– Tenemos algunas pistas que nos hacen pensar en que al menos uno de los asesinos es un semiduende, pero… ¿cómo podría un semiduende hacerle esto a otro de su propia especie? -inquirió Lucy.
– Quien quiera que sea, odia ser un semiduende. Su odio o desdén queda demostrado por el alfiler que les atraviesa el corazón como si fueran las mariposas a las que se parecen, en lugar de las personas que verdaderamente son -le dije.
Ella asintió con la cabeza y me pasó una ilustración envuelta en plástico. Era una escena de Peter Pan donde aparece su sombra colgada. La escena del crimen no era exacta, ni de cerca.
– Ésta es diferente -comenté.
– No es una copia muy parecida -comentó Lucy.
– Es casi como si los asesinos tuvieran planeado perpetrar el crimen de esta forma, y luego buscaron una imagen que lo justificara, pero a posteriori. El asesinato fue lo primero en su plan, no la imagen.
– Podría ser -dijo ella.
Asentí. Ella tenía razón, lo presentía.
– ¿Si no quieres escuchar mis conjeturas, entonces por qué estoy aquí, Lucy?
– ¿Tienes algún sitio mejor dónde ir? -me preguntó, y había un deje de hostilidad en la pregunta.
– Sé que estás cansada -le dije-, pero tú me llamaste a mí, ¿recuerdas?
– Lo siento, Merry, pero la prensa nos está crucificando, dicen que no nos estamos esforzando lo suficiente porque las víctimas no son humanas.
– Sé que eso no es verdad -dije.
– Tú lo sabes, pero la comunidad duende está asustada. Ellos quieren a alguien a quién culpar, y si no podemos darles un asesino entonces nos culparán a nosotros. Tampoco fue una ayuda que tuviéramos que detener a Gilda bajo la acusación de conducta mágica malintencionada.
– Fue en mal momento -comenté.
Ella asintió.
– El peor.
– ¿Os dio el nombre de la persona que le hizo la varita?
Lucy sacudió la cabeza.
– Le ofrecimos no presentar cargos contra ella si nos daba el nombre, pero cree que si no podemos encontrar al fabricante, tampoco seremos capaces de demostrar lo que la varita puede o no puede hacer.
– Es difícil demostrar la magia ante un tribunal. Vuestros magos sólo serán capaces de explicar la magia de esta varita en particular, ya que es más fácil demostrar aquello que se puede probar ante un jurado.
– Sí, pero no hay nada que ver cuando alguien absorbe un poco de tu magia, o al menos eso es lo que nuestros magos me dicen -aclaró Lucy.
Rhys se unió a nosotros en el círculo.
– No es ésta la forma en la que quisiera comenzar el día -dijo él.
– Ninguno de nosotros lo querría -le contestó bruscamente Lucy.
Él alzó las manos, como diciendo… calma.
– Lo siento, Detective, sólo era una forma de hablar.
– Pues no hables por hablar, Rhys, dime algo que me ayude a atrapar a este bastardo.
– Vale, por Jordan sabemos que son bastardos, en plural -dijo él.
– Dime algo que no sepamos -le contestó.
– La señora mayor que vive aquí deja que los semiduendes vengan y bailen en su jardín al menos una vez al mes. Ella se sienta en el jardín y los mira.
– Yo pensaba que ellos no permitían que los humanos les vieran -comentó Lucy.
– Parece que su marido era en parte duende por lo que técnicamente los incluían a ambos como parte de la comunidad duende.
– ¿Qué clase de duende era él? -pregunté.
– No estoy segura de que lo fuera, pero la mujer así lo cree, ¿y quién soy yo para decirle que hay una diferencia entre parecer un poco duende por tener un temperamento artístico o algo lunático, o parecerlo porque realmente en tu ascendencia hay algo de sangre feérica?
– ¿Está senil? -pregunté.
– Algo, pero no demasiado. Ella cree lo que su querido marido le decía, que fue el resultado de un amante duende que su madre tuvo durante un breve periodo de tiempo. ¿Podría ser cierto? -preguntó Lucy.
Rhys la miró.
– Acabo de pasar la última hora mirando fotografías de él. Si fuera en parte duende viene de muy atrás en su árbol genealógico, nada reciente.
– ¿Puedes saberlo sólo mirando una foto? -preguntó ella.
Él asintió.
– Deja una marca -expliqué.
– Entonces éste es otro círculo donde los humanos sabrían que los semiduendes venían a bailar con regularidad.
– Jordan dijo que había algo con alas en la escena del crimen, y el brownie que murió pensó que lo que volaba era hermoso.
– Muchas cosas bonitas vuelan -comentó Lucy.
– Sí, pero míralos. Cuando estaban vivos eran hermosos.
– Sigues diciendo que tal vez un semiduende lo hizo, pero incluso aunque uno de ellos odiara a su gente lo suficiente para hacer esto, no podría conseguir que veinte de ellos se estuvieran quietos mientras los asesinaban. -Ella no trató de esconder la incredulidad de su voz.
– No subestimes a los semiduendes, Lucy. Ellos han conservado el más poderoso encanto que todavía le queda a nuestra raza, y son extraordinariamente fuertes para su tamaño, más que cualquier otro tipo de duende.
– ¿Cómo de fuertes? -Preguntó ella.
Rhys contestó…
– Podrían sacudirte.
– No me lo creo.
– Es verdad -dijo él.
– Uno de ellos podría patearte el culo -dije.
– Pero… ¿podrían un par de ellos hacer todo esto?
– Creo que al menos uno de la pareja tendría que ser de talla humana -aclaré.
– ¿Y podrían controlar a tantos semiduendes, controlarlos hasta el punto de poder asesinarles? -preguntó ella.
Suspiré, y luego intenté respirar con más tranquilidad.
– No lo sé. Honestamente, Lucy, no sé de nadie lo bastante poderoso para conseguir que tantos duendes de diferentes tipos les permitieran atarlos y posteriormente asesinarlos. Pero si ellos estaban muertos antes de que los atravesaran con los alfileres, muertos por alguna clase de magia, sé de un tipo de duendes lo bastante poderosos para matarlos a todos de una vez.
Me incliné y hablé en voz baja con Rhys.
– ¿Los Fear Dearg podrían haberlo hecho?
Él sacudió la cabeza.
– Ellos nunca han tenido el suficiente encanto para poder influir en los semiduende s de esta manera. Ése es uno de los motivos por el que los humanos les gustaban tanto. Les hacían sentirse poderosos.
– No susurréis. Compartid -dijo Lucy.
Me acerqué, por si acaso uno de los muchos policías que había en el jardín nos escuchaba por casualidad y le creaba problemas por dejar de hacer otra parte de su trabajo.
– ¿Todavía no habéis encontrado a Bittersweet?
– No.
– Siento que la perdieras debido a lo que pasó con los periodistas.
– No fue por tu culpa Merry.
– Todavía lo siento.
– ¿Por qué no han recreado la ilustración esta vez? En el dibujo sólo hay uno bien colgado y en la escena hay veinte de ellos.
– Tal vez querían matar a más -dijo Rhys.
– ¿Por qué?
Él sacudió la cabeza.
– No tengo ni idea.
– Yo tampoco, maldita sea -dijo ella.
A esto la única cosa que pude añadir fue…
– Ni yo. -No era una ayuda, y hasta que encontráramos a Bittersweet para que nos ayudara con su testimonio estábamos estancados.
CAPÍTULO 42
ESE MISMO DÍA ESTABA DE VUELTA EN LA OFICINA atendiendo a los clientes como si nada extraño hubiera pasado. Parecía que después de ver aquellos cuerpos ahorcados me debería haber tomado el resto del día libre, pero la vida no funcionaba así. Sólo porque una comience el día libre con pesadillas no significa que no se tenga que ir a trabajar. A veces ser un adulto responsable era una mierda.