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Le sostuve, con mis manos cuidadosamente apoyadas sobre el borde de sus alas mientras esperábamos a que los latidos de nuestros corazones redujeran la marcha. Sentí caer sobre mi hombro algo más fresco que el fluido corporal que acabábamos de compartir. Acaricié sus rizos y él alzó su rostro lo bastante para mirarme. Lloraba. Eran sus lágrimas las que caían sobre mi piel.

Hice la única cosa que pude pensar en hacer. Le besé y nos abrazamos hasta que pudimos juntar fuerzas para llegar hasta el cuarto de baño y ducharnos. Habíamos estado discutiendo quién compartiría mi cama esta noche junto a Mistral. Yo ya sabía a quién iba a elegir, si el Señor de las Tormentas lo permitía, y tal vez incluso aunque no lo hiciera. Igual que había pasado con Barinthus, era el momento adecuado para dejar de intentar complacer a todo el mundo y empezar a preguntarme qué era lo que yo quería, y en ese momento no podía pensar en otra cosa que quisiera más que conservar a Royal a mi lado. Podría deberse a su propio encanto, o podría ser porque la Diosa había dejado caer sobre nosotros pétalos de rosa, pero por la razón que fuera, él era uno de los hombres que deseaba tener a mi lado cuando me fuera a dormir esta noche.

CAPÍTULO 41

ME QUEDÉ DORMIDA CON ROYAL A MI LADO, DURMIENDO boca abajo. Era la única forma de dormir cuando se llevaban unas alas de polilla a la espalda. Mistral no compartió la cama con él, ni aunque todavía hubieran pétalos entre las sábanas que demostraran que fue la Diosa quien decretó que Royal fuera convocado a su forma más grande. No era, en realidad, culpa de Mistral, pero yo ya me había cansado de intentar que todos se sintieran bien a costa de mis propios sentimientos. No había forma alguna de ser totalmente justa sobre esto. O expulsaba a Royal, y con él al resplandor de ese sexo increíble, su nueva forma y la bendición de la Diosa que todavía nos rodeaba, cosa que me entristecía pensar, o le decía a Mistral que o bien compartía con quien yo quisiera que compartiera o dormía sin mí. El Señor de las Tormentas no daría su brazo a torcer, pero al igual que con Barinthus, yo tenía que hacer valer mi posición.

La cama era lo bastante grande para que Frost y Doyle durmieran a un lado y Royal en el otro. Los dos vieron como una bendición que Royal fuera traído a su forma más grande. Igual que la mayoría de los hombres, pero para Mistral significaba estar dos días sin mí y además, el semiduende había conseguido el sexo que de alguna forma pensaba que era su derecho. Yo le había informado de que no me sentía capaz esa noche de soportar una sesión de sexo duro y eso tampoco le había sentado bien.

Me había despertado con Frost a mi lado, su brazo encima y su pelo plateado esparcido sobre la cama, de modo que cuando las alas de Royal temblaron al despertarse, lo hicieron sobre un mar plateado como si sus alas fueran una pieza exótica de joyería engarzada sobre una base de plata fundida. Doyle estaba al otro lado de Frost, apoyado sobre un codo, mirándome mientras yo abría los ojos. Él había puesto a Frost a mi lado la noche pasada, mientras decía…

– Rhys no estaba tocando tu piel. Creo que ése puede ser el motivo por el que pudo permanecer despierto y protegerte en el transcurso de tu visión. Renunciaré a tocarte esta noche para mantener tu seguridad.

Frost intentó protestar porque quería ayudar a protegerme, pero Doyle insistió, y como casi siempre, cuando la Oscuridad insistía, conseguía lo que quería de los otros hombres. Mistral y Barinthus eran las dos excepciones a aquella regla y hasta ellos, por lo general, se dejaban convencer.

Así que, aquí estoy, cubierta por el pelo plateado de Frost, entre su tibieza y la de Royal y vigilada por mi Oscuridad. Es una buena manera de despertarse, y me alegré de no haberme encontrado otra vez en el desierto, en medio de otra visión. Llegaban noticias de un misterioso Hummer negro, que había aparecido para ayudar a nuestras tropas. Los medios especulaban sobre si sería una nueva fuerza especial, ya que el Hummer no se veía afectado por las balas u otras armas más potentes. El carruaje negro hacía lo que yo le había ordenado hacer. Tal vez por eso no tuve que ir rescatar a nadie más en persona.

Disfruté de ese agradable despertar como se disfruta de la sensación de estar arropada en una cálida manta durante una noche helada, aunque realmente la madrugada en California no era verdaderamente fría.

Pero lo que Lucy quiso que viera a primera hora de esa radiante mañana hizo que me sintiera helada, con un frío que calaba hasta los huesos.

Se trataba de una pequeña rosaleda en la parte de atrás de una casa vieja. Los rosales eran todos de la variedad híbridos de té [29] y habían sido plantados formando un círculo perfecto, con un pequeño arco en la entrada, con un banco a uno de sus lados para sentarse y admirarlos, y con una pequeña fuente cantarina situada en el mismo centro de la rosaleda. Habría sido feliz de poder sentarme en el banco y escuchar la cancioncilla del agua, dejando que el olor de las rosas me envolviera, salvo que bajo el perfume de las rosas podía percibir otros olores, olores que no habría deseado oler otra vez. El olor a rosas todavía me recordaba a las bendiciones de la Diosa, pero ese recuerdo iría unido a la sangre y al olor del miedo que los muertos dejan en sus últimos momentos de vida, de forma que mezclado con el aroma a rosas de esa mañana se podía percibir un vestigio de muerte y excrementos.

Lucy comentó…

– Si fueran de talla humana sería una masacre, pero son tan diminutos que incluso veinte de ellos no parecen que sean tan reales.

Dejé pasar su observación, ya que no estaba segura de estar de acuerdo, porque si los cuerpos hubieran sido más grandes, los asesinos no habrían podido colgarlos entre las rosas simulando un tendedero macabro. Los semiduendes muertos no habían comenzado a cambiar de color aún. Todos parecían pálidos y perfectos como pequeños muñecos, pero… ¿qué niño ataría por las muñecas a sus muñecos y los colgaría entre los rosales de forma que los cuerpos pendieran formando un círculo entre las rosas? Pero los asesinos habían dejado la arcada abierta de forma que la gente pudiera caminar de acá para allá sin inclinarse. Había un semiduende varón colgado en lo alto del arco como un espantoso ornamento. Sus gargantas estaban pálidas y enteras, intactas.

– No hay mucha sangre. ¿Cómo murieron? -pregunté.

– Mira sus pechos -dijo ella.

Comencé a decir que no quería hacerlo, pero cuadré los hombros y me agaché para poder ver más de cerca a una de las víctimas femeninas. Su pelo era una nube de cabello de un rubio muy claro que la luz del sol hacía brillar. Sus diminutos ojos eran de un azul tan brillante como el cielo que estaba encima de nosotros y que ahora comenzaba a nublarse un poco. Me obligué a mirar el diáfano vestido morado que llevaba puesto y el alfiler que tenía en el pecho. Era uno de esos delgados y largos alfileres como los que se usan para fijar una mariposa a un tapete mientras esperas a que muera y adquiera el rigor mortis que deje sus alas abiertas mostrándolas en toda su perfección.

Me distancié del cuerpo y miré la doble hilera de víctimas colgantes. Estaban vestidos como los semiduendes del primer asesinato, con transparentes vestidos o faldas escocesas, según el sexo del duende, pero siguiendo las versiones de los libros para niños ya que estaban completamente cubiertos. Sabía, por experiencia muy reciente, que los semiduendes eran más adultos, y que a la mayoría de ellos les gustaba mostrar mucha más piel. Parada bajo el frío aire de la mañana, viendo a las víctimas muertas con sus alas flotando tras ellos, era difícil no pensar en Royal y en cómo se había elevado por encima de mí con sus alas enmarcándole. Me pregunté… ¿cuántos de estos semiduendes tenían la capacidad de hacerse más grandes?

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[29] En inglés, hybrid teas (Híbridos de té): Alrededor de 1810 se introdujo en Europa el rosal de la India (Rosa chinensis o Rosa índica, de rosas dobles, rojas, blancas o rosadas, vigoroso, ramificado y de floración larga), a este rosal se le denominó "rosa de té" porque el aroma de sus flores recuerda al del té. Los cruces sucesivos entre la Rosa índica y la Rosa gálica (arbusto con pocas ramificaciones, escasas flores simples y floración corta que ya se cultivaba en Europa desde el siglo XIX) dieron lugar a los "Híbridos de Té" con mayor gama de colores que sus progenitores. Estas variedades generalmente son muy perfumadas y de la mejor calidad para extraer sus fragancias para la elaboración de esencias. Son de porte erecto, poco ramificados, flores grandes y altas en el centro, o con flores simples o en racimos, alcanzan de 0,60 a 1,30 m de altura y florecen hasta el otoño.