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Margarita Fernández era un misterio que no podía sacar de su cabeza. El ataque de los vampiros debió haberla desquiciado de alguna manera. No había otra explicación para una desobediencia tan flagrante, tal desprecio deliberado a su orden directa. Nadie se atrevería a algo así, solo un pequeño resbalón de una niña. Tenía que estar un poco enferma, y si es así, había sido un poco duro con ella. Convencido de que había encontrado la única conclusión lógica a su extraña e indefendible conducta, Zacarías tomó al aire para poner las cosas claras con ella antes de que consiguiera descansar.

***

Margarita se quedó tan quieta como podía, congeló todos los músculos en su lugar, aterrorizada de que él volvería. El andaba tan silenciosamente que era imposible decir en que parte de la casa estaba, pero su presencia era tan poderosa, tan fuerte, que supo el momento en que salió. Sólo entonces se cubrió el rostro con sus manos y se puso a llorar histérica.

Nunca había tenido tanto miedo en su vida, ni siquiera cuando el vampiro había exigido saber el lugar de descanso de Zacarías. Ella había aceptado la muerte y sabía que iba a morir con honor. Esto – esto era terrible, se trataba de un enredo que ella había creado. Todo el mundo estaba en peligro, todos los que amaba. Todos los que conocía. Porque ella no había permitido a un De La Cruz morir.

Ella sabía la verdad ahora. Zacarías había llegado a la hacienda a morir con honor porque estaba cerca de convertirse en vampiro. Ella no conocía el proceso, pero sabía que la pérdida del honor era lo único que todos los Cárpatos temían. Él había resucitado vampiro y ella lo había hecho.

Extendió los dedos y miró a través de ellos a la papelera, donde un centenar de páginas arrugadas de su cuaderno, declaró el hecho de que no había ninguna explicación. Ninguna. Ella no sabía por qué había cometido un pecado tan grave, pero había sido incapaz de contenerse y ahora ella había creado al monstruo mismo que Zacarías había tratado de evitar.

Con mano temblorosa se tocó el cuello palpitante, ese lugar que quemaba a través de la piel hasta marcar sus huesos. Tragó saliva y lentamente se puso de pie. Sus piernas parecían de goma y no podía parar los temblores que controlaban su cuerpo. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué podría hacer? Ella podría nunca -jamás – enfrentaría a ese monstruo de nuevo. Pero más que eso, no le permitiría matar o utilizar a cualquier persona en la hacienda. Había hecho esto. Ella era responsable y tenía que garantizar la seguridad de todos.

Ella sabía que los vampiros hacían títeres- a los humanos que seguían sus órdenes durante el día mientras ellos dormían. Títeres que ansiaban la sangre de los vampiros y un festín de carne. Era una horrible medio vida y, finalmente, se pudrían de adentro hacia fuera. Ella no sería el títere de Zacarías, no importaba que fuera responsable de hacerle perder su honor. Con certeza no había sido su intención.

Margarita humedeció sus labios secos y forzó su cuerpo a controlarse. Ella no podría ir con Cesaro y Julio porque intentarían defenderla y terminarían muertos. Nadie podía hacer frente a Zacarías De La Cruz. Si ella fuera con una de sus tías, él lo sabría. Su familia entera trabajaba para la familia de De La Cruz en una forma u otra. Mientras que trataba de darle sentido a la situación, abrió bruscamente los cajones y metió el mínimo de ropa necesaria en un morral.

Ella tenía que formular un plan. Los vampiros eran astutos, pero tenían debilidades. Ella no podría llamar a los cazadores hasta que llevara a Zacarías lejos de los todos los que amaba. Que eran muchos estaba segura. Los vampiros mataban por placer y ella no podría arriesgar a cualquier persona en el rancho. Si ella activara la llamada indicada para un cazador, Cesaro intentaría luchar con Zacarías. Todos los trabajadores. Ella sabía sin lugar a dudas que podía alejarlo de su familia porque Zacarías la seguiría.

Por suerte, ella conocía la selva tropical y no le temía como la mayoría. Ella desaparecería – y él seguiría. Ella no sabía cómo lo sabía, pero así era. Él la encontraría tarde o temprano – y probablemente la mataría – pero ella no tenía ninguna otra verdadera opción, no si ella quería salvar a su familia. Haría su viaje río abajo hasta la siguiente propiedad de los De La Cruz -unas cabañas usadas para mover el ganado a varios pastos- y llamaría a los cazadores desde allí. Si ellos llegaban antes de que el vampiro la encontrara se salvaría, si no, al menos había salvado a su familia.

Arrastró sus botas y salió corriendo por la casa para encontrar a su paquete de supervivencia. Tenía un sistema de filtración de agua y pastillas en caso de que fuera necesario, a pesar de que sabía dónde las cascadas corrían en abundancia. Era una excelente cazadora, así que la comida no sería demasiado problema, pero ¿cómo iba a evitar que Julio o Cesaro trataran de encontrarla?

Margarita se mordió el labio tratando de aquietar sus frenéticos pensamientos. Ella tenía que pensar en su escape detenidamente. Zacarías no demostró interés en leer su nota así que quizás sería seguro dejar una para Cesaro. Tendría que redactarla a fin de tranquilizar a cada uno sin que fuera realmente mentira. No creía que fueran tan tontos para preguntarle a Zacarías. Ellos harían todo lo necesario para permanecer tan lejos de él como fuera posible. Si era muy afortunada conseguiría una buena ventaja antes de que él la siguiera. Forzó al aire a salir de sus pulmones y escribió una nota corta. Tomé su consejo, Cesaro, y me fui por algunos días. Volveré pronto. Amor para usted y Julio.

No era una mentira. Y esto no daba nada. Cesaro estaría frustrado por ella, pero pensaría que se había ido con una de sus tías. Ahora…Julio era un asunto diferente. Él la conocía mucho mejor que Cesaro y podría considerar que algo estaba mal, pero una vez que su padre le tranquilizara que él le había sugerido que se fuera con su tía a Brasil, él se tranquilizaría y esperaría unos días para tener noticias de ella.

Convencida de que había hecho todo lo posible para mantener seguros a todos, Margarita salió por la ventana de su dormitorio. Ella no confiaba en las puertas o en el hecho de que Zacarías había salido por el frente. No iba a encontrarse con él por error. Se quedó agazapada debajo de la ventana, estudiando el cielo oscuro con recelo. Zacarías podría estar en cualquier lugar, en cualquier forma. La idea era a la vez inquietante y aterradora. Por un momento su corazón se aceleró, su sangre rugiendo en sus oídos. Se obligó a respirar normalmente, con miedo de que pudiera oír su latido estruendoso.

Antes de mudarse, tocó a los animales en las inmediaciones. Tan pronto como había colocado las cortinas de la casa, el rancho se había puesto en estado de alerta. El ganado y los caballos habían sido trasladados cerca donde podrían estar mejor protegidos. Todo el mundo estaba armado y las patrullas se habían duplicado, pero los animales reconocían si el mal está cerca antes que los humanos. Los caballos estaban colocados para pasar la noche. Ninguno estaba inquieto si así fuera, la habrían alertado que Zacarías se encontraba muy cerca.

La lluvia se convirtió en una llovizna y el viento feroz se calmó mientras ella hacía su camino a través de los prados y pastos hasta el límite de la selva tropical. Ella siempre había amado la forma natural en que continuaba sigilosamente creciendo nuevamente para recuperar lo que había sido tomado. Raíces serpenteaban a través del suelo en largos tentáculos. Vides enredaderas se deslizaba sobre las piedras y vallas hasta arriba, incluso se envolvían alrededor de las rocas en un esfuerzo por recuperar la tierra.

Ella se metió en los bordes exteriores de los árboles, corriendo por un estrecho sendero con el que estaba familiarizada. Los insectos formaban una alfombra en movimiento en la espesa vegetación, constituida por siglos de plantas y árboles caídos. Grandes arañas se aferraban a las ramas y los lagartos se deslizaban debajo de las hojas que le daban cobertura. Las ranas arborícolas se asomaron cuando ella se apresuraba por el camino.