Mientras viajaba río abajo una extraña inquietud se apoderó de ella. No el miedo o el terror, dos cosas que ella asociaba con Zacarías de la Cruz, sino una renuencia a seguir. Ella estaba poniendo distancia entre ellos y con cada metro que pasaba el temor la llenaba. Le dolía el corazón, un dolor real.
Intelectualmente sabía que no solo era correcto hacerlo, sino la única forma que hacerlo, sin embargo, su mente se negaba a creerlo. Dos veces se encontró remando hacia la orilla, como si su intención fuera dar la vuelta.
Ella era afortunada que la lluvia hubiera aumentado la corriente de modo, que fluyera fuerte, transportándola incluso cuando sus brazos rechazaron seguir trabajando para empujarla más rápido lejos de Zacarías. El temor creció en ella y el dolor se extendió desde su corazón al cuerpo entero. Sus piernas temblaron. Sus brazos parecían plomo y su boca se secó.
Él estaba muerto. Zacarías de La Cruz estaba muerto, y de algún modo, por abandonando ella era responsable. El pensamiento se arrastró espontáneo en su mente, y una vez allí, no pudo desalojarlo. La pena encontró su camino en ella, manifestándose físicamente. Su pecho se puso tan apretado que apenas podía respirar.
Las lágrimas nadaban en sus ojos obstruyendo su visión. Hubo un grito terrible en sus oídos, su propia protesta silenciosa contra su muerte.
¿Todavía – era un vampiro – o no lo era? Ella hacía una carrera desesperada para alcanzar la propiedad de los De La Cruz, y alertar a los cazadores, en efecto, para matarlo. ¿Si él estuviera muerto, no debería alegrarse? ¿No llorar? Confundida, ella arrastró la pala en el barco y se concentró en respirar. Zacarías le había dado su sangre varias veces. Cesaro le había dicho que Zacarías había actuado rápido y había salvado su vida cuando el vampiro le había arrancado la garganta. ¿Había algo allí en su sangre que los ató juntos en la muerte? Incluso la había forzado a tomar su sangre la última vez.
Margarita apretó los labios con fuerza. Era fuerte, y ella no iba a ceder a elucubraciones. Tenía una misión. Cualquiera que fueran sus extraños sentimientos, tenían que ser falsos. Lo único que tenía que importarle, era salvar a la gente que amaba en la hacienda. La lluvia empezó a caer de nuevo, la llovizna se convirtió en una lluvia incesante. Tenía que llegar al río a través de la propiedad de los De La Cruz y llamar a los cazadores. La corriente se estaba moviendo muy rápido, aumentando su rapidez a través de la selva para volcarla en el crecido Amazonas.
Su corazón empezó a latir. Ella tenía que prestar atención si quería sobrevivir. El sonido del río era atronador, ahogando casi todo lo demás. La canoa barrió alrededor de una curva y el agua se volvió incluso más dura y rápida. Ella no podía pensar en Zacarías o en vampiros, todo lo que importaba era empujar su remo en el agua para evitar ser lanzada contra las series de rocas que se asomaban adelante.
Ella había visto a Julio maniobrar a través de ese conjunto de caídas y rocas traicioneras, que conduce al río cientos de veces, y ella se echaba a reír con la emoción y el peligro del momento. Pero ella confiaba en sus habilidades, y tenía absoluta confianza en que él conocía todas las posiciones de las rocas adelante. Ella no estaba tan segura de sí misma. Julio le había permitido probar varias veces, pero el agua no había estado fluyendo tan rápido y no había estado tan oscuro.
Tomó un firme control sobre el remo y llamó a sus nuevos reflejos. Sus ojos ardían con la tensión al acercarse a la serie de filosas rocas a través del aumentado torrente. Forzando la respiración en un esfuerzo por relajarse en el paseo salvaje, sintió la primera caída de la canoa, cuando entró entre las rocas. Llamó a todas las maniobras intrincadas que Julio le había mostrado. Ella realizó el patrón con cuidado, como si estuviera en el barco con ella, dijo en voz baja los movimientos cuando volvió a caer, cambió su peso hacia atrás y dio vuelta en la primera roca para salir en correcta alineación para próxima caída.
El agua hervía a su alrededor, un blanco espumoso en la oscuridad sombría. La lluvia golpeaba la corriente y sin su visión aumentada, no habría sido capaz de sortear el estrecho conducto reculando casi completamente hacia atrás para evitar una piedra particularmente brutal. La emoción de montar la blanca agua se metió en sus venas congeladas, aliviando el terror de los vampiros. Siempre le habían gustado los viajes a la selva tropical con Julio. Habían ido a muchas aventuras y deseó que estuviera con ella en ese momento.
El siguiente conjunto de obstáculos eran los más difíciles, la canoa tenía que entrar en el ángulo perfecto para dispararse alrededor de la oleada que podría voltear al barco. Podía oír la voz de Julio en la oreja, gritando instrucciones sobre cómo mantener el remo en el agua para girar la canoa en fracciones de segundo y luego con un fuerte empujón enviar al barco de vuelta hacia adelante. Ella golpeó el estrecho abismo entre los dos bloques exactamente de la forma en que Julio lo habría hecho, bordeando las traiciones y agitadas aguas por centímetros.
La canoa entró en aguas abiertas y ella estaba en el Amazonas. La corriente cogió la canoa y ella tuvo que utilizar toda su fuerza para orientar la canoa hacia la orilla. El río estaba crecido y era rápido. Se llevo todo lo que tenía remar hasta la orilla. Al final, ella iba ligeramente rio abajo hasta donde quería estar cuando se las arregló para atrapar una rama colgando y arrastrar la canoa a la orilla.
La pendiente era muy fangosa y resbaladiza. Estaba agotada, fría, húmeda y miserable. Ella intentó subir a su manera por la pendiente, pero se deslizaba hacia atrás. El viento se levantó, una fuerza feroz, chocando contra ella una vez y otra vez con tanta fuerza que rompió la gruesa trenza de pelo, tirando de las hebras tan fuerte, que incluso le dolía la cabeza. Ella renunció a intentar subir y se arrastró por el lado contrario, arañando su camino a la cima, retrocediendo una y otra vez, hasta que su espalda y los brazos le dolían y tuvo miedo de que nunca fuera capaz de levantarse de nuevo. La lluvia, impulsada por el viento, picó su cuerpo cuando llegó a la cima y permaneció por un momento, tratando de recuperar el aliento.
Margarita no se molestó en ponerse de pie pero se arrastró por el suelo desigual a la sombra de una ceiba grande, tratando de salir de la lluvia.
Se hundió frente a las gruesas raicillas que compone la caja formada por la raíz y trató de recuperar el aliento. Los recuerdos de los vampiros se apoderaron de ella otra vez.
Algo sobre la diferencia entre su atacante y Zacarías la eludía, pero ella sabía que era importante.
Había estado representando a la familia de De La Cruz por años. La mayor parte de las familias que trabajaban en el rancho nunca habían puestos los ojos en uno de los hermanos. Ella había sido la encargada de traer los alimentos y las medicinas cuando era necesario, para hacer los arreglos pagar las deuda o para permitir que las familias pidieran prestado en tiempos de apuro, ganando la familia la lealtad y la voluntad. Ella había hecho a la familia De La Cruz una de las más querida en la región. Su generosidad- era aceptable- era su dinero, pero ella era la que hacía el esfuerzo.
Se puso de pie con cautela, obligando a sus débiles piernas a funcionar. Sin previo aviso, la tierra rodó, lanzando a Margarita de rodillas. Al instante hormigas pululaban sobre sus botas y manos. Reprimió un grito, a sabiendas de Zacarías no estaba muerto, después de todo. ¿Por qué había sido tan ridícula? Había regresado a la hacienda y descubrió lo que había pasado. Se levantó de un salto y comenzó a correr sin rumbo fijo, un error estúpido y descuidado.