Merry en la acera, así que sé que si estás aquí, quiere decir que te fue mal la cena con Adam.
– Maldición, ¿Qué oíste exactamente? -preguntó Julian.
Galen me dejó en la cama. Luego se arrodilló delante de mí.
– Mistral va a hablar con la Reina Niceven en el espejo de la habitación principal. Ella insiste en que debes alimentar a Royal esta noche o la alianza entre las dos se terminará.
Le miré.
– O le alimento o anula la alianza -comenté.
Asintió.
– Hemos hablado con ella varias veces durante el tiempo que has estado fuera.
– ¿Qué está pasando en la Corte para que quiera librarse de nosotros de tan mala manera?
Galen echó un vistazo hacia atrás mirando a Julian, quien cogió la indirecta y dijo…
– Creo que necesitas controlar las cosas aquí y dormir esta noche, Merry. Gracias por la oferta de cariños y arrumacos, pero ahora tienes otras cosas que hacer antes que ocuparte de mí.
– Te abrazaremos -dijo Rhys.
Julian le miró, frunciendo el ceño.
Rhys sonrió abiertamente.
– Ya te lo dije, Galen y yo escuchamos lo que le contaste a Merry. Si estás falto de afecto, Galen y yo podemos ayudarte.
Julian miró a cada uno de los hombres.
– Gracias, pero no estoy seguro de lo que estás ofreciendo.
– Te achucharemos -agregó Galen.
– Estrictamente como amigos -aclaró Rhys.
Entonces Julian me miró, y su expresión pareció dolida. Me reí.
– Vamos, que al final conseguirás tu achuchón, y además será con dos de los hombres más guapos del lugar, aunque claro, sin nada de sexo.
Él abrió la boca, la cerró, y finalmente dijo…
– Quiero el contacto, pero no estoy seguro de si debería sentirme insultado o halagado.
Rhys y Galen se rieron a la vez.
– Halagado -aclaró Rhys- y podemos enviarte a casa con la virtud intacta.
– ¿No dormirás con Merry esta noche? -preguntó Julian.
– Esta noche, no. Mistral no la ha visto en dos días, casi tres, por lo que le cedemos el turno. No estoy seguro de quién será el otro hombre, pero nosotros hace poco que hemos dormido con ella, y además creo que esta noche no habrá mucho sexo.
– Es extraño, pero ahora me siento bien -dije.
Rhys me miró.
– Yo no forzaría las cosas todavía. Éstas son las primeras náuseas que tienes, por lo que me tomaría las cosas con calma.
– No sabía que podías tener náuseas por la tarde -dijo Galen.
– Por lo visto, puedo -dije, y no di más detalles sobre la conversación mantenida en el coche. Busqué bajo mi falda el borde de mis ligas. Las quería fuera, y luego me lavaría los dientes. Realmente deseaba lavarme los dientes ya. Los caramelos de menta que me había dado Carmichael no habían hecho demasiado efecto.
Mistral atravesó la puerta maldiciendo entre dientes. Su pelo era de un color gris uniforme como el de las nubes de lluvia, pero a diferencia del de Wilson, el suyo siempre había sido de este color. Sus ojos se veían de un tono verde amarillento, como el cielo justo antes de abrirse y liberar un tornado capaz de comerse el mundo. Ése era el color de sus ojos cuando estaba muy preocupado, o muy cabreado. Hubo un tiempo lejano en que cuando los ojos de Mistral tomaban ese color, el cielo lo reflejaba, de forma que su cólera o ansiedad podían hacer cambiar el tiempo. Ahora era simplemente un guerrero de más de metro ochenta de puro músculo. Era el más masculinamente hermoso de mis hombres. Era muy apuesto, pero nunca mirarías su rostro y pensarías… qué guapo o qué hermoso. Era demasiado y absolutamente masculino para eso. También era el único que tenía los hombros más anchos que Doyle o que Frost. Si hablábamos de envergadura física, Barinthus le superaba, pero había algo en Mistral, Señor de las Tormentas, que le hacía parecer más alto. Era un hombre grande que ocupaba mucho espacio. Y en este momento, era un hombre grande y cabreado. La única cosa que pude entender de su rápido discurso en galés arcaico fue el nombre de Niceven y una retahíla de escogidas maldiciones.
Galen dijo…
– Entiendo que Niceven no ha cambiado de opinión.
– Ella quiere romper esta alianza por alguna razón -dijo Mistral, mientras hacía un esfuerzo visible para dominar su carácter y se acercaba hacia mí. -Te he fallado, Merry. Vas a tener que alimentar a su criatura esta noche.
– Dejadme intentar hablar con ella -indicó Rhys.
– ¿Crees que puedes conseguir aquello de lo que yo no he sido capaz?
– Puedo decirle que esta noche Merry está mareada. Niceven ha tenido hijos. Tal vez le dé un poco de respiro.
Mistral se sentó en la cama a mi lado, con cara de preocupación.
– ¿Estás bien?
– Ahora parece que sí. Supongo que no podía arreglármelas sin tener unas pequeñas náuseas.
Él me abrazó con suavidad, como si tuviera miedo de romperme. A Mistral le gustaba el sexo un poquito rudo, y eso de notar que me sujetaba como si estuviera hecha de cáscaras de huevo me hizo sonreír. Le abracé también con un poco más de firmeza.
– Deja que me lave los dientes y luego veremos cómo me siento.
Y eso es lo que hicimos. Cogí la ropa que me habían dejado preparada sobre la cama y fui al cuarto de baño, me lavé los dientes, y me quité las medias y el vestido. Volví con el camisón puesto a un dormitorio donde sólo estaba Rhys. Estaba sentado a un lado de la cama y no parecía muy contento.
– ¿Cómo te sientes?
– Bien -le dije.
Él me miró.
– De verdad, estoy bien; fuera lo que fuera lo que me sentó mal, perece que lo he eliminado.
– Haré que los cocineros hagan una lista de lo que cenaste esta noche. Algunas mujeres no pueden comer ciertos alimentos mientras están embarazadas.
– ¿Cómo tu esposa? -pregunté.
Él sacudió la cabeza, con una pequeña sonrisa, y se levantó.
– No, no voy hablar de eso. De lo que te voy a hablar es que Royal está fuera. Parece realmente avergonzado de que su reina siga insistiendo, incluso sabiendo que esta tarde estabas enferma, pero tiene miedo de que Niceven le obligue a volver a casa si él se niega a seguir haciendo de pequeño y buen sustituto para ella.