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Si alguien alguna vez me pedía una recomendación para un cirujano plástico, le enviaría al doctor de Robert.

Él sonrió, sólo sus oscuros ojos castaños mostraban un indicio de preocupación, pero ninguno de sus clientes lo notaría.

– Tengo tu pedido en la parte de atrás. Vamos para allá y podrás tomarte una taza antes para probarlo.

– Suena bien -le dije, toda feliz para hacer juego con su tono. Había vivido en la Corte Oscura cuando la única magia que podía realizar era el encanto. Sabía cómo fingir sentir cosas que no sentía en absoluto. Eso había hecho que fuera muy buena haciendo el trabajo encubierto que realizaba para la Agencia de Detectives Grey.

Robert le pasó el trapo a una joven que parecía una modelo fotográfica salida de la Revista Gótica Mensual, desde su pelo negro hasta su minivestido de terciopelo negro, medias a rayas, y macizos zapatos retro. Lucía un tatuaje en el cuello y un piercing en la boca intensamente pintada.

– Cuida del frente por mí, Alice.

– Así lo haré -contestó, sonriéndole alegremente. Ah, una gótica alegre, no una sombría. La actitud positiva es una ayuda cuando estás detrás de una barra.

El Fear Dearg se quedó atrás, torciendo el gesto en una sonrisa dirigida a la alta chica humana. Ella le devolvió la sonrisa, y en su cara no se pudo ver otra cosa que atracción hacia el pequeño duende.

Robert se puso en marcha y nosotros le seguimos, así que dejé de especular sobre si Alice y el Fear Dearg serían pareja, o si al menos se enrollaban. Desde luego, él no era santo de mi devoción, pero por otra parte yo sabía de lo que era capaz, ¿no?

Moví la cabeza, dejando de lado tales pensamientos. Su vida amorosa no era asunto mío. El espacio dedicado a oficina era moderno y estaba limpio, decorado en cálidos tonos tierra, y en una pared había un mural para colgar fotos, para que todo el personal, incluso los que no tenían despacho, pudiera traer sus fotos de casa, de sus familiares y amigos y verlas durante el día. Había fotos de Robert y su pareja, vestidos con camisas tropicales delante de una bella puesta de sol. Había varias fotos de la chica gótica, Alice, cada una con un tipo diferente; tal vez antes sólo estaba siendo amistosa y cordial. Había una mampara, también de un tono cálido entre el canela y el marrón, que separaba la zona de descanso del espacio de la oficina. Oímos las voces antes de llegar a esa zona. Una era baja y masculina, la otra aguda y femenina.

Robert gritó en tono alegre…

– Tenemos visita, Bittersweet.

Se oyó un pequeño grito, y el ruido de porcelana rompiéndose, y entonces entramos en la zona de descanso. Pudimos ver agradables muebles de cuero con cómodos cojines, una gran mesa de café, algunas máquinas expendedoras de bebidas y bocadillos casi ocultas por un biombo oriental, un hombre y una pequeña hada volando.

– Lo prometiste -gritó ella, y su voz sonaba aguda por la cólera, oyéndose en su tono como el vestigio de un zumbido, como si ella fuera realmente el insecto al que se parecía-. ¡Prometiste que no lo contarías!

El hombre estaba de pie, tratando de consolarla mientras ella revoloteaba cerca del techo. Sus alas eran un borrón en movimiento, y yo sabía que cuando dejara de moverse, las alas de su espalda no se parecerían a las alas de una mariposa, sino más bien a algo más rápido, más liviano. Sus alas reflejaban la luz artificial con pequeños destellos del color del arco iris. Su vestido era de color púrpura, sólo un poco más oscuro que el mío. El pelo le caía sobre los hombros en ondas rubio platino. Apenas llenaba mi mano, era pequeña incluso para los estándares de los semiduendes.

El hombre que intentaba calmarla era Eric, la pareja de Robert. Medía casi un metro ochenta, esbelto, bien vestido y bronceado, muy apuesto, al estilo pijo o chico de casa bien. Hacía más de diez años que eran pareja. Antes de Eric, el último amor en la vida de Robert había sido una mujer a la que le fue fiel hasta que murió a la edad de ochenta y tantos. Pensé que era muy valiente por parte de Robert amar a otro humano tan pronto.

Robert dijo con brusquedad…

– Bittersweet, te prometí no contárselo a todo el mundo, pero tú fuiste la que voló hasta aquí balbuceando histéricamente. ¿Creías que nadie hablaría? Tienes suerte de que la princesa y sus hombres hayan llegado antes que la policía.

La pequeña duende se lanzó sobre él, sus pequeñas manos cerradas en puñitos y sus ojos brillantes de furia. Le golpeó. Se podría pensar que algo más pequeño que una muñeca Barbie no pegaría con mucha fuerza, pero sería una equivocación.

Ella le golpeó, y yo estaba tras él, así que pude percibir la onda de energía que llegó rodeando su puño como una pequeña explosión. Robert salió volando y cayó hacia atrás en mi dirección. Sólo la velocidad de Doyle le interpuso entre el hombre que caía y yo. Frost tiró de mí, sacándome bruscamente de la trayectoria de ambos mientras chocaban contra el suelo.

Bittersweet se revolvió contra nosotros, y observé la onda de poder que la rodeaba como el calor de un día de verano. Su cabello formaba un pálido halo alrededor de su cara, erizado por el poder de su propia energía. Era sólo la magia lo que mantenía vivo a un ser tan pequeño sin que tuviera que comer cada día el equivalente a varias veces su peso, igual que hacían los colibríes o las musarañas.

– No seas impulsiva -dijo Frost. Su piel se heló contra la mía a medida que su magia se despertaba en un frío invernal que hacía cosquillas en la piel. El encanto que había usado para escondernos se debilitó, en parte debido a que mantenerlo con su magia aflorando era más difícil, y en parte debido a que también esperaba que eso ayudaría a que la pequeña duende se tranquilizara.

Sus alas se detuvieron, y por un momento pude ver el cristal de sus alas de libélula en su diminuto cuerpo mientras ella hacía el equivalente aéreo de un tropezón humano en un terreno irregular. Eso la hizo precipitarse casi hasta el suelo antes de poder frenar y volver a elevarse hasta quedar más o menos al nivel de los ojos de Frost y Doyle. Ella se había girado hacia un lado de forma que podía verlos a los dos. La energía que la rodeaba se iba calmando mientras revoloteaba.

Ella osciló en una embarazosa reverencia en el aire.

– Si te escondes tras el encanto, princesa, entonces… ¿cómo va a saber un duende cómo actuar?

Comencé a acercarme rodeando el cuerpo de Frost, pero él me detuvo a medio camino con su brazo, por lo que tuve de hablar desde detrás del escudo que formaba su cuerpo.

– ¿Nos habrías hecho daño si sólo hubiéramos sido humanos con algo de sangre duende en las venas?

– Te parecías a uno de esos humanos disfrazados de duendes de pega.

– Quieres decir los aspirantes -dije.

Ella asintió con la cabeza. Sus rizos rubios habían caído sobre sus diminutos hombros en bellos bucles, como si el poder le hubiera ensortijado el cabello haciéndolo aún más rizado.

– ¿Por qué te asustarían los aspirantes humanos? -preguntó Doyle.

Sus ojos fueron hacia él, y después de regreso a mí como si la mera vista de él la asustara. Doyle había sido el asesino de la reina durante siglos; el hecho de que ahora estuviera conmigo no cambiaba su pasado.