Me acerqué a él, rodeando con mis brazos su cintura. Él me abrazó a su vez y como sólo era quince centímetros más alto que yo, el contacto visual entre los dos fue cómodo.
– Kitto mencionó que también Kurag quiere romper nuestra alianza, y Kitto intenta cuidadosamente no darle ninguna excusa para hacerlo. ¿Está pasando algo en la Corte Oscura que yo debería saber?
– No es problema tuyo, ya que no quisiste gobernar en ella.
– Eso es un sí. Está pasando algo.
– Aún así, nada que necesites saber.
Estudié su rostro, intentando leer algo detrás de su afable sonrisa .
– ¿Por qué los trasgos y los semiduendes desean cortar los lazos que nos unen?
– Quisieron unirse a ti cuando creyeron que serías reina, pero ahora desean ser libres de unirse a quien quiera que gane esta carrera.
– Pero la Corte Oscura todavía tiene una reina -dije.
– Una que parece haberse vuelto loca por la muerte de su hijo.
Le abracé, apoyando la cara contra su pecho.
– Cel iba a matarme. No tenía otra opción.
Rhys descansó su cabeza contra mi pelo.
– Él nos habría matado a todos, Merry, y ella le habría dejado. El hecho de que tengas tanto poder para hacerlo es asombroso y maravilloso, y seamos francos, tampoco es que antes fuera la mujer más estable del mundo.
– No pensé que abandonar nuestra corte provocara tal anarquía. Sólo quería que estuviéramos seguros.
– Nadie te culpa, Merry.
– Barinthus lo hace, y si él lo hace lo harán otros.
Me besó en la mejilla y me abrazó con fuerza, y de nuevo, esa respuesta fue suficiente. Podría haber insistido en preguntar cómo de mal estaban las cosas, y qué podríamos hacer para solucionarlo, pero lo único que podríamos hacer sería volver y tomar el trono, y ya habíamos rechazado las coronas del mundo de las hadas una vez. No creo que para tales ofertas se diera una segunda oportunidad. Incluso con las coronas sobre nuestras cabezas, las posibilidades de que Doyle y yo pudiéramos defender el trono contra todas las facciones que Andais había permitido que se hicieran fuertes en su corte eran mínimas. Preferí permanecer segura y tener a nuestros bebés. Los niños y los hombres que amaba significaban para mí más que cualquier corona, incluida la Oscura. Por lo que le dejé abrazarme y no insistí en saber más detalles porque estaba segura de que todos serían malos.
CAPÍTULO 40
ROYAL PODRÍA ESTAR AVERGONZADO POR LA FALTA DE modales de su reina, pero no podía esconder el hecho de que quería estar conmigo. Por supuesto, en la cultura feérica, el hecho de disimular que encontrabas a alguien atractivo, sobre todo si ese alguien intentaba parecerlo, era un insulto. Yo no trataba exactamente de resultar atractiva, pero tampoco trataba de no serlo.
Llevaba un camisón blanco que contrastaba con el pálido color crema y oro de la cama. Royal flotaba por encima de mí con sus alas rojas, negras y grises. Al moverse, los colores se veían borrosos, y aunque las alas fueran las alas de una polilla, se movían más bien como las de una libélula, o una abeja, mucho más rápido de lo que deberían hacerlo. Bajó despacio hacia mí, hasta que el movimiento de sus alas hizo volar mi pelo sobre la almohada como una ola roja. Aterrizó sobre mi pecho. No pesaba tanto como para molestarme, pero sí lo bastante como para hacerme notar que estaba allí. Se arrodilló entre los montículos de mis pechos, sus rodillas tocaban un poco de mi suave carne. Llevaba puesto uno de esos vaporosos taparrabos con los que algunos semiduendes parecían haberse encariñado. Era la verdadera versión adulta de la ropa con la que el asesino había vestido a los semiduendes en la primera escena del crimen.
Plegó las alas detrás de su espalda, de manera que las capas exteriores, más oscuras y lisas, reposaran sobre el sorprendente resplandor de las rayas rojas y negras. Me miró fijamente con ese rostro diminuto con móviles antenas negras que debería haberme parecido lindo o incluso algo ridículo, pero Royal, desde que le conocí, siempre había conseguido no parecer ninguna de esas dos cosas.
– Se te ve seria, Princesa. ¿Estás bien? Antes oí que estabas enferma.
– Y si te dijera que estoy enferma, ¿cambiaría algo? -le pregunté.
Él bajó la cabeza y suspiró.
– Todavía me tendría que alimentar, pero lo sentiría.
Incluso mientras hablaba, una mano diminuta ascendía por un costado de mi pecho donde empezaba el borde del camisón.
– Tus acciones convierten en mentira tus palabras, Royal.
– No miento, como nunca te he mentido sobre el hecho de que te encuentro hermosa. Tendría que ser ciego e incapaz de tocar la seda de tu piel para no quererte, Princesa Meredith.
Le dije la verdad.
– Ahora me encuentro bastante bien, pero estoy cansada, y creo que dormir me sentaría bien.
– Si yo pudiera hacerte el amor con mi verdadera forma haría que durara toda la noche, pero ya que sólo puedo hacer lo que hace un Glimmer, te lo haré agradable, y no llevará mucho tiempo.
– Glimmer… ¿Qué significa eso?
Él pareció incómodo.
– No te gustará la respuesta.
– Aún así quiero saberlo.
– Hay humanos que tienen fantasías con la pequeña gente como yo, y también hay semiduendes que tienen el mismo interés por los humanos. He visto las imágenes en el ordenador y también hay películas.
– Pero… ¿cómo? Quiero decir… la diferencia de tamaño…
– Sin cópula -aclaró él-, pero con masturbación mutua, el semiduende se frota sobre el pene del hombre hasta que ambos se corren. Parece ser la imagen más descargada de Internet. -Él parecía muy serio mientras lo explicaba, como si no le llamara la atención y hablara simplemente de hechos y no de un tema sexual.
– ¿Y se llama Glimmer [27]?
– Se llama Glimmer al humano al que le atraen los semiduendes.
– ¿Y cómo se llama al semiduende al que le gustan los humanos?
Él se estiró boca abajo entre mis pechos de forma que su cabeza quedó por encima y sus pies justo por debajo de ellos.
– Wishful [28] -contestó.
Eso me hizo reír, haciendo que mi pecho subiera y bajara, y que la prenda se deslizara un poco hacia los lados de forma que él, de repente, quedó más aposentado sobre mis pechos desnudos, sin estar aún del todo expuestos los pezones, pero enmarcando la ropa la forma de mis pechos. Puso una mano en cada uno de ellos.
– ¿Puedo usar el encanto ahora?
Royal era uno de esos semiduendes que era especialmente bueno utilizando el encanto, por lo que habíamos acordado un sistema de reglas entre nosotros. Él tenía que preguntar antes de poder dirigir su encanto sobre mi persona. Yo deseaba saber el momento en el que mi mente se nublaría, porque él era lo bastante bueno para hacerlo sin que me diera cuenta. Algunos de mis hombres habían compartido mi cama al mismo tiempo que Royal se alimentaba de mí para su reina, y el encanto también les había afectado a ellos. No les gustaba porque le encontraban inquietante, pero él era el único semiduende que podía actuar como representante de Niceven quién le había elegido para estar a mi lado. Y los hombres que no le encontraban inquietante, molestaban a Royal. Doyle se hubiera quedado pero no era santo de su devoción, ninguno de ellos, de hecho. Esto ocurría con todos los hombres que podían desbaratar su encanto. Al semiduende le costaba mucho concentrarse en su alimentación si ellos estaban a su alrededor. Por eso, Royal y yo habíamos pactado un tiempo para que pudiera alimentarse estando los dos a solas, pasado el cual, uno de los guardias llamaría a la puerta y nos interrumpiría.
En un principio, el plan original de Niceven consistió en situar a mi lado a uno de sus súbditos que podía cambiar de tamaño y llegar a ser casi de mi misma altura para que intentara dejarme embarazada y así poder optar a ser rey de los Oscuros, pero yo ya estaba embarazada y Royal no podía aumentar realmente de tamaño, aunque a veces lo pareciera debido al encanto.