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Ella no debería ser capaz de correr tan rápido tal distancia incluso con animales guiándola en el camino. Ella usaba su faro cada vez menos y se dirigía más por puro instinto. Ella podía oír los latidos de su corazón golpeando y se había colocado a un ritmo lento, estable. Sus pulmones habían estado quemándose por aire, pero mientras más lejos corría, más comenzaron a trabajar de manera eficiente.

Su piel sentía comezón cuando había obstáculos cerca de ella, como un radar que la advierte en qué dirección tomar, donde colocar sus pies, como moverse y como deslizarse entre los árboles sin dar un paso en falso. Ella no podría ser capaz de hablar, pero sin duda había adquirido otros sentidos mucho más agudos y habilidades.

Ella había estado oyendo la corriente por algún tiempo. La lluvia había alimentado el agua en la tierra de modo que corriera cuesta abajo, tomando la línea de menos resistencia hasta que encontrara su camino hacia el arroyo, profundizando en el agua oscura, aumentando su caudal hasta que casi se desbordaran los bancos. La cascada en la distancia sonaba como un trueno continuo y el alivio la inundó. Eso significaba que el camino estaba abierto y era lo bastante profundo llevarla rio abajo rápidamente. Si las condiciones eran adecuadas, ella podría hacer todo el camino hasta al Amazonas. Eso aumentaría sus posibilidades de conseguir llegar a los pastos de los De La Cruz antes de Zacarías la descubriera. Margarita aumentó su velocidad, corriendo al tope hacia las cataratas.

CAPITULO CUATRO

El águila arpía se abalanzaba a través del dosel, haciendo caso omiso de la pereza, su comida favorita, haciendo un círculo hacia la hacienda, impulsado por una compulsión interna que no podía ignorar. En el interior del cuerpo del ave gigante, Zacarías suspiró. Él no estaba más cerca de la verdad de lo que había estado cuando salió. Los hilos que lo ataban a la mujer se había vuelto más fuerte, no más débiles y no podía sacarla de su mente.

Si no hubiera sabido mejor, pensaría que era posible que ella fuera su compañera de vida. Había considerado la idea, por supuesto, pero luego la había descartado casi inmediatamente. Si ella hubiera sido la única mujer para completar su alma, vería en colores y sentiría emociones. Si era emoción lo que estaba experimentando, él no sabía lo suficiente acerca de los sentimientos incluso para identificarlos. Lo que estaba pasando era un rompecabezas que tenía que ser resuelto antes de regresar a su plan original de buscar el amanecer. Margarita Fernández tenía un gran poder. Ella era una amenaza potencial para los Cárpatos y por lo tanto tenía que ser eliminada. Así de simple.

Un dolor punzante en los alrededores de su corazón lo detuvo en seco. En realidad se miró el pecho del ave para ver si había sido perforado por una flecha. Se le revolvió el estómago ante la idea de matarla. O Jela peje emnimet- infierno de mujer, le había lanzado un hechizo. No había ninguna otra explicación de su respuesta física a la idea de su muerte. Ella los había atado. O su sangre lo había hecho. La sangre era la esencia misma de la vida y la de ella era… extraordinaria.

Quería – no, necesitaba- tocar su mente con la suya. Todo en él lo impulsaba llegar hasta ella, para saber dónde estaba, que estaba haciendo. Se negó a actuar sobre la necesidad. Él no confía en él, más de lo que confiaba en la forma en que la veía, le tocaba para saber que existía.

Cualquier hechizo que hubiera sido lanzado era poderoso y tenía que ser una trampa.

Él tenía control y disciplina y varias vidas para desarrollar ambos y ninguna mujer, menos una mujer humana, podía destruir esos rasgos en él.

Tomaba su tiempo, probarse a sí mismo que él era demasiado fuerte para ser derribado por un hechizo. Antes de que él la matara y aprendiera sus secretos. Todos y cada uno de ellos. Ella sabía lo que significaba traicionar a un De La Cruz o intentar atrapar a uno de ellos.

Había luchado contra los vampiros y los había destruido, a las criaturas más asquerosas y viles imaginables, un pequeño desliz de una mujer no tenía ninguna posibilidad contra él. Él ignoraba la forma en que su mente continuamente alcanzado la suya. La forma en que su sangre se calienta solo con pensar en ella. No fue el hechizo tanto como el hecho de que realmente le intrigaba, algo que no había ocurrido en mil años o más. Eso era todo. Interés. Intriga. ¿Quién podría culparlo cuando nada había sido una sorpresa, hasta que llegó ella. La mujer. Margarita.

Él se estremeció. En el momento en que pensó en su nombre-le dio la vida – podía probarla en su lengua una y otra vez. El corazón le dio un tartamudeo extraño, y por un momento, en el interior del ave, pensó que su cuerpo se agitaba con la vida. Él se quedó muy quieto, un depredador oscuro objeto de caza. Su aliento se sentía atrapado en sus pulmones. Eso era imposible. Un truco. Una ilusión. Ella era de lejos más poderosa de lo que había imaginado.

Ese truco particular le compraría tiempo. Él no había sido un hombre desde más tiempo del que podía recordar. Él era una máquina de matar, nada más. Nada menos. Él no tenía deseos de la carne. Él no podría sentir. Las cosas extrañas que ocurrían en su cuerpo y mente no eran reales, no importa cuán buena ilusión fuera, pero él cerró los ojos y saboreo el calor de la necesidad que lamía acometiendo a través de sus venas. Con la misma rapidez él abrió los párpados, mirando sospechoso alrededor. Esta ilusión era la manera de llevarlo al borde, permitiéndole sentir apenas por un momento, y después quitárselo, de modo ¿Qué él siempre anhelaría la fiebre?

El águila arpía se deslizó lejos de la copa de los árboles y voló alto sobre la hacienda. Se negó a ceder a la tentación siempre presente de contactar a Margarita con la mente. Ahora, más que nunca, tenía que mostrar fuerza y ​ tenía que averiguar todo lo que pudiera sobre Margarita Fernández.

Vio la casa que estaba buscando metida en la ladera de la montaña. Hay varias casas dispersas en la propiedad, pero Cesaro Santos era el capataz y su condición se mostraba en su casa. El águila flotó en el suelo, cambiando en el último momento a su forma humana. Zacarías se acercó directamente a la terraza, su cuerpo resplandeciente en una estela de vapor que se derramaba por debajo de la rendija de la puerta.

La casa estaba impecable, como la mayoría de las viviendas de los seres humanos que convivían con su familia. Sabía que Cesaro era leal hasta en los defectos. Había ofrecido su sangre, su vida, para salvar a Zacarías. El hombre estaba por encima de todo reproche y no había ninguna mancha de mal en cualquier lugar del rancho que Zacarías pudiera detectar. Cesaro nunca robaría a la familia De La Cruz, o traicionaría de ninguna manera, y si encontraba a uno de los que trabajan que lo hicieran, Zacarías no tenía ninguna duda de que el hombre-o la mujer-serían enterrado profundamente en la selva a manos de Cesaro.

Ven a mí. La sangre llama a la sangre y todos los empleados de confianza le habían dado los Cárpatos sangre suficiente como para que cada uno de la Cruz pudiera leer sus pensamientos, proteger sus mentes y extraer la información cuando fuera necesario.

Zacarías supo el instante en Cesaro se despertó, echando mano a su pistola. Había satisfacción en saber que él había elegido bien a la familia. La lealtad era la más fuerte característica dentro de la familia Chevez y Santos, ambos estaban conectados a través de la sangre. Él tomó su forma sólida, cuando el capataz de la hacienda salió completamente vestido y fuertemente armados en cuestión de minutos.

Cesaro se inclinó ligeramente y se paró casi tieso. Zacarías sabía que nunca ningún ser humano o animal se relajaban en su compañía. Él no podría ocultar el asesino dentro de él; ésa era la parte más grande en él, así que ni se molestaba. Él gesticuló al sofá colocado en una localización estratégica en donde podría el inquilino fácilmente ver cualquier cosa que se acercara a su hogar. ¿Cómo puede servirlo, señor? “Deseo saber todo lo que usted pueda decirme de la mujer.” Zacarías mantuvo su mirada en la cara del otro hombre, mirando su expresión cuidadosamente, sosteniendo una parte de él en la mente de Cesaro para asegurarse de que conseguía la verdad. Él leyó la perplejidad y la confusión. Su pregunta era la última cosa que el capataz esperaba.