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– Puede que la policía no permita que actúe como señuelo. Ya les preocupa que pueda salir lastimada por los medios de comunicación…

– Y aunque la policía lo prohíba, pasarás de todo e irás al Fael para exhibir a Royal, ¿no es cierto?

No dije nada. Rhys me miraba a mí, no a Galen. Royal sólo estaba allí sentado como si esperase a ver lo que decidirían los sidhe, como todos los de su clase habían hecho durante siglos.

Galen salió de la cama y recogió su ropa del suelo donde ellos la habían dejado caer anoche. Nunca le había visto tan disgustado.

– ¿Cómo puedes hacer esto? ¿Cómo puedes arriesgarlo todo de esta manera?

– ¿Realmente quieres ver otro asesinato? -le pregunté.

– No, pero sobreviviría. A lo que no estoy seguro de sobrevivir es a ver tu cuerpo en un depósito de cadáveres.

– Vete -le dije.

– ¿Qué?

– Que te vayas.

– No puedes asustarla así antes de una batalla -dijo Rhys.

– ¿Qué demonios significa eso? -preguntó Galen.

– Significa que está asustada y no quiere hacerlo, pero que lo hará por la misma razón que nosotros cogemos un arma y corremos hacia la batalla, y no nos alejamos de ella.

– Pero somos sus guardaespaldas. Se supone que nosotros corremos hacia su problema. Ella es a quién se supone que nosotros debemos mantener a salvo. ¿No es parte de nuestro trabajo impedirle que corra esos riesgos?

Rhys se sentó, tirando de la sábana sobre su regazo y parte de mi cuerpo.

– A veces, pero antaño montábamos a caballo hacia la batalla al lado de nuestros líderes. Ellos iban al frente, no en la retaguardia. El único fracaso para la guardia era no morir al lado de su rey, o que muriera antes de que lo hiciéramos nosotros.

– No quiero que Merry muera de ninguna manera.

– Ni yo tampoco, y arriesgaré mi vida para que eso no llegue a pasar.

– Es una locura. No puedes hacerlo, Merry, no puedes.

Sacudí la cabeza.

– Espero no tener que hacerlo, pero tu ataque de histeria no hace que me sienta mejor.

– Bien, porque no deberías sentirte mejor por ello. No deberías hacerlo en absoluto.

– Sólo vete, Galen, por favor, vete -le pedí.

Se fue, todavía con su ropa hecha un revoltijo en sus brazos, desnudo y mostrando su hermosa espalda salió por la puerta, cerrándola de golpe detrás de él.

– Estoy asustada -dije.

– Me sentiría preocupado si no lo estuvieras -indicó Rhys.

– Eso no es muy consolador -musité.

– Ser un líder no es siempre cómodo, Merry. Tú sabes eso mejor que cualquier líder de los que hemos tenido desde que aterrizamos en este país.

Royal, de repente, se hizo lo bastante grande para sostenerme. Me envolvió entre sus brazos, sus alas chasquearon detrás de él en un abanico de rojos y negros, como hacen las polillas cuando quieren espantar a un depredador.

– Dime que no debo mostrar mi nuevo poder y lo esconderé.

– No, Royal, queremos que ellos lo sepan.

Él presionó su cara contra la mía y miró a Rhys.

– ¿Realmente es tan peligroso?

– Podría serlo -contestó él.

– Mi voto sumado al del caballero verde no os hará cambiar de opinión, ¿o podría?

– No -sentencié.

– Entonces haré lo que tú quieras, mi princesa, pero debes prometerme que nada te pasará.

Sacudí la cabeza, mis manos se alzaron por su espalda hacia las delicadas, rígidas y extrañas alas.

– Soy un miembro de la familia real hada. No puedo hacer una promesa que sé que no puedo llegar a cumplir.

– Debemos hablar con Doyle y los demás -comentó Rhys. -Quizás tengan un plan un poco más seguro.

Estuve de acuerdo. Royal también, pero al final nadie tuvo un plan mejor.

CAPÍTULO 44

EL MIÉRCOLES FUIMOS Al FAEL Y ROYAL NOS HIZO UNA exhibición de su nuevo talento. Alice, la camarera de barra, le tiró rápidamente una toalla encima y él quedó decentemente cubierto tal como exigían las leyes humanas. La multitud de semiduendes de la tetería estaba fuera de sí y revoloteaba a su alrededor, y cuando él contó cómo había adquirido ese poder, se abalanzaron sobre mí. Fui cubierta por pequeñas manos, minúsculos cuerpos, todos con deseos de tocarme, enganchándose en mi pelo, y gateando sobre mi ropa. Tuve que arrancar a una pequeña hembra del interior de mi blusa, ya que se había anidado entre mis pechos.

Por un momento me sentí claustrofóbica con tantos cuerpos pequeños a mi alrededor. Doyle, Rhys, y los demás me ayudaron a separarme de ellos y regresamos a casa dejando la trampa tendida. Nunca estaba en ningún lugar, ni siquiera en casa, sin que al menos tuviera a cuatro de mis guardias conmigo. Yo estaba protegida, pero en lo qué no habíamos pensado era en que teníamos amigos en Los Ángeles, gente por los que me preocupaba, y a los que no habíamos dado protección.

Me estaba preparando para ir a la cama. Doyle observaba mientras me lavaba los dientes, lo que me parecía una precaución excesiva, pero ya que no sabíamos demasiado sobre lo que podrían llegar a hacer los artilugios mágicos de Steve Patterson, no discutí. Aunque eso de no tener siquiera un sólo minuto a solas se me estaba haciendo eterno, y eso que sólo habían pasado tres días.

Mi móvil sonó en el dormitorio. Grité…

– ¿Alguien puede cogerlo?

Frost vino con mi teléfono, acercándomelo. La pantalla mostró que era Julian. Contesté y dije…

– Hey, Julian, ¿no tienes bastante de mí en el trabajo?

– No soy tu amigo -dijo una voz de hombre que no reconocí.

– ¿Quién eres? -pregunté. Tuve uno de esos momentos donde uno sabe que algo malo está a punto de pasar, pero no hay nada que puedas hacer para evitarlo porque ya está todo decidido de antemano.

– Ya sabes quién soy, Princesa.

– Steve, ¿verdad?

– ¿Ves? Sabía que me reconocerías.

Los hombres que estaban conmigo sólo escuchaban.

– Me pregunto… ¿cómo conseguiste el móvil de Julian?

– También sabes la respuesta -dijo él, con una voz que era demasiado controlada. No fría, pero carecía de miedo, o de emoción. No me gustó que nada se dejara ver a través del teléfono.

– ¿Dónde está? -le pregunté.

– Eso está mejor. Está con nosotros. Los humanos son más fáciles de secuestrar con mi magia que los duendes.

– Déjame hablar con Julian.

– No -contestó.

– Entonces creeré que está muerto, y si está muerto, nada tienes con lo que negociar.

– Quizás es sólo que no quiero dejar que hables con él.

– Quizás, pero si no hablo con él entonces quiere decir que está muerto. Algo salió mal en tu plan de secuestrarle y puede que ahora esté muerto. -Mi propia voz sonaba impasible, sin parecer excitada o asustada. Quizás es que tras el primer sobresalto ya no te queda la energía suficiente para continuar en ese estado de tensión que se da en los primeros momentos de una situación de emergencia. Tal vez era lo que le pasaba a Patterson también.

Oí un sonido al otro lado de la línea que no estaba segura de identificar, y entonces escuché la voz de Julian…

– Merry, no vengas. Ellos van a… -supe lo que fue el siguiente sonido, carne golpeando carne. Lo había escuchado bastantes veces para poder identificarlo.

– Le he amordazado otra vez. Prometo no matarle si vienes y haces que Bittersweet sea tan grande como tu Royal.

– No puedo garantizar que la magia funcione con todos los semiduendes -dije.

– Es en parte brownie. En su ascendencia, hay la genética apropiada para poder ser más grande, tanto su padre como su hermano pueden hacerlo. Ella puede ser lo que quiera ser. -Ahora había emoción en su voz. Esto quería creerlo. Era su mentira, era un modo para estar con su amor y no matarla en el intento. Él tenía que creerlo, como yo tenía que creer que él no mataría a Julian.